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Chévere sube a escena la lengua de signos en su “tutorial” sobre Hellen Keller, la sordociega más famosa del mundo

Chusa, Patricia y Ángela en la mesa de taller alrededor de la que gira todo

Luís Pardo

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Escuchar a Ángela Ibáñez es hipnótico. Sobre todo porque su voz no es su voz: es la de Chusa Pérez de Vallejo, actriz e intérprete de lengua de signos. Ella pone palabras a los conceptos que su compañera dibuja en el aire a una velocidad endiablada para un oyente, que es como los sordos como Ángela nos llaman a los que no lo somos. Todo lo que cuenta Chusa adquiere un significado más profundo apoyado en ese rostro y esas manos que no dejan de moverse y entonces se hace fácil entender por qué la lengua de signos también tiene su propia poesía.

Eso es algo que, tras un año de trabajo con ellas, ha aprendido bien Patricia de Lorenzo, la gran actriz del teatro gallego, rostro femenino de Chévere -Premio Nacional de Teatro en 2014- desde hace treinta años. Las tres se representan a sí mismas sobre las tablas en Helen Keller, a muller marabilla?, el último montaje de la compañía en coproducción con el Centro Dramático Nacional y el Teatre Lliure. En realidad, según el director, Xesús Ron, “un tutorial” sobre cómo acercarse a la faceta desconocida y militante de la sordociega más famosa del mundo, la niña prodigio que inspiró El milagro de Ana Sullivan.

Keller, nacida en Tuscumbia (Alabama) se graduó en Harvard en 1904. Fue la primera persona con su discapacidad que lo consiguió, y Sullivan la profesora que, desde los seis años y hasta su fallecimiento, la acompañó para obrar ese milagro. Desde niña, cada avance que conseguía era seguido con fruición por los lectores de periódicos de la Costa Este de Estados Unidos. Con 22 años, su autobiografía se convirtió en todo un fenómeno literario. El mundo la recordará así, pero en las casi siete décadas de vida que le quedaban por delante -murió con 88 años-, Helen fue una mujer comprometida con sus ideas en una época en la que podían costarle la vida. Demasiado “peligrosa” -en palabras de Patricia- para la imagen que primero Broadway y después Hollywood construyeron de ella.

“Ese relato oficial que se construye esconde otra parte importante de su vida”, dice Xesús, para quien la protagonista del espectáculo es mucho más que el modelo de superación al que se la redujo. Por eso la obra desvela lo que la historia esconde: “la vida que ella quiso vivir, no el mito que nunca quiso representar”. Keller se afilió al Partido Socialista el año siguiente a obtener el título universitario, pero pronto lo abandonó por considerarlo demasiado moderado. Inspirada por Lenin y la Revolución Rusa, sus opiniones se fueron radicalizando en medio de un entorno hostil como era el de los Estados Unidos en los años 20.

“Algunos de sus compañeros de la época fueron asesinados por el Gobierno, otros condenados sin juicio o con juicios irregulares mientras otros, directamente, se tuvieron que marchar. Ella se salvó porque, por su discapacidad, se la consideraba inferior”. Xesús resume los años de un período conocido como Terror Rojo, aunque en realidad los rojos fueron las víctimas: “Hubo una persecución legal muy parecida a la que vivimos aquí la década pasada: intentos de ilegalizar partidos, utilizar los mecanismos del Estado para perseguir a personas, deportarlas... Llegaron a encarcelar a más de 20.000 miembros de partidos socialistas o sindicatos de clase y otros cientos fueron asesinados”. Uno de ellos fue el sindicalista y cantante Joe Hill, precursor de figuras como Woody Guthrie o Pete Seeger. Keller, también militante del IWW, escribió un artículo para denunciarlo.

Cofundadora de la Unión Estadounidense de Libertades Civiles, envió una carta a un periódico de Alabama, el estado sureño en el que nació -era descendiente de destacados dirigentes de la Confederación- defendiendo a las asociaciones que luchaban por los derechos de las personas negras. No se quedó en eso: las apoyó con 300 dólares de la época, el equivalente a unos 3.000 dólares actuales. Cuando regresó a casa, se encontró “a todo su pueblo y los medios en contra”.

El descubrimiento de la cultura sorda

“Que vivas 88 años y sólo se conozcan los 20 primeros es un poco injusto”, reflexiona Chusa. Y eso en Estados Unidos. A este lado del charco, ni siquiera. Cuando se acercó a Chévere con su idea, a ellos lo único que les sonaba era el recuerdo difuso de la película dirigida por Arthur Penn. “Este proyecto está en mi cabeza desde hace mucho tiempo, desde que empecé a trabajar con personas sordociegas, pero pensaba que no sería posible sacarlo adelante”. Hace cuatro años, decidió intentarlo “pensando en grande”. “Escribí la carta a los Reyes Magos. Puesta a pedir, ¿a quién pides? ¡A Chévere!”.

