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Cuando un simple cable roto obliga a una ciudad a declarar el estado de emergencia

Cuando un cable roto paraliza una ciudad

Lucía El Asri

A través de ellos circula la información de una punta a otra del planeta, hacen que sea posible navegar por internet a gran velocidad y facilitan la comunicación vía telefónica. Los cables de fibra óptica, submarinos o terrestres, conectan países y continentes a miles de kilómetros, incluso atravesando océanos, lo que los convierte en indispensables para que personas y sociedades no queden aisladas.

Los que cruzan grandes masas de agua habitualmente están protegidos por una armadura de acero porque tienen que soportar fuertes tensiones, corrientes marinas, la acción de animales o movimientos terrestres y, por lo general, “su reparación (en caso de sufrir algún daño) es más difícil”, explica a HojaDeRouter.com Ana García Armada, catedrática del departamento de Teoría de la Señal y Comunicaciones de la UC3M.

De los submarinos, son los cercanos a la costa los que suelen verse más afectados por culpa de la actividad humana, las anclas y el trabajo de los pescadores. Los terrestres, mientras tanto, suelen recorrer ciudades, campos y desiertos, enterrados a un par de metros de profundidad, por lo que no son accesibles para cualquiera (aunque esta cuestión no los hace menos vulnerables).

Explica Armada que es normal que dichos cables se rompan a menudo, pero eso no tiene por qué afectar a las poblaciones porque “no suele haber un único cable para unir varios puntos”. Sin embargo, siempre habrá zonas muy extensas, desérticas e incluso pequeñas islas que tengan que conformarse con una sola conexión. Cuando queda dañada, las consecuencias son múltiples: ¿imaginas pasar varias horas o semanas completamente aislado?

Los vecinos de Chalgrove, un pueblo inglés que no supera los 3.000 habitantes, despertaron un día de 2011 sin poder utilizar el teléfono y sin conexión a internet, después de que alguien robara más de 300 metros de cable durante la noche. Jo Murphy, del Chalgrove Parish Council, nos cuenta que los ingresos de muchos negocios (varias farmacias, quioscos y tiendas) se redujeron considerablemente, ya que buena parte de los compradores solían hacer uso de la tarjeta de crédito y aquel día no era posible emplearla.

“Estuvimos muy preocupados por los ancianos, ya que si se producía algún problema no podrían contactar con los servicios de emergencia”, explica Murphy. Por esta razón, pusieron en marcha un dispositivo especial para acudir presencialmente a más de 1.000 hogares y alertar de lo que estaba sucediendo.

Sin embargo, la preocupación era doble en un pueblo con tendencia a sufrir inundaciones. Allí, para hacer llegar bolsas de arena con las que desviar el agua, solían recurrir a un sistema de comunicación basado en llamadas telefónicas. “Fue un aprendizaje para nosotros. La comunidad se unió y todos se preocuparon por todos”. Una semana más tarde pudieron utilizar el teléfono de nuevo.

A principios de este año, algunos puntos de Arizona (Estados Unidos) vivieron una situación similar. Lugares como Phoenix, Sedona, Prescott y Flagstaff quedaron afectados. Según relata Ladd Vagen, director del área de información tecnológica de la ciudad de Flagstaff, al norte de Phoenix y en una zona desértica de difícil acceso, algunos “vándalos” encontraron un cable que había sido desenterrado por lluvias monzónicas recientes. “Utilizando una sierra para metales comenzaron a cortar pensando que era cobre, pero en realidad era la fibra que conecta el norte de Arizona a internet”. Cuando se dieron cuenta lo abandonaron, dejando un corte parcial que, sin embargo, acabó afectando a CenturyLink, uno de los principales proveedores de la región, y a alrededor de 69.000 personas.

Fue a eso de las dos de la tarde cuando los ciudadanos se dieron cuenta de que no podían comunicarse, una situación que se prolongó hasta alrededor de las seis. El proveedor tuvo que localizar el lugar exacto en que se había producido el corte (tras buscar minuciosamente a lo largo de muchos kilómetros) y lo restauró en ese tiempo, aunque parcialmente, por lo que su servicio funcionó de forma intermitente hasta que el cable fue completamente reparado, blindado y enterrado de nuevo.

Algunos alumnos se sentían molestos porque no podían conectarse a internet, ni estudiar o terminar sus tareas, “pero nosotros lo tomamos como un inconveniente temporal”, explica Eric Dale, un portavoz de la Universidad del Norte de Arizona, y añade que a él le fue útil para evitar distracciones. Stan, un ciudadano de Flagstaff, admite que tuvo suerte: apenas se dio cuenta de lo que ocurria porque en el edificio donde trabaja obtienen conexión de varios proveedores.

