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Pura Caballero, una vida con el micrófono y los ojos bien abiertos

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“Lo mío con el periodismo fue amor a primera vista, aunque tardé un año en convencer a mi familia”. Así comienza su relato Pura Caballero Sánchez, periodista extremeña recientemente jubilada, que ha dedicado toda su vida a contar el mundo desde el lado incómodo: el que interpela, cuestiona y no se resigna.

Corría 1977. Pura vivía en Madrid con su familia, una más entre los muchos extremeños que migraron en busca de oportunidades. Hizo el COU (el equivalente al actual segundo de Bachillerato) sin saber muy bien qué estudiar, pero había algo en el aire que le removía por dentro. Ese año se aprobaba la Ley para la Reforma Política y se convocaban las primeras elecciones democráticas tras la dictadura. El país bullía. “Con dos compañeros me escapaba del instituto al campo del Rayo Vallecano, que nos pillaba al lado, para colarnos en mítines del PSOE o del PCE. Alucinábamos viendo a Felipe, a Carrillo…”, recuerda.

Los medios de comunicación también empezaban a respirar libertad. Nacían El País y Diario 16, el “parte” de RNE dejaba de ser obligatorio, los telediarios se llenaban de otra energía. En ese ambiente se encendió la chispa. Pero en casa, la respuesta fue tajante: “Mis padres me dijeron que el periodismo no era una carrera. Y menos una profesión para una mujer. ¿Qué vas a hacer cuando te cases y tengas hijos?”.

Perdió un año entre cursillos de inglés y fotografía, hasta que sus padres cedieron. Nunca más dudaron de su decisión: “Luego estuvieron muy orgullosos. Y mis hijos crecieron al ritmo de mi conciliación a trompicones y una pareja poco comprensiva”.

Los escenarios del teatro como escuela de reporterismo

Su primer “clic” profesional llegó en 1984, cuando cubrió el Festival de Teatro de Mérida recién aterrizada en RNE tras aprobar una oposición. Le pareció grandioso. “Era una novata, entonces mi director era José Monleón, el mejor para mí, y entrevistaba a artistas como Nuria Espert, Manuela Vargas, Tony Isbert… a algunos ni los conocía, como a Terzopoulos o Manuel Canseco”. Se encargaba de las conexiones en directo con El ojo crítico, con los informativos de noche. “Los ensayos generales, las noches de estreno… me sentía en un lugar mágico. Y aún me sigue pasando aunque también nos hemos tragado algunos infumables”.

La ética frente al espectáculo

Pero el periodismo no siempre es cultura ni belleza. Poco después, le tocó cubrir un suceso terrible en Azuaga: un joven se había suicidado tras ser condenado por besarse con su novia en un bar. “Entré en la casa con la grabadora. Las mujeres enlutadas sentadas en círculo en la sala, apenas un suspiro entre ellas. Me impresionó tanto que apreté el botón y me salí. La pieza cojeó, claro. Pero aprendí que el dolor ajeno no se explota. Se respeta. A veces hay que saber retirarse”.

Esa empatía le acompañó siempre. También cuando entrevistó a unos padres de Puebla de la Calzada que pedían donantes de médula para su hijo enfermo de leucemia. “Me puse a llorar con ellos. El oncólogo que entrevisté después me dijo que así no podía ir por la vida. Pero me hice donante. Porque el periodismo no te vacuna contra el dolor”.

Del entusiasmo autonómico al desencanto político

En aquellos años, Extremadura daba sus primeros pasos como comunidad autónoma. “Se estaban montando muchas cosas desde cero: el Estatuto, la Asamblea, una identidad propia. Los medios fuimos clave para dar a conocer la región, para construir ciudadanía”. Pero también llegaron las fricciones: “Ibarra no entendía la crítica. Fulminaba a consejeros… y a periodistas. La publicidad institucional era la cuerda con la que se apretaban algunos cuellos”.

Con los años, su mirada se hizo más escéptica: “Hay demasiados proyectos que se anuncian a bombo y platillo y terminan en nada. Los parlamentos se han convertido en escenarios de debates estériles. La política requiere más cabeza y menos emoción”.