Funcionó. El grupo acababa de finalizar los montajes de N.E.V.E.R.M.O.R.E., el espectáculo con el que recordaron los 20 años de la catástrofe del Prestige y “no tenían mucho que hacer”, dice la actriz. “Fue algo progresivo”, añade Xesús. “Ofrecer un apoyo, hacer un seguimiento al proyecto... pero la cosa fue madurando y y nos fuimos incorporando al 100% sin saber muy bien dónde nos metíamos ni cómo llevarlo a un escenario”.

La carta de deseos se completó con las incorporaciones del CDN y el Teatro Lliure. Chusa tenía claro que quería subir al carro a Ángela, a quien dio sus primeras clases de teatro antes de convertirse en la actriz que es hoy. Su presencia fue clave para abrir los ojos de los oyentes a la existencia de una cultura propia de las personas sordas, vehiculada a través de su idioma: la lengua de signos. “Tenemos mucha identidad sorda, sentimos que pertenecemos a una minoría lingüística”. Eso no quiere decir que niegue una discapacidad que necesita soluciones mucho más complejas que otras más visibles. “Para una persona ciega o para alguien que va en silla de ruedas, con una adaptación arquitectónica su barrera ya está derribada; con un sordo, eso no pasa”.

Como toda comunidad pequeña, ésta también es celosa de lo suyo. “Tenemos elementos de nuestra cultura propia, como el visual vernacular, que no queremos que se utilice mal”. Incorporarlo a la obra fue motivo de un arduo debate. “Es un tema sensible, pero pensamos que ese conflicto era interesante”, apunta Patricia. “Se trata de una forma artística perteneciente a la comunidad sorda donde se utilizan diferentes herramientas, una codificación de las imágenes, algo más visual que los signos. Los actores intentan imaginar en tres dimensiones lo que quieren construir para narrarlo de esa forma”.

Mientras Chusa le pone palabras, Ángela representa un viaje en coche por la ciudad, que acaba en un accidente, o da vida a todas y cada una de las letras que forman un nombre. Chusa acusa el esfuerzo de traducirlo. “Lo difícil es explicarlo oralmente, es visual, es prácticamente imposible”. Ver cómo funciona sobre las tablas el visual vernacular es, cuentan, un momento totalmente revelador para los espectadores. Como lo fue para este cronista.

Aunque los Chévere, que no dejan de experimentar con el lenguaje y los códigos en cada una de sus obras, se mueven aquí en un terreno inexplorado, han encontrado un punto en común entre la lengua de signos y el galego, el idioma que han utilizado a lo largo de toda su carrera: las dos son lenguas minorizadas. Por eso Ángela insiste en “cuidarla y proteger sus características; que se vaya deteriorando afecta a nuestra cultura, al respeto que queremos tener por ella”. Y puntualiza: aquí hay una gramática, esto no es mimo: “no son gestos, son signos; esa diferencia tiene que quedar clara”.

Cuando los subtítulos no son para los sordos

Toda la compañía ha tratado de aprender la lengua de signos y las tres actrices lo utilizan para comunicarse entre ellas. Patricia entrena ejerciendo de intérprete de Ángela mientras hablan Chusa o Xesús. “Ya tiene un A2”, bromea Ángela. “Antes intentaba resumir, pero ahora trato de contarlo todo... y hay muchos matices”. Le ha sorprendido cómo el público, acostumbrado a verla en infinidad de registros, la felicita por dominar ese nuevo lenguaje. Ella, consciente aún de sus limitaciones, deja la modestia aparte para presumir de que, por lo menos, el texto sobre el escenario, lo clava: “Me sale perfecto”, ríe.

La obra es totalmente bilingüe, con subtítulos “para los oyentes”. “Ya han protestado porque dicen que hay mucho que leer, pero queríamos que confrontasen con la realidad”, defiende Xesús. Para los sordos, no son una solución. Son muchos los que tienen problemas con la lectura, que no deja de ser la traslación a texto de un sistema sonoro que no comparten.

“Nosotros no escuchamos la radio, ni la tele. Cuando nuestros padres hablan entre ellos, no te enteras de nada, pierdes toda la información. La mayoría de las familias oyentes ni siquiera hacen el esfuerzo de aprender la lengua de signos por sus hijos”, señala Ángela, algo que a Patricia le parece “fortísimo”.

