Los cerdos se tambaleaban y otras historias del hongo gallego que dio origen al LSD

Daniel Salgado

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Alejandro no caminaba hacia adelante, lo hacía de espaldas. El tío Blas le dijo a su mujer: “Yo ya quedo así para siempre”. Los cerdos se tambaleaban. “Aquel pan ponía a la gente borracha. Aquel pan emborrachaba”, recuerda Antonio divertido, “te dolía la cabeza como con el vino”. Acaba de cumplir 99 años y, junto a su esposa de 96, hace memoria frente a la cámara. Relata un suceso acaecido en su aldea de O Barco de Valdeorras, cuando una vecina repartió una hornada de empanadas elaborada con centeno. Y se armó la de San Vito, cerdos incluidos. La película documental Negro Púrpura, que se estrenó en cines el pasado 24 de septiembre, explica qué fue lo que pasó: el cereal padecía de un hongo, el Claviceps purpurea, cornezuelo en castellano y caruncho o grao de corvo en gallego. Y era alucinógeno.

Tan alucinógeno que, además del suceso en el oriente gallego, fue utilizado por el doctor Albert Hoffman para producir LSD. Lo cuenta su propia voz en una entrevista radiofónica recogida en el filme por Sabela Iglesias y Adriana P. Villanueva –la directoras, que firman como colectivo Illa Bufarda. Era 1949 y Hoffman aseguraba que había conseguido “indicar la estructura válida de los alcaloides del caruncho” y, por lo tanto, del LSD. Y para fabricar ácido lisérgico, en principio de uso médico o incluso militar, había usado cornezuelo de centeno portugués. Faltaban algunos años para que la contracultura lo adoptase como llave de acceso a mundos paralelos y, sin embargo, en un rincón de la Península Ibérica su uso era habitual.

Negro Púrpura, filmado con delicadeza y cierta ternura hacia los materiales tratados, está repleto de historias insólitas, sorprendentes, no muy conocidas. Sin voz en off, pausado, un mosaico de voces con música de theremin. Así, una señora narra como en la posguerra, mientras el franquismo desplegaba su versión del Estado apoyado en la complacencia estadounidense, apañar cornezuelo en los campos de centeno era una sensible contribución a las economías familiares. “Fue una etapa importante en la Galicia de los labradores”, dice. Las farmacéuticas conocían sus propiedades y pagaban por ello. “Después de la Segunda Guerra Mundial, empezaron a venir por las ferias preguntando por el caruncho”, afirma, “y los niños vimos el cielo. Porque no teníamos nada”. Pagaban a 1.250 pesetas (7,5 euros) el kilo, lo mismo que costaba entonces un ternero. “Decían que iba para Alemania”. No solo a Alemania.

Zeltia, la empresa fundada en 1939 por los hermanos lucenses Fernández López, sabía que los alcaloides del dentón –otra de las palabras gallegas para designar el Claviceps purpurea– poseían una enorme potencialidad médica. La sabiduría popular lo certificaba. Parteiras lo usaban debido a su capacidad oxitócica, que producía la contracción del útero, y antihemorrágica. En nacimientos y en abortos. Los laboratorios de Zeltia, poblados de republicanos represaliados, consiguieron extraer de él la ergometrina y crearon el exitoso Purpuripán. En la película lo explica un antiguo trabajador de la compañía, hoy desaparecida pero cuyo rastro todavía existe en la industria, ahora con sede en Madrid. Atrás quedan sus inicios, los que consigna Negro Púrpura: explorar la flora medicinal gallega y convertirla en medicamentos de curso legal. Y comercial.

Wolframio vegetal y misterios eleusinos

Hubo quien habló entonces de “wolframio vegetal”. Su mercantilización lo convirtió en objeto codiciado. Pero no se trataba de un invento reciente. Tampoco de un descubrimiento de última hora. El rastro del cornezuelo se pierde en la noche de los tiempos. Breviarios medicinales medievales lo asignan a prácticas de brujería. El profesor Karlom López, del departamento de botánica de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Santiago de Compostela, ha indagado en esa historia y lo cuenta a cámara. La ingesta del hongo, dice, está relacionada con la fiebre de San Antonio o ergotismo. No era una broma. “Esta enfermedad gangrenosa provocaba muertes masivas y amputaciones”, relata. Y, en su versión convulsiva, alucinaciones o contracciones arteriales: el baile de San Vito.

López viaja a un pasado todavía más remoto. El cornezuelo sirve, añade, para entender los misterios eleusinos en la Grecia antigua. Estos ritos de iniciación, organizados en la ciudad de Eleusis, próxima a Atenas, honraban a las diosas Deméter –de la agricultura– y Perséfone –hija de Deméter y Zeus y reina del inframundo. Las ceremonias celebraban el regreso de la vida tras el invierno e incluían danzas desenfrenadas, profusión de obscenidades y festines. Nada de esto era posible sin drogas, claro. Los estudiosos modernos sostienen que la principal era el Claviceps purpurea. Eleusis se encontraba en una comarca agrícola, donde dominaba el cultivo de cereales como trigo y cebada. En los que, aunque menos que en el centeno, también crece el cornezuelo.

En la aldea de Antonio, en la zona de Valdeorras, no se dedicaban a los misterios eleusinos. La vecina que había horneado el pan con centeno contaminado solo quería devolver la ayuda que le habían prestado mientras convalecía por una enfermedad. Pero no había limpiado el cereal. “El que comía de aquello, borrachera”, dice Antonio. Y los cerdos también realizaron su viaje psicodélico porque, al darse cuenta los vecinos de lo que sucedía, echaron las sobras a los animales. Fue en 1936. La fiebre del cornezuelo solo comenzó a remitir en los años 60, cuando las farmacéuticas consiguieron sintetizar la ergotamina en laboratorio.

Negro Púrpura se puede ver en cines de A Coruña (Yelmo y Filmax), Santiago de Compostela (Numax), Lugo (As Termas) y Vigo (Yelmo).

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