Primero, convencen a los tontos. Luego, silencian a los inteligentes. El filósofo británico Bertrand Russell dijo esto hace casi cien años cuando le preguntaron por el éxito del fascismo en los años treinta del siglo XX. Yo me pregunto si no es eso lo que estará sucediendo en Águilas en estos momentos. Alguien ha convencido a alguien de que presente una petición al Ayuntamiento para revocar el título de Hijo Predilecto de Águilas a Pedro Costa Morata, quien lo ostenta desde que en 2017 se lo otorgara la corporación gobernada por los socialistas. ¿Los motivos esgrimidos? “Que hay miles de aguileños que sin pedir nada a cambio ni querer ninguna distinción, se merecen ese reconocimiento; que este ”personaje“ (así lo califican), escribe medias verdades en sus escritos y que se inventa enemigos; que ha tenido una falta de agradecimiento para quien se lo otorgó, como es Doña María del Carmen Moreno Pérez, a la cual le ha faltado el respeto a su honorabilidad; y que no ha traído trabajo ni futuro para el término municipal de Águilas, sino todo lo contrario”.
Cabe describir ahora el perfil de la persona a la que se homenajeó en su día y a la que ahora se quiere silenciar y desprestigiar de esta mala manera. Pedro Costa Morata nació en Águilas en 1947 y es ingeniero de telecomunicaciones, doctor en sociología, profesor universitario y Premio Nacional de Ecología en 1998. A su activismo socioecologista le debemos que en la Región de Murcia no nos implantaran en 1974 una central nuclear en la Marina de Cope. Los ciudadanos de Águilas están aún más en deuda con su figura, aunque solo fuera por esta valiente actuación suya que impidió el desaguisado. En época de Franco había un joven ecologista que movió cielo y tierra para parar aquello: ese era Pedro.
Quien presenta la petición de revocación de la concesión de Hijo Predilecto de Águilas a Pedro Costa Morata es todo un expresidente de la organización patronal agraria ASAJA en Murcia, José Martínez Quiñonero, y hace unos días ya había reunido 300 firmas de apoyo. Por el otro lado, Pedro ha recibido el sostén decidido e inequívoco de partidos políticos de la izquierda murciana, sindicatos, asociaciones ecologistas, vecinales, sociales, etc. La izquierda ha querido ver aquí un evidente ataque ultraderechista: esto es una caza de brujas en la que los neofascistas van a por los rojos y a por los verdes, en todos los terrenos posibles. Según este planteamiento, lo que los ultras quieren hacer con Pedro es una batalla más en la guerra cultural que la extrema derecha plantea allá donde puede. Es de esperar que el actual gobierno local aguileño, presidido por un socialista, impida que esto llegue a su fin. De esa corporación depende que Águilas no haga el ridículo ni añada una página más a aquella famosa Historia Universal de la Infamia borgiana.
Pero siendo eso seguramente cierto, aquí hay más mar de fondo, claro. Lo que de verdad sucede es que Pedro Costa Morata, a sus 78 años, sigue luchando y denunciando todas las injusticias que detecta. Es también un articulista bastante impertinente, pone el dedo donde nadie más se atreve y señala corrupciones e irregularidades allá donde las ve, y pisa callos que duelen. El agropoder es uno de ellos, conectado con la especulación inmobiliaria y sus tentáculos en los ayuntamientos costeros. En algún artículo suyo reciente él dice que hay que denunciar una mafia local que afirma que hay instalada en los municipios de Águilas y Mazarrón, y señala incluso a un capo que hay en segunda fila de quien dicen que tiene a mucha gente cogida por semejante sitio y quien desde una secretaría municipal con muchísimo poder en la sombra es quien de verdad está moviendo los hilos por detrás para revocarle.
Decía Shakespeare en Hamlet aquello de “algo huele a podrido en Dinamarca”. Quizá en Águilas no hagan falta ni filósofos ni dramaturgos británicos, sino algo más pedestre: periodismo de investigación, o quién sabe si fiscalía. Porque ahí están pasando cosas, y no el ridículo argumento de la merma de un ego maltrecho, como quiere hacer ver la ultraderecha local menoscabando a Pedro, ni solamente el derribo de una estatua viva, como es Pedro Costa Morata, una voz necesaria e imprescindible, de las que quedan pocas en esta región tan cobardona y tan disparatada.
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