Esa barrera no ha existido en esta producción. “A mí siempre me ponían un intérprete en escena, que está muy bien pero, cuando se va, ¿qué hago? Me quedo sola en el camerino... Aquí fue diferente: todo el mundo aprendió”. Patricia le pregunta a Ángela si, además de eso, valora especialmente algo del propio espectáculo. “Está claro que es importante la visibilidad. En el teatro en Madrid es cada vez más común, pero no en el resto de comunidades. Espero que tenga consecuencias como espectadora, para poder ir a ver un espectáculo cualquier día y no sólo el día de la accesibilidad. Porque, ¿ese día que ponen? Subtítulos”, cuenta mientras se encoge de hombros.

Si las personas sordas tienen un lenguaje propio y una poesía propia, también tendrán una dramática propia. ¿Cómo corrige un director oyente a una actriz que no lo es y que emplea un código que él está descubriendo? “No puede”, sentencia Ángela. “Y aún hay otra dificultad”, añade Xesús, porque éste es un trabajo sin personajes. “La propuesta es contar una historia desde Chusa, Ángela y Patricia”, explica esta última, “es decir: la sorda, la intérprete y la oyente”. “Es la forma más real”, remata la intérprete.

Como Ángela representaba a Ángela, Xesús quería “verla a ella, algo neutro, desde la normalidad”. Sin embargo, “desconozco el nivel de expresividad de la lengua de signos. Las personas sordas utilizan los rasgos y la cara para comunicar y a mí me cuesta mucho decir que lo rebaje porque es parte de su lengua: es como si a ti te digo que escribas sin acentos”.

“Para un oyente que lo ve desde fuera es muy exagerado y por eso buscaba un nivel inferior, pero no sé dónde está el límite”. Lo mismo sucede desde el otro lado. “Cuando empezamos a aprender lengua de signos descubrimos la dificultad de muchas personas oyentes para activar la musculatura facial, enderezar los hombros... Hay gente que parece que tiene alguna patología de la musculatura”. Y eso dicho por Patricia, una actriz acostumbrada a transmitir con todo su cuerpo. “Como oyentes desatendemos muchos matices de la comunicación. Por ejemplo, aquí, cuando preguntas, tienes que levantar las cejas. Que no puedas utilizarlo nunca es... un poquito de discapacidad”. La tortilla se ha dado la vuelta.

Helen Keller, manual de instrucciones

Si eran pocos condicionantes, todavía faltaba uno más. El teatro documental de Chévere busca historias concretas, pequeñas, que permitan explicar algo mucho mayor. No sólo en N.E.V.E.R.M.O.R.E. Lo hicieron, por ejemplo, en Curva España, donde la anécdota era la muerte en accidente del ingeniero responsable de una vía férrea; o en Eroski Paraíso, a través de la transformación de una sala de fiestas en un supermercado. Pero esta vez, la protagonista les quedaba mucho más lejos.

“¿Cómo lo contamos? Lo intentamos a través de sus objetos, que no tenemos, de documentos y de testimonios de su vida”. Fabricaron a Helen en ausencia. “Imaginamos los elementos que acompañaron a esta mujer durante su vida y que pueden guardar alguna historia que sirva para contar la suya”. Lo mismo sucedió con las cartas. “En vez de encarnar a Hellen o a Ann Sullivan, tratamos de reconstruir su vida a través de las huellas que nos llegaron”. Las fotografías ofrecen otra paradoja: “de toda la parte que nos interesaba de su vida, no existen, fueron destruidas”. Así que en un archivo con miles de imágenes han tenido que buscar las que faltan.

Por eso, la escenografía es una mesa de taller, un maniquí y una serie de cajas con objetos y documentos a través de los que las tres actrices cuentan la historia de Keller desde el hoy. “Encontramos un dispositivo narrativo par transmitir esto al público y que funcionase en escena: narramos la obra como si fuese un libro de instrucciones para contar una obra sobre Helen”. Un tutorial en el que está presente, incluso, un fragmento de la película. “Era muy paternalista”, dice Ángela. “Es una peli que habla de su época y esta obra supongo que habla de la nuestra”, añade Xesús. Como todas las de Chévere, lo hace. Y lo hace además desde la paradoja, como ellos mismos señalan, “de aceptar que sea una mujer sorda quien rompa los silencios sociales o que sea una mujer ciega quien abra los ojos de la sociedad ante la injusticia que nos rodea”.

Helen Keller, a muller marabilla? se despide del Salón Teatro de Santiago este domingo 25 de febrero. Después, hará temporada en el Teatro Valle Inclán-CDN de Madrid en marzo y abril y en el Teatre Lliure de Barcelona en mayo. Por el medio, habrá tiempo para visitar Soria, Eibar y media docena de localidades gallegas. Todas las fechas, aquí.

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