Israelíes en su gueto
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, sueña con muros que rodearan a palestinos e israelíes. Su plan es construir muros y cercas en la frontera con Jordania añadiéndolos al muro que ya existe en la fronteras con Egipto y aquellos que la ocupación ha erigido aislando a Cisjordania y la Franja de Gaza.
“El estado de Israel tendrá una cerca que lo rodee, estamos acorralados por depredadores y tenemos que protegernos”, dijo el Primer Ministro israelí el 9 de febrero, cuando se inauguraban las obras de construcción del muro en la frontera con Jordania.
El pesimismo determinista del primer ministro israelí refleja un ideal de aislamiento del mundo gentil, el cual ve como un mundo hostil. Netanyahu no está solo, ya en los albores del sionismo. Teodoro Herzl, su fundador ideológico, sentenció que “no se puede suprimir el antisemitismo” sin apartarse del mundo gentil estableciendo un Estado Judío. Solo éste, que por definición seria étnicamente puro, podría anular las causas del antisemitismo.
Pero es más, el propio Herzl reconocía que este estado seria una manera de asumir la otredad a la cual fueron sentenciados los judíos en el mundo gentil, ya que “somos lo que de nosotros se hizo en los guetos”.
Él no se imaginaba que en menos de 50 años el gueto se tornaría en una de las facetas más trágicas de la historia europea. Esta tragedia emerge en la obra del dramaturgo israelí Joshua Sobol, “Ghetto”, estrenada paralelamente en el Teatro Municipal de Haifa y la Freie Volksbühne, Berlín, en 1984.
El gueto que Sobol nos presenta, el gueto de Vilna, es un mundo controlado por una policía judía y un consejo judío que acata las órdenes del ocupante. En esta obra que da vida a personajes históricos, tal como, como Jacob Gens, el jefe de la policía colaboracionista, el único gentil es Kittel, el comandante SS encargado del gueto.
Solo unos cuantos cientos de los 40 mil judíos que inicialmente lo habitaban sobrevivieron a la corta existencia del gueto de Vilna. El hambre, la enfermedad, las ejecuciones y las deportaciones a los campos de concentración diezmaron en solo dos años su población. Los sobrevivientes se escondieron en los bosques en los alrededores de la ciudad donde partisanos soviéticos y los aldeanos les proporcionaron ayuda.
La frase de Herzl “somos lo que de nosotros se hizo en los guetos” tiene un nuevo sentido tras el holocausto judío en Europa y resuena en terribles interpretaciones al leer esta obra tras la última ofensiva israelí a la Franja de Gaza en el verano del 2014.
Salvando las diferencias, que son trágicas, cuando leemos hoy la obra de Sobol no podemos dejar de pensar en el acoso criminal a la sociedad palestina aislada en Gaza. Sobol conjura un espacio autogobernado a las órdenes de un ejército de ocupación, pero hoy no podemos dejar de pensar en los muros del aquí y ahora y en la forma en que la ocupación israelí percibe el lugar de la Autoridad Palestina.
El gueto, el aislamiento forzado de la comunidad judía en Europa, es una expresión de la modernidad creada primero en Venecia, en 1516, y más tarde adoptada por Frankfurt, Roma, Praga y otras ciudades europeas.
Pero los muros propuestos por Netanyahu se nos asemejan a la búsqueda de una realidad alternativa al fracaso del estado propuesto por Herzl. Ya no se trata de asumir la otredad en el aislamiento político, sino de una condena al pueblo palestino. Los sujetos de la propuesta de Netanyahu ya no son los judíos forjados por el gueto sino un estado soberano que crea una realidad imaginaria de asedio permanente.
Ya fuera de las necesidades de sobrevivencia política que lo ataban a Netanyahu hasta el mes pasado, el ex-ministro de Defensa, Moshe Yaalon, atacó el 16 de junio, durante la Conferencia de Herzliya, al primer ministro diciendo que el mayor peligro para Israel no es Irán sino una “dirección política que intimida a la ciudadanía asustándola con un nuevo Holocausto”.
Esta sensación de inseguridad nunca satisfecha permite la construcción de un muro que asedia a la población palestina dictaminando su vida al borde de la muerte. Mas cínicamente también permite una economía de seguridad, con sus compañías constructoras y agentes privados de seguridad.
