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En este 'cole' futurista han impreso una mano en 3D para su compañera de clase

Beatriz junto a sus compañeros Marta y Javier, que participaron en la fabricación de su mano en 3D

Aroa Fernández

“La impresión 3D no tiene límites” es el título que escogió el profesor responsable de Tecnología e Innovación en el Colegio Europeo de Madrid, Jorge Calvo, para contar en el blog del centro la experiencia de crear una mano protésica para una alumna. Él, alma de la informática en el centro, junto a la profesora de primaria Esmeralda Velasco, son los artífices de este proyecto que acabó implicando a buena parte de la escuela con el único fin de ayudar a Beatriz.

La niña, actualmente en cuarto de primaria, nació sin su mano izquierda. Y aunque, como aseguran sus profesores, no tiene ningún dificultad para llevar a cabo sus tareas diarias, contar con una prótesis le podría facilitar algunas.

Beatriz ya contaba con una impuesta desde la Sanidad pública, pero, lejos de ayudarle, le perjudicaba. “Era una mano rígida, apenas le da movimiento de pinza y, además, era muy pesada: le provocaba lesiones en el hombro, cuello, así que tenía que estar haciendo rehabilitaciones constantes con fisioterapeutas”, explica a HojaDeRouter.com Velasco, tutora de Beatriz durante varios años. Así que la docente comenzó a investigar por internet y vio que en la nueva impresora 3D que había llegado al colegio algunos unos meses antes podía estar la solución. Se lo comentó a su compañero Calvo, lo vio viable y juntos se pusieron manos a la obra.

Lo primero fue buscar el diseño y adaptarlo a la mano de la niña. “Yo cada poco le medía la mano y ella, al principio, aunque yo se lo explicaba, no sabía muy bien para qué”, recuerda Velasco. Así empezaron a modificar y personalizar las piezas con programas de diseño como FreeCad o Cura3D, que también se enseñan en el centro.

En todo el proceso les sirvió de gran ayuda la colaboración de la organización  Enabling The Futureorganización  Enabling The Future, una gran comunidad de personas de todo el mundo que utilizan impresoras 3D para crear manos y brazos y luego los publican en la Red. Ellos les mandaron planos, les aconsejaron materiales, les dieron instrucciones para la impresión y les mostraron cómo debía ser el ensamblaje a través de vídeos.

Del montaje se encargaron directamente los alumnos. En solo dos sesiones, los compañeros de Beatriz tuvieron lista la mano. “Primero comenzaron puliendo las piezas para que se pudieran encajar correctamente unas con otras”, detalla Velasco. Y luego les tocó armarla. Esa fue su parte favorita, como aseguran Marta y Javier, dos de los alumnos participantes. 

“Incluso nos echaron una mano los mayores, en un recreo, para los tensores”, puntualiza Calvo, quien también ve en la tecnología una forma de transmitir valores. “No es solo utilizar los recursos, sino es también hacia dónde vamos con los recursos”, reflexiona. “Y con esto les enseñábamos a los niños que íbamos a ayudar a una compañera”.

El curso pasado, casi llegando a su fin, todo el colegio se reunió en el patio para entregarle a Beatriz su nueva mano. Cuando se le pregunta cómo se sintió al recibirla, una gran sonrisa le ilumina la cara y contesta tímida: “Muy bien”. Aunque lo cierto es que su profesora Esmeralda confiesa que estaba “un poco nerviosa”. “Me agarraba y no era capaz de articular palabra”, recuerda emocionada la docente. “Algo de vergüenza”, confiesa Beatriz.

Ahora la niña la tiene en casa y la utiliza, por ejemplo, para montar en bicicleta o en patinete y, como ella misma dice, “para coger cosas” gracias a su efecto pinza. No obstante, esta no es la mano definitiva. Desde el colegio pretenden construir otra más ligera y que le permita hacer más movimientos. Además, esta vez sí será de color azul, el preferido de la niña.

Aunque la nueva mano protésica ha sido un proyecto que ha llamado la atención de todos los alumnos, lo cierto es que en este centro privado de Las Rozas ya están familiarizados desde hace tiempo con la impresión 3D, la robótica y la realidad virtual.

Caminando entre dinosaurios o viajando a Grecia

Entrar en el aula de inmersión digital del Colegio Europeo de Madrid es encontrarse con gafas 3D, pequeños robots y un montón de tabletas y ordenadores. Es la sala desde donde nace el proyecto European Valley, pionero en el continente y con el que el centro busca adaptarse a las exigencias del siglo XXI.

“Utilizamos la tecnología como un recurso didáctico con el que los niños no solo pueden aprender, sino también tener vivencias con las que fijar mejor sus conocimientos”, explica la directora, Emma Pérez.

Con ello, Pérez se refiere a las clases de ciencias naturales en las que los alumnos estudian cómo funciona el corazón o el sistema digestivo viéndolo directamente en los cuerpos de sus compañeros gracias a la realidad aumentada. Así, mientras uno se coloca la camiseta de color verde programada para que se pueda captar desde una aplicación, el otro desde una tableta puede ver el interior del cuerpo humano y navegar por los órganos y huesos.

