Fue el poeta cubano José Martí quien dijo una vez que “hay tres cosas que cada persona debería hacer a lo largo de su vida: tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol”. Pero hay quienes doblan la apuesta y deciden plantar no un árbol, sino un bosque entero.
Siguiendo la estela de exitosas reforestaciones del pasado, como la que hizo hace cien años Ricardo Codorniu y Starico en Sierra Espuña, una entusiasta Asociación de Defensa de Cartagena Oeste, con el liderazgo de Pilar Juárez y Ramón Navia, está acometiendo la repoblación forestal de un paraje de la diputación de Los Puertos de Santa Bárbara, en una zona volcánica de nuestra comarca actualmente inhóspita y sin arbolado alguno.
El proyecto no es ninguna locura, porque está sólidamente basado en los conocimientos científicos y técnicos y en la práctica de alguien que ya lo hizo hace cuarenta años en el Sabinar de Canteras y que no ha parado de innovar con éxito en el mundo de la ingeniería agrónoma y la agricultura biológica. El ingeniero Ramón Navia está al frente de esta aventura que consiste en repoblar un monte con plantas nativas que ya estaban aquí hace millones de años. La idea es crear un bosque diverso con especies autóctonas, que es mucho más estable que las reforestaciones con una sola especie como pinos, que es lo que siempre se ha hecho mal. En unos textos se le llama a esto bosque primigenio, en otros bosque cuaternario. En cualquier caso, se va a hacer nacer un bosque del desierto volcánico que hay ahora allí.
Aunque actualmente vemos en nuestra Cartagena y alrededores un erial, en realidad esto se convirtió en un desierto a partir del siglo XVIII, con las talas excesivas que alimentaron la demanda de consumo de madera del arsenal de Cartagena, entre otras causas. La idea falsamente admitida es que esta falta de árboles siempre fue así en estos parajes y nada más lejos de la realidad: el sureste ibérico es la zona con más diversidad botánica por superficie de Europa y los escritos de siglos pasados hablan de un bosque denso y diverso.
Y si la mano humana acabó con aquellos bosques, también ahora la inteligencia y la ciencia, sabiamente mezcladas con una voluntariosa iniciativa ciudadana, pueden corregir errores del pasado y reconstruir esos bosques con criterios técnicos adecuados y resultados visibles a medio plazo. Ramón explica las ventajas e importancia de realizar una reforestación con plantas autóctonas y diversas. La nueva vegetación provoca que el agua penetre en el suelo en vez de fluir tal como cae -que es lo que sucede en suelos desnudos-, evitando riadas e incrementando el volumen del agua del subsuelo. Para crear un equilibrio biológico en estos nuevos bosques es necesario que haya diversidad de plantas cada una floreciendo en épocas diferentes del año para alimentar con polen y néctar de las flores a insectos y ácaros, que a su vez acaban con las plagas indeseadas. También es necesario procurar una diversidad de plantas que produzcan bayas a lo largo del año para atraer a las aves. Con ello se consolida fauna de todo tipo, y los paisajes que se crean son muy armónicos, generando además un atractivo turístico importante.
Y con esos mimbres la Asociación decidió poner la teoría en práctica y se le ocurrió la idea de comprometer en la tarea a una escuela de la zona. Y este mes de diciembre de 2025, 30 niños de 12 años de sexto de primaria del Colegio Azorín de los Molinos Marfagones han colaborado como voluntarios plantando 300 árboles de especies autóctonas que ya estaban aquí hace milenios: jaras, algarrobos, retamas, acebuches, sabinas… Cuando esa zona tenga de cuatro a seis años, esos arbustos y árboles volverán a formar parte del bosque primigenio que fue antaño.
Ni la gripe ni el frío invernal impidieron que se llevaran a cabo dos jornadas de plantación que acabaron en un convite con unas migas ruleras con ajos tiernos y ñoras acompañadas de higos llorales, que son tardíos, uva de la casa, sardinas de bota, anchoas, bacalao asado, granada y naranja, y al aire libre, con toldo, claro, cayendo una lluvia muy fina, -una lluvia “calaera”, así la llaman por estos predios- que volvió a expandir ese aroma de dioses a tierra mojada y suscitó la tertulia y el debate, que fue lo mejor.
Pero hay que hablar de la otra persona que ha lanzado este proyecto. Una de esas personas con luz, con ilusión y con empuje que son las que ponen el corazón tan necesario para que estos propósitos se lleven a cabo. Pilar Juárez es esa persona que tantos proyectos ha puesto en marcha en su vida y la que insufla la energía necesaria para estimular a las otras personas para que lleven a cabo sus planes.
Lo más hermoso de todo esto, tengo que decirlo para acabar, es que Pilar Juárez tiene ochenta años, la energía de una treintañera, la ilusión de una cría y la experiencia de una veterana, y ha lanzado el mágico proyecto de plantar un bosque que ella no sabe si terminará de verlo crecer algún día. La iniciativa de Ramón y Pilar y todos quienes les siguen es una historia de ciencia, humanidad, ecología, ilusión, energía y generosidad, valores tan necesarios y que en estos tiempos duros cotizan a la baja, y un desafío al tiempo, a la edad, a la pasividad y al pesimismo. Menudo ejemplo.
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