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Donde Amanecer Dorado ya ha sido primer partido

Octavillas de Amanecer Dorado en el suelo. / Clara Palma

Clara Palma Hermann

Un goteo incesante de votantes se va dejando caer por el colegio electoral de Ambelokipi. Junto al instituto de enseñanza secundaria, la verja de la cancha adyacente está cubierta de pancartas de Syriza. Sin embargo, la mesa electoral 806, una de las cuatro a las que se accede desde el patio, saltó a la fama en 2012 por un motivo bien distinto. En ella, el partido neonazi Amanecer Dorado obtuvo uno de sus mejores resultados de todo el país, saliendo elegido primer partido con un 22,2% de los votos.

Pero resulta difícil de determinar hasta qué punto ello refleja una preferencia de los vecinos de este barrio de clase media-baja. Es en su colegio electoral en el que votan gran parte de los policías de servicio, puesto que el Directorado General de Policía de la prefectura del Ática se encuentra a una manzana escasa de distancia. Basándose en los datos facilitados por el Ministerio del Interior, tras los comicios de 2012 la cadena Al Jazeera estimó que la práctica mitad de los policías de la capital habían votado por la formación ultraderechista.

La jornada ha transcurrido sin incidentes, según asegura un interventor electoral de Kínima, el nuevo partido creado por el exprimer ministro Yorgos Papandreu. Hace gala de un buen humor que contrasta con la atmósfera depresiva que reina en la sala, interrumpida sólo por una voz monótona que lee en voz alta el número nacional de identidad de los votantes.

Los ánimos no están mucho más animados entre los que aguardan en la cola para entrar. En particuar los jóvenes reaccionan con suspicacia ante cualquier pregunta y se niegan a soltar prenda. Eleni es una jubilada que ha acudido con varios de sus hijos y nietos. Su familia está pasando por momentos difíciles, asegura. “Estamos en una situación dramática, sólo Dios sabe lo que va a pasar,” dice con un fuerte acento, que la hace parecer extranjera, a pesar de que lleva décadas en Atenas, tras abandonar su Épiro natal. Ahora, uno de sus hijos acaba de emigrar a Suecia. “Necesitamos ayuda, no tenemos trabajo,” se lamenta. Califica las elecciones de “última esperanza”, sin que quede claro si las ve como una posibilidad de cambio o como la última opción para preservar al país de la catástrofe. “El voto es secreto”, repite varias veces riendo.

Omar fuma un cigarro mientras espera a que salga de votar su esposa, de nacionalidad griega. Él no puede hacerlo; hace 9 meses que llegó de Siria. No domina el idioma y afirma no entender bien la situación política del país. Si tuviera que elegir, afirma que votaría al Partido Comunista. “Quizá sean la mejor opción para Grecia,” explica en un inglés vacilante.

“Creo que va a ganar Syriza. Y eso, en cualquier caso, será bueno por lo menos para España,” dice con mirada pícara Nikos, un jubilado que cuenta también con la nacionalidad irlandesa, aunque cuenta que su familia es de origen italiano. “Todos los políticos son iguales en el fondo”, afirma, aunque ha votado a los mismos que en 2012 y considera que en este caso hay razones para el optimismo.

Entretanto, al acercarse las 12 del mediodía, sigue aumentando el flujo de gente. Algunos ancianos, sentados en los bancos, bromean con los policías que montan guardia en el patio, mientras van llegando algunos de sus compañeros, en este caso de paisano, a ejercer su derecho al voto.

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