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El camino accidentado de Suecia hasta cruzar las puertas de entrada de la OTAN

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, estrecha la mano del primer ministro sueco, Ulf Kristersson.

Òscar Gelis Pons

Copenhague —

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Desde este lunes, la bandera de Suecia ondeará junto a las de los otros 31 aliados frente la sede de la OTAN. Un paso simbólico con el que el Estocolmo llega a la meta de un proceso de ingreso tortuoso que ha durado casi dos años salpicados de disputas diplomáticas y que pone fin a su postura centenaria de evitar alianzas militares.

El último escollo parecía ya definitivamente superado a finales de febrero con la aprobación del Parlamento de Hungría del protocolo de adhesión sueco, recibida con alivio en Estocolmo, pero las ceremonias de bienvenida preparadas en Washington y en Bruselas se tuvieron que volver a aplazar. El impedimento esta vez fue el retraso en la firma por parte del nuevo jefe de Estado húngaro, trámite que se completó el martes pasado y permitió al país nórdico rematar las formalidades. Finalmente, Suecia certificó su histórica entrada en la Alianza el jueves, tras depositar el documento de acceso en Washington.

Más allá de los últimos contratiempos, el proceso de ingreso de Estocolmo en la OTAN ha estado marcado por el bloqueo de dos países y el choque con sus dos líderes, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y el primer ministro húngaro, Viktor Orbán.

La invasión de Ucrania por parte de Rusia desencadenó que Suecia y Finlandia tomaran la decisión de dejar su estatus de no alineación militar en un giro histórico en la política exterior de los dos países nórdicos. Los gobiernos de Estocolmo y Helsinki tenían la esperanza de que el proceso sería fácil y se podría completar con rapidez, ya que los dos países formaban parte de la Unión Europea y en los últimos años habían estrechado los acuerdos y la cooperación militar con los aliados de la OTAN.

Sin embargo, para Estocolmo, este escenario ha estado muy alejado de la realidad. Mientras que Finlandia se convirtió en abril del 2023 en el miembro número 31 de la Alianza, el camino de Suecia, que presentó la solicitud de entrada junto a su vecino nórdico en mayo de 2022, quedó estancado durante meses y ha estado marcado por las concesiones y el precio que ha tenido que pagar para convertirse en un nuevo miembro de la OTAN. 

Concesiones a Erdogan 

Durante el verano y el otoño del 2022, la solicitud de ingreso de Suecia fue aprobada por 28 de los 30 parlamentos de los países aliados. Solamente quedaban las inciertas aprobaciones de Turquía y Hungría. Pero ya desde un buen inicio, el presidente turco Erdogan señaló que no tenía la intención de dar luz verde mientras Suecia diera refugio político a personas consideradas terroristas por el Gobierno de Ankara, en referencia a miembros del Partido de los Trabajadores del Kurdistan (PKK) y otros grupos kurdos y opositores que tienen asilo en Suecia.

En junio del 2022, bajo la cumbre de la OTAN en Madrid, Turquía consiguió sacar la primera concesión al país nórdico. Allí se acordó el levantamiento del embargo por la venta de armas que Suecia aplicaba a Turquía, sin que se revelaran los detalles de qué equipamiento se habían incluido en el acuerdo, y sin que Ankara hubiera cambiado las políticas hacia sus países vecinos que hasta ahora justificaban el embargo.

Pero una de las decisiones más polémicas vino con la implementación de la nueva ley antiterrorista en mayo del 2023 por parte del Ejecutivo de Ulf Kristersson, una medida aprobada con la esperanza de persuadir a Erdogan. La ley aumenta las penas de prisión por los delitos relacionados con el terrorismo, incluyendo a las personas condenadas por apoyar a organizaciones consideradas extremistas. La comunidad kurda en Suecia (entre 50.000 y 100.000 personas), ha denunciado que las autoridades policiales suecas y los servicios secretos (Säpo) están aumentando la vigilancia y sometiendo a investigaciones a los solicitantes de asilo kurdos en el país, y que se han cerrado cuentas bancarias de organizaciones benéficas kurdas. En paralelo al bloqueo de Ankara, las manifestaciones prokurdas y las quemas del Corán que tuvieron lugar en Estocolmo el año pasado enfurecieron a Erdogan, que echó mano de ellas para continuar rechazando el ingreso de Suecia en la alianza militar. 

Para el líder turco, el ingreso de Suecia también ha servido para presionar a Washington con la compra de aviones de combate F-16, cuya venta a Ankara había sido bloqueada por el Congreso estadounidense, algo que también ha estado vinculado directamente el visto bueno a la entrada del país nórdico. 

Finalmente, frente a las promesas del Ejecutivo de Kristersson de aumentar el presupuesto militar sueco en un 28% para 2024, el presidente Erdogan dio la luz verde a Suecia el pasado octubre. De esta forma, los escandinavos superaban uno de los mayores obstáculos en el proceso, que se confirmó cuando el Parlamento turco aprobó la ratificación a finales de enero.

Kristersson también cede ante Orbán 

La otra piedra en el zapato para Suecia ha sido Hungría. Junto con Erdogan, el primer ministro ultranacionalista Viktor Orbán es el socio de la Alianza que mantiene una posición menos beligerante frente a Rusia. En el inicio del proceso, Budapest no dio explicaciones claras para justificar el retraso del voto, mientras que Orbán insistía en que no sería el último país en dar el apoyo.

Pero las tensiones y el tono entre los dos países se endurecieron cuando Hungría acusó a los políticos suecos de decir “mentiras descaradas” sobre la democracia húngara. En el último año, los políticos y los medios de comunicación húngaros han señalado a Estocolmo por defender todo aquello que Hungría no quiere ser: un país con una gran inmigración, con tolerancia hacia el colectivo LGTBI, considerado generalmente de izquierdas y políticamente correcto.

Suecia también ha estado entre la docena de países de la UE que respaldaron una acción legal interpuesta por la Comisión Europea contra Budapest ante el Tribunal de Justicia de la UE por una ley de 2021 que discrimina a las personas LGTBI en el país. Balázs Orbán, mano derecha del primer ministro, acusó a los políticos suecos de “falta de respeto” y “superioridad moral”, y de cuestionar continuamente el Estado de derecho y la democracia en Hