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Adiós al Derby: cierra el histórico café de Santiago que frecuentó Valle-Inclán en su último año de vida

Imagen del interior del Café Derby, en Santiago de Compostela.

Daniel Salgado

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En marzo de 1935, Ramón María del Valle-Inclán decidió regresar a su Galicia natal. Enfermo de cáncer, buscaba ayuda de su amigo, el doctor Manuel Villar Iglesias, con consulta en Santiago de Compostela. Durante aquellos meses, los últimos de la vida del escritor, frecuentó los cenáculos intelectuales de la ciudad, nucleados por el galleguismo republicano. El Café Derby, entonces un local a la moda inaugurado seis años antes, fue uno de sus más célebres refugios. Su actual propietaria, Victoria Domínguez, acaba de anunciar que lo cierra. Y con él cierra una parte de la memoria compostelana que apenas recogen los libros: la que vivió en bares, cafés y tertulias durante el siglo XX.

“La decisión de cerrar estaba tomada hace tiempo. Pero la pandemia nos ha hecho acelerarla”, explica Victoria Domínguez, regente del Derby desde 1989 pero ligada al café desde, por lo menos, 1935, cuando nació. Fue en aquel año de la II República cuando su padre asumió en solitario la gerencia. Se la había traspasado, a él y a otros dos camareros, Avelino San Luis, “un hombre que cogió una taberna inmunda y la convirtió en un lugar para la élite”, señala Domínguez. La élite, según su consideración, la formaban catedráticos de universidad, escritores, abogados, médicos. El Derby, situado en un borde del casco histórico de Santiago, enfrente al edificio que ocupó el solar de la Inquisición en la Plaza de Galicia, ya era, en 1935, prácticamente el mismo bar que en 2020. El tiempo transcurría de otra forma entre sus paredes.

Mármol de Carrara y caoba cubana

Su mostrador de mármol de Carrara y un metro y medio de altura o sus hermosas vidrieras, “de cristal italiano, plomada y con una sensibilidad estupenda, construidas por una casa de Zaragoza”, son elementos del local protegidos por Patrimonio. A él llegó la primera cafetera expreso de la ciudad y sus mesas fueron las primeras en colocar manteles. Y en él las historias se cruzan con la historia. Zócalos de caoba traída de Cuba rodean la planta en esquina. Los frisos del techo los diseñó el pintor y escenógrafo Camilo Díaz Baliño, fusilado en 1936. Y los percheros metálicos, Alexandre de Fisterra, anarquista, inventor del futbolín y exiliado. “Mi padre me contaba batallitas del tiempo de la Guerra Civil”, relata Victoria Domínguez, “de soldados bailando en las mesas y haciendo diabluras propias de la soldadesca. Incluso de una bala que le pasó rozando la cabeza y rebotó en la caoba de los zócalos. No la atravesó”.

No solo el sorprendente Valle-Inclán izquierdista de sus últimos años se sentaba a disertar en las mesas del café. La dirigencia política e intelectual del Partido Galeguista, recordaría mucho más tarde uno de sus simpatizantes, Avelino Pousa Antelo, también lo hacía: Castelao, Rafael Dieste, Ramón Suárez Picallo... Incluso Federico García-Lorca, sostiene el editor y especialista en la historia cultural de Santiago Quique Alvarellos, pasó por allí en alguna de sus tres visitas a la ciudad en 1932.

Aquel Derby se encontraba en la entonces “milla de oro de la hostelería”, continúa Alvarellos. En 1930 se construyó enfrente, en la finca que había ocupado el edificio de la Inquisición, el Hotel Compostela. En el 31, el café Muelle adopta sus características actuales y es ahora el único superviviente de una época y una forma de vivir el ocio colectivo. Y en el centro de la Plaza de Galicia, el mítico edificio Castromil, que albergaba el Quiqui Bar, embajada del jazz. Otras hospederías calle Senra abajo se llamaban Europa, Argentina o la Perla. “Había toda un red cultural asociada a estas empresas en la época de la República”, señala Alvarellos. Que el levantamiento fascista y la guerra posterior tronzaron. Hasta el punto de obligar al señor Domínguez a cambiar el nombre del establecimiento.

“Derby sonaba anglosajón, a los aliados. Durante unos años, el café se llamó Imperial. En los 50 se recuperó el original”, cuenta. Fue apenas una década más tarde cuando entró por su puerta un joven aspirante a escritor, Alfredo Conde. “Yo venía a Santiago y procuraba ir al Derby para ver a la gente que admiraba”, dice. El hoy consagrado novelista, premio Nacional por Xa vai o griffón no vento (1986), buscaba aprender y el consejo de los sabios del galleguismo interior, como Domingo García-Sabell o Ramón Piñeiro, “aunque Piñeiro no era mucho de cafés”. “También podías ver a los poetas en alza”, añade, “a Arcadio López-Casanova, a Carlos Casares, a Méndez Ferrín. Pero ya no tengo memoria. Hace casi 60 años, muchacho”.

Andando el tiempo, Conde llegó a ser conselleiro socialista de Cultura en una Xunta tripartita formada por PSOE, Coalición Galega y Partido Nacionalista Galego entre 1987 y 1990. Desde su puesto intentó impulsar medidas para proteger el Café Derby. “No pude”, asegura, “porque no había legislación que lo permitiese. Y cuando la hubo, ya era demasiado tarde. Yo ya no era conselleiro. Pero es necesario protegerlo. Se trata de una joya del patrimonio cultural y monumental, del patrimonio emocional”. El debate de fondo tiene que ver con cómo una comunidad gestiona su memoria compartida, qué elige, qué descarta. Alvarellos comparte la opinión de Conde: “Hay una historia de Santiago que no es la del Xacobeo ni la del barroco, es la de los 150 últimos años, de sus bares y sus librerías. Si se pierde esa memoria, se pierde su identidad”.

El periodista Fernando Franjo ha dedicado parte de sus empeños a preservarla. Su libro 50 cafés históricos de España y Portugal (Alvarellos, 2014) o su blog La vuelta al mundo en 80 cafés así lo atestiguan. Y el Derby figura entre sus preocupaciones. “El establecimiento nació como foro de la burguesía”, comenta, “en los límites de la ciudad vieja. Allí fue brotando una cultura y por él pasaron los grandes de la intelectualidad gallega, Suárez Picallo, [el pintor] Carlos Maside, Dieste... Es sin duda un símbolo. Pero cafés así deben asumir el desafío del paso del tiempo y evolucionar para sobrevivir”. El turismo, cuyo modelo en Santiago de Compostela empieza a ser objeto de crítica, no dejó pasar inmune al Derby: “Es importante que no se conviertan en parques temáticos”. El café había perdido cierto carácter, viene a decir Franjo, quien, no obstante, aboga por que la ciudadanía se movilice “para que permanezca como un emblema, y quien lo coja sepa respetar lo que significa”.

“Apetecedores” no le faltan, a decir de Victoria Domínguez, que se hizo con las riendas del café en 1989, después de enviudar, “pero ya no es asunto mío. Nosotros estábamos alquilados”. Su pérdida, acierta a resumir Franjo, supondría la de “una parte intrínseca de la identidad de Santiago, una especie de usurpación”. Prácticamente, el final del rastro de una época.

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