Por eso “la situación fue manejable” para él, aunque muchos comercios tuvieron que cerrar sus puertas durante esas horas, las cafeterías donde la gente suele trabajar con ordenadores vieron cómo sus clientes se marchaban y los vecinos entendieron hasta qué punto dependían de la tecnología. “Algunos se sorprendieron de que un simple cable en medio del desierto pudiera perjudicar gran parte de nuestras comunicaciones”, añade Stan.

En Tinian, Rota y Saipán, tres de las principales Islas Marianas del Norte, situadas en el océano Pacífico, han vivido una situación mucho más grave recientemente. El 8 de julio, el cable submarino que conecta a las islas con Guam sufrió una rotura devastadora, haciendo que cerca de 53.000 personas quedaran aisladas por completo durante días. Las comunicaciones no se restauraron totalmente hasta pasadas tres semanas. “El Gobierno central declaró el estado de emergencia”, explica Andrew, un ciudadano de Saipán.

“No pudimos mirar el 'email' durante una semana. Pude acceder a Facebook en la segunda (aunque de forma lenta), pero no podía utilizar el teléfono ni descargar archivos”, añade Cherrie, otra habitante de la isla. Además, los principales diarios 'online' del territorio pasaron más de seis dias sin poder actualizar las noticias.

La interrupción total de la comunicación por internet y teléfono duró entre 48 y 72 horas. Al tercer día, algunos bancos comenzaron a funcionar y también sus cajeros, lo que permitió obtener dinero en efectivo para comprar recursos básicos (las tarjetas de crédito tampoco funcionaban, claro). Para algunos, la experiencia fue todo un aprendizaje. “Por eso saqué mucho de lo que había estado ahorrando”, afirma Andrew.

Él fue testigo de cómo la rotura también causó problemas en el aeropuerto de Saipán, donde “las compañías aéreas no fueron capaces de dar información sobre los vuelos a los viajeros”. A la una y media de la madrugada algunos pasajeros - turistas y residentes - esperaban su salida hacia Manila, pero dos horas después no sabían qué había sucedido con su vuelo.

“A las cinco y media el aeropuerto empezó a explicar la situación y muchos se enteraron de que nuestras islas se habían desconectado del mundo real”, explica Andrew. Muchos perdieron sus aviones y durmieron en el recinto, sobre el suelo. Una persona enferma en silla de ruedas que tenía que ser trasladada a un hospital no pudo ser atendida.

Una situación de desconexión completa como la que se vivió en las Marianas es “peligrosa” porque allí los tifones son habituales. Sin acceso a la previsión metereológica, no hubieran podido enterarse con antelación de la llegada de uno. Muchos buscaron soluciones alternativas sin éxito.

¿Un plan B?

A pesar de que las conexiones por cable suelen ser las principales, y aunque pequeños territorios solo tengan uno, García Armada explica que siempre hay una alternativa: conexiones de radioenlace o satélite que, aunque suelen ser más lentas y caras, se utilizan cuando algún cable sufre daños sobre todo para emergencias. Suelen ser una solución más rápida que arreglar el propio cable.

En las Islas Marianas del Norte, una tormenta reciente había dañado la conexión de radio. De ahí que se quedaran completamente desconectados, aunque “este no suele ser un caso normal”. Respecto a Arizona, según comenta Vagen, solo el cable de fibra óptica da acceso a internet, no tienen radioenlaces, lo que explica que muchas zonas perdieran la comunicación.

En el caso de los cables terrestres, “es normal que sucedan estas cosas en territorios muy extensos como Estados Unidos o zonas rurales”, como en el ejemplo de Chalgrove. En sitios como este es posible que nadie sea testigo de la sustracción de un cable, aunque “lo normal es que la mayor parte se encuentre en territorio urbano o cerca de las vías del tren, que están vigiladas”.

En cualquier caso, la ingeniera envía un mensaje tranquilizador: “A pesar de las noticias aisladas no es nada común, es muy difícil” que se produzca una desconexión total por un cable dañado, al menos en paises desarrollados donde las redes están bien diseñadas para evitar este tipo de inconvenientes. Los que no pueden vivir sin WhatsApp pueden estar tranquilos.

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Las imágenes utilizadas en este artículo son propiedad, por orden de aparición, de: slgckgc, Google Images, Sam Churchill y Commander, U.S. 7th Fleet

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