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PERFIL

Alfonso Rueda, el 'chico bien' de Pontevedra que siempre estuvo ahí

El presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, en San Cibrao das Viñas, en Ourense.

Gonzalo Cortizo

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Los 400 metros que separan la Cafetería Blanco y Negro del Casino de Pontevedra tejen un paseo por el que desde hace años circula una parte significativa del poder en Galicia. Los dos establecimientos son lugares de reunión y amistades en los que se trabajan poderosas influencias en una de las ciudades más conservadoras de la comunidad. Tanto, que hasta cuando el BNG llegó al poder en el Ayuntamiento los pontevedreses también decidieron conservar esa situación y la cosa va ya para un cuarto de siglo con Miguel Anxo Fernández Lores como alcalde. Es un ecosistema que puede resultar extraño para un observador de fuera: nacionalismo de izquierdas en el gobierno de una sociedad que mantiene tradiciones de otro siglo. Cada agosto, las principales familias celebran la mayoría de edad de sus hijas en una suerte de mercado social que denominan “puesta de largo”, entre smokings y trajes de noche. En su plaza de toros, durante las fiestas de La Peregrina, uno se puede encontrar a Mariano Rajoy o Ana Pastor. Esa misma plaza en la que el Partido Popular celebra en cada elección el mitin principal de sus campañas electorales. De ahí viene Alfonso Rueda, un 'chico bien' de Pontevedra.

Licenciado en Derecho, opositó con éxito a varios puestos de secretario municipal que le llevaron a trabajar en Cervantes (Lugo), A Cañiza (Pontevedra) y Cambados (Pontevedra). Asistió al final del fraguismo como jefe de gabinete de Xesús Palmou, secretario general del PP y conselleiro de Xustiza e Interior entre 1996 y 1999, y ocupó un asiento en todos los gobiernos presididos por Alberto Núñez Feijóo, que lo elevó a la vicepresidencia en 2012. Pese a esa larga carrera en puestos de responsabilidad, su nivel de conocimiento entre los gallegos nunca fue muy alto y ese fue el principal escollo con el que tuvo que lidiar cuando Feijóo se marchó a Madrid y dejó la Xunta en sus manos. En su primera recepción a los reyes durante unas fiestas del Apóstol las revistas del corazón no consiguieron identificarle en las fotos y pixelaron su cara, pensando que se trataba de un escolta de la reina Letizia.

Su carácter gris se compensa con la condición de “killer político”, demostrada en la organización de la campaña con la que Feijóo accedió al poder por primera vez. 2009 se recuerda como la carrera electoral más marrullera de los últimos años. El PP acusó sin pruebas al candidato del BNG de haber ejercido violencia machista contra su pareja, al del PSOE se le vistió como un sultán que desperdiciaba el dinero público en muebles y coches de lujo. En una entrevista para el Diario de Pontevedra con Manuel Jabois, Rueda negó en 2009 haber trabajado la suciedad política. Años después, cambió su discurso y reconoció que su estrategia entonces fue tensionar al máximo y trasladar ese encargo a cada alcalde bajo su mando.

Su escalada hasta la cúspide le obligó a llevar a cabo otro tipo de trabajos en la sombra. Feijóo le encomendó matar a su padre político, su antiguo jefe, Xesús Palmou, la persona que lo había recomendado para la secretaría general en el post-fraguismo. En una de esas pruebas que hay que pasar en política, fue Rueda el encargado de decirle a Palmou que ya no repetiría en las listas al Parlamento gallego. El encargo, por supuesto, como casi todo durante aquella época, era de Feijóo empeñado por entonces en borrar todos los vínculos con su antecesor, Manuel Fraga.

Lo que Rueda ha conseguido este domingo es salirse de la sombra de Feijóo, que siempre le ha cobijado. Su éxito indiscutible le permitirá nombrar el gobierno que desee y quitarse la etiqueta de presidente puesto a dedo. Su victoria confirma la potencia de la marca del PP y la apertura de un nuevo ciclo de poder con otro protagonista al frente. Es ya, a todos los efectos, un nuevo barón en la formación conservadora.

La imagen de alegría junto a su familia tras conocer los resultados mostró a un Alfonso Rueda que, por primera vez, había soltado la tensión que le acompañó durante la campaña. Antes de la votación rehuyó los debates, a excepción del de TVG –diseñado a su medida aunque luego le salió mal– y remó a remolque del ritmo que le marcó Feijóo y, por momentos, pareció desaparecer, como si el candidato fuese otro y no él.

Su equipo ha trabajado hasta la saciedad durante los últimos meses para hacer de él un personaje cercano, de esos que repite en un bar donde los camareros se saben de memoria cómo le gusta el primer café de la mañana. Aficionado al running, es frecuente verle con la camiseta del Xacobeo cada vez que sale a correr con sus compañeros de deporte y siempre alguna cámara del partido para retratarle en la tarea.

Tampoco es infrecuente que airee su otra afición: las motos de gran cilindrada. Subido sobre dos ruedas, se presentó en la Televisión de Galicia para participar en el programa Land Rober, un formato de variedades que triunfa en audiencia, donde le hicieron bailar con el Combo Dominicano y contar anécdotas de su vida más íntima. Nadie sabe si esta vez se decidirá a ocupar la residencia oficial de Monte Pío, con vistas a la catedral, y que está a disposición del presidente de la Xunta desde la época de Manuel Fraga. Ahora tiene cuatro años por delante y, al acabarlos, el PP habrá dominado 40 de los 46 años de autonomía en Galicia. A sus 55 años de edad le queda toda una carrera por delante.

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