Feminismo sin concesiones

El feminismo le fue atravesando en distintas etapas. Primero, en casa, cuando sus padres apoyaban que estudiara, pero no lo que ella más deseaba. Luego en la facultad, donde descubrió a Oriana Fallaci, periodista audaz, corresponsal de guerra, entrevistadora feroz: “Ella me enseñó que una buena entrevista depende de las respuestas, no del lucimiento de quien pregunta”.

Después, fuera del aula, con Simone de Beauvoir: “Su idea de que ‘mujer no se nace, se hace’ me marcó profundamente. Me obligó a mirar con otros ojos la maternidad, el aborto, la libertad. Hay que leer al menos El Segundo Sexo”.

El caso Juana Rivas

En el periodismo feminista, Pura ha sido punta de lanza. Recuerda cómo en los 80 los asesinatos machistas se contaban en la sección de sucesos. “El caso Ana Orantes fue un punto de inflexión. Se empezó a contar de otra manera”. Pero no todo han sido avances: “El caso Juana Rivas ha sido tratado de forma indecente. Medios en la puerta del punto de encuentro, cuestionamientos públicos que no veíamos desde hace años. Se ha legitimado el discurso del agresor. Y todo en nombre de una falsa neutralidad que solo favorece a los poderosos. Lo que está pasando mediáticamente con Juana Rivas es un retroceso”.

Para ella, el principal error sigue siendo el enfoque: “No se entiende la violencia machista como un atentado contra los derechos humanos. Se sigue juzgando a las víctimas por lo que hicieron o dejaron de hacer: si bebía, si viajaba sola, si era exitosa, si vestía escotada… como si fueran responsables de lo que les pasa”.

Insiste en que la labor periodística feminista no debe rendirse: “Habrá que seguir, aunque retrocedamos. Habrá que sumar a más compañeros varones. Porque el feminismo es igualdad y debe ser integrador. Me molestan los espacios excluyentes. No creo en clubes de lectura sin hombres ni concursos solo para dramaturgas. No es por ahí”.

Los medios, la crispación y la ultraderecha

No esconde su inquietud por el auge de la extrema derecha: “Cubrí un mitin de Vox en Cáceres con Abascal y me dio miedo. Lo que se decía y cómo se decía. Y que lo comprara tanta gente”. En Europa, el panorama no es mejor: “La reacción conservadora crece. Y mientras, nadie frena el genocidio en Gaza. Lo de Trump ya ni sorprende, pero es aterrador, ha vuelto a hacer caja con los aranceles frente a Europa y solo falta que nombre senador a su palo de golf”, ironiza amargamente.

La deriva mediática: del rigor al ruido

Pura observa con tristeza el ecosistema mediático actual: “Muchos medios actúan como altavoces de los discursos reaccionarios. Otros intentan resistir. Pero es que además hay una precarización brutal. En Extremadura, muchos periodistas trabajan como jornaleros, haciendo el trabajo de tres por un sueldo mínimo. Y las redacciones digitales no lo arreglan: más jóvenes, menos salario, menos calidad del producto”.

La cultura también sufre. “Programas como El ojo crítico de RNE han sido arrinconados. Se desprecia el pensamiento, la reflexión. Se impone el clic y la ocurrencia”, se lamenta.

Referentes, legado y un epitafio sin pompas

Sus referentes son periodistas hombres y mujeres, destaca a Rosa Montero, Maruja Torres, Rosa María Mateo, y Mari Carmen Izquierdo. “Cada una, desde su estilo, me abrió camino. Y en Extremadura, aquella asociación de mujeres encabezada por Pilar Barrientos fue clave para cambiar nuestra forma de contar el maltrato”.

A una joven periodista le daría el mismo consejo que a un joven periodista: “Sé buena persona. Y eso implica defender la igualdad. El feminismo es eso: justicia”.

¿Cómo quiere que la recuerden? No duda: “Como alguien que intentó cumplir con aquello de ser ‘en el buen sentido de la palabra, buena’. Y como periodista honesta y activista de la causa de la mitad de la humanidad. Porque cuanto mejor estemos todas, mejor estará toda la sociedad”.