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De una Mallorca ‘secreta’ y curiosa

28 de enero de 2025 12:25 h

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Siempre se ha dicho que las celebridades escogen Mallorca para sus estancias por la indiferencia que muestran los oriundos a su presencia en nuestro territorio. Al mallorquín auténtico, el que lo es en sus dos apellidos, le da lo mismo si llega Cameron Díaz, Brad Pitt o Jeff Bezos. Si Errol Flynn se emborracha en la plaza Gomila o en el barrio de San Agustín o si quien se aloja en una casa en Andratx es Claudia Schiffer o Pere Ferrer. Así, se muestra impasible al hecho y lo único que probablemente quiere el autóctono es que no le molesten; que su libertad o rutina no se vean interrumpidas por alguien de renombre. He ahí el quid. Con todo, la curiosidad también mata al gato. La misma que alimenta el morbo o la alcahuetería; la que me aborda al preguntarle a un familiar cercano qué pasó después de que me suelte “yo besé a Ava Gardner” y cuya respuesta queda enmarcada en una nube fugaz de pasión. La isla balear las ha visto de todos colores y singularidades. Ha sido escenario de affaires reales; de retiros espirituales; de testimonios de tinte beodo; de posados veraniegos y mucho más. Ahora recuerdo algunos momentos vividos unos años atrás.

La primera. Una noche de agosto (debían ser las cinco de la madrugada), Tiffany Trump accede a un piso de la calle San Magín para asistir a un ritual de energías y chakras sin que los noctámbulos paseantes se percaten de ello, ni de la presencia de los agentes que en ese momento la escoltan. Alejada de corbatas y de los negocios del padre, la entrada de Tiffany me recuerda a Anna Scott, Julia Roberts en Notting Hill, cuando se cuela en la casa de Hugh Grant sin querer ser vista por las miradas más intrépidas. Arriba, una amiga íntima la espera con todo el set preparado. Velas, culto y tal vez un generador de energía decoran el ambiente. En la calle, varios furgones negros con agentes armados hasta los dientes escoltan la zona y cuatro parejas y un alma solitaria, que deambulaban felices, piripis, sin saber que dejan a mano derecha un contenedor vestido con cámaras y cuatro grandullones que nada tienen que ver con Magaluf. Qué divertido es estar en el lado oculto de los sucesos o colarse por la mirilla de quien hace una confesión única.

La curiosidad llena y engancha. Es sorpresivo que un miembro del equipo de la comitiva de Michelle Obama dé positivo en explosivos después de haber arrastrado con sus dedos el hollín del capó de uno de los vehículos del convoy en el que se encuentra. O que un agente del Servicio Secreto haga esfuerzos extra por las pistas del aeropuerto para portar los vestidos y dibujos de pintores locales que la ex primera dama estadounidense adquiere en la isla. El arte pesa y cotiza, sobre todo cuando quien lo lleva ‘tiene peso’. Llamativo es que el mejor cliente de un bar de Palmanova sea un hermano del rey de Arabia Saudí o que Michelle invite a una reunión de amigos a la reina Sofía en Ses Planes, la extensa finca que Marieta Salas (años ha tuvo un romance con el príncipe Tchkotoua, amigo íntimo del rey Juan Carlos) tiene en Esporles. Anecdótico es ver cómo el ex CEO de Google, Eric Schmidt, tenga que saltar abruptamente de un dingui en Cala Bendinat para llegar a tiempo a una reunión de amigos en mesa con mantel blanco, entre los que se encuentran James Costos, uno de los embajadores con más charm que ha tenido Estados Unidos en su historia, y su pareja. Estas son algunas anécdotas breves en una reflexión última: el gato no morirá nunca porque la curiosidad alimenta.