El Miércoles 27 de abril por la mañana Maram Abu Ismail llegó poco antes de las 11 de la mañana al puesto de control de Qalandia en camino a Jerusalén. Ésta era la primera vez que Abu Ismail viajaba a Jerusalén y por lo tanto la acompañaba su hermano, Taha de 16 años. Tras separarse de su hermano ella se equivocó y comenzó a caminar por un paso solo para coches, los guardias de seguridad, que responden a una compañía privada, gritaron en hebreo, una lengua que Abu Ismail no comprendía, y después le dispararon. Al verla caer su hermano corrió a asistirla, los guardias de seguridad dispararon también sobre él.
Los soldados apostados en el lugar impidieron a los paramédicos palestinos asistir a los heridos. Ambos hermanos fueron declarados muertos y evacuados un poco después del medio día.
Roman Polanski en “El Pianista” (2002), nos presenta lo que a primera vista parece un gueto despolitizado en una película que mezcla la belleza y el dolor con Adrien Brody como actor principal.
Esta película que es una adaptación de la autobiografía del pianista y compositor polaco-judío, Wladyslaw Szpilman, nos trae una perspectiva radicalmente opuesta a Sobol celebrando la solidaridad humana.
Władysław Szpilman (Adrien Brody) es un músico que trabaja en la radio de Varsovia y ve cómo su mundo se derrumba con la llegada de la Segunda Guerra Mundial y la invasión alemana de Polonia el 1º de septiembre de 1939.
A finales de 1940 los judíos son concentrados en el Gueto, ahí enfrentan al hambre, a las persecuciones y las humillaciones por parte de los nazis llevan a cabo. Después de un tiempo, los judíos son reunidos y deportados al campo de exterminio de Treblinka. En el último minuto, Szpilman es salvado Ithzak Heller, un policía del gueto judío. Separado de sus familiares y seres queridos, Szpilman sobrevive, primero en el gueto como esclavo obrero de unidades de reconstrucción alemanas. Posteriormente él se traslada al “lado ario” de la ciudad donde sobrevive con la ayuda de colegas de la Radio Polaca y otros músicos que los conocían.
Ante la proximidad del Ejército Rojo, la resistencia polaca se levanta contra la ocupación alemana y es derrotada. Como consecuencia, la ciudad queda virtualmente deshabitada y en ella Szpilman intenta sobrevivir. Buscando frenéticamente comida en las ruinas de las casas bombardeadas y escapando de los nazis él se encuentra con un oficial alemán que al enterarse de que había sido pianista le pide que toque algo. Szpilman ejecuta la primera balada Op. 23 en sol menor y el oficial no solo no lo delata, sino que lo esconde en el ático del edifico y le lleva comida con regularidad.
Tras la guerra el carácter real del drama, Wladyslaw Szpilman decide seguir viviendo en Polonia, el cementerio de su familia, adoptando un perspectiva radicalmente opuesta al los postulados sionistas pero que responde a la solidaridad que le permitió vivir.
Febrero del 2009, despertó un gran escándalo en la sociedad palestina cuando un funcionario de las Naciones Unidas dijo a la prensa jordana que la UNRWA, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina, introduciría la historia del Holocausto en los colegios secundarios de Gaza como parte de su plan de estudios de derechos humanos.
Como consecuencia, mientras el asedio a la población en Gaza continuaba, funcionarios israelíes acusaban a los palestinos de no querer reconocer la tragedia judía. Gaza se había transformado en un gueto controlados por israelíes y el gobierno de Israel criticaba que los palestinos no quieran estudiar la historia de los guetos de Europa.
La gran mayoría de los judíos en Israel responden a la ideología oficial del estado y no pueden relacionar las lecciones de su historia con la situación de los palestinos asediados bajo la ocupación. Para ellos el Oriente Árabe es una continuidad del antisemitismo europeo. “El nuevo antisemitismo”, tal como quisiera enmarcarlo la dirección política sionista, es árabe/musulmán y su objetivo es negar la existencia del estado judío.
El Oriente árabe nunca vio los muros de un gueto y esperemos que volverá a verlas una vez que despertemos de la pesadilla de Netanyahu.
* Este articulo comenzó con la traducción de una reseña escrita por Hani Habib un periodista palestino residente de Gaza. Habib tuvo la idea de discutir el arte dramático del holocausto desde la terrible realidad que vive el pueblo palestino, pero con la traducción, las notas históricas y mis interpretaciones que se fueron añadiendo al artículo original. Éste fue cambiando de sentido y no quisiera hacerlo responsable de un texto que por razones lingüísticas no puede leer ni criticar.