Incluso los alumnos pueden ir más lejos y viajar en el tiempo gracias a la realidad virtual. Lo hacen con unas gafas 3D y usando la aplicación pedagógica Google Expeditions. Si en el temario toca hablar sobre los dinosaurios, los alumnos los ven como si estuvieran a su lado en ese aula. “Es tan como si los vieran realmente que incluso gritan”, explica Velasco. Estas mismas experiencias les llevan a conocer las profundidades de un volcán o adentrarse en el interior del Partenón, en Atenas.

En la propia oferta formativa, los contenidos tecnológicos son fundamentales. Desde los 6 años los niños ya aprenden a programar. María Larios es una de las profesoras encargadas de acompañarles en esta aventura y lo hace como si fuera un juego. Con piezas de Lego construyen ranas, molinos y otra figuras que, después, con un sencillo lenguaje de programación, cobran vida. “Otra de las actividades que les encanta es la de ir guiando a un muñeco por un laberinto creando bloques de órdenes”, nos explica Larios mientras nos muestra el juego al que también se puede acceder, en abierto, desde la web del European Valley.

Como es lógico, según van pasando cursos la dificultad de las actividades va en aumento, así como las destrezas de los alumnos. Por ejemplo, en cuarto de primaria ya crean sus propios videojuegos.

“Es una simulación real de cómo se está trabajando en el mundo de la empresa, con compañeros y aportando”, explica Pérez. “Utilizamos todos los recursos necesarios para acercarles a la realidad y que tengan un aprendizaje colaborativo y cooperativo con el que el día de mañana puedan desenvolverse”, detalla.

Comprometidos más allá del colegio

“Nuestros alumnos deben saber que no todo el mundo tiene los privilegios que ellos tienen en su entorno”, apunta Pérez. Para ello también colaboran en diferentes programas solidarios. Uno de los más tecnológicos es el proyecto ION, que el año pasado les hizo ganadores del premio ‘Reto Tech’ de la Fundación Endesa. Su propuesta consistía en un molino desarrollado mediante impresión 3D y programado con Arduino, que tenía como objetivo llevar energía eólica a la comunidad masái de la escuela Eretore, en la aldea Arkaria de Tanzania.

Como cuenta Calvo, los alumnos diseñaron en 3D y de forma original las piezas del molino y las imprimieron. Además, crearon una app desde la que pueden controlar su orientación para conseguir una gestión más eficiente de la energía.

“Colaboraron alumnos desde los 12 a los 18 años de diferentes asignaturas, desde dibujo artístico para preparar las maquetas; pasando por física y matemáticas para las mediciones; o lengua, en forma de debates, para hacer las presentación en español y en inglés”, explica Pérez. Su siguiente objetivo es hacerlo realidad e instalar el molino en la escuela Eretore, para lo que ya están trabajando con varias fundaciones y ONGs.

Aunque no es el único reto en el que está inmersos. Este año vuelven a presentarse al concurso de la Fundación Endesa con otro proyecto para la misma comunidad. En esta ocasión, la protagonista es el agua. “Surgió de una lluvia de ideas en la que pensamos en cómo mejorar su entorno y vimos que tenían una necesidad real de agua, tanto para beber como para llevar una buena higiene”, explica Calvo.

“Así que vamos a hacer bidones con geometría y válvulas con física”, detalla entusiasmado y con muchas ganas de presentarlo el próximo 11 de junio “para, ojalá, volver a ganar”. En esta ocasión, cuentan con la colaboración de la Universidad Europea, donde acuden cada mes un grupo de alumnos de 12 años para trabajar sobre el proyecto con estudiantes de Grado.

El uso de la tecnología también preocupa

Desde el colegio también son conscientes de que la tecnología inunda nuestras vidas hasta tal punto que nos puede convertir en dependientes. Para evitarlo, han puesto en marcha un programa de salud digital. “Está claro que son nativos digitales, pero también tienen que saber utilizarlo”, reflexiona Pérez. Desde los dos años ya utilizan tabletas como un recurso pedagógico en el centro y, a partir de los diez, ya lo incorporan a su mochila en sustitución de cuadernos y libros. Desde ese momento, la formación sobre un buen uso es clave.

“Una vez al mes realizamos sesiones donde, por ejemplo, buscamos apps concretas y analizamos realmente los permisos que nos requieren para su descarga, cuáles son maliciosas, también les mostramos que verdaderamente una pantalla no te protege de lo que puede haber al otro lado, y a partir de la ESO, nos centramos mucho en las redes sociales”, explica Velasco.

Como medida de ciberseguridad, los profesores también han creado un buscador propio. “El Findvalley no es más que nuestro Google personalizado”Findvalley, explica Calvo. A través de él, limitan el acceso de las páginas de los alumnos para que naveguen sin miedo a topar con contenido inadecuado para su edad. Porque, aunque la tecnología sea la gran apuesta de este centro pionero en España, por encima de todo está la educación y el bienestar de alumnos como la pequeña Beatriz.

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Las imágenes son propiedad de Aroa Fernández (1,2,3) y el Colegio Europeo de Madrid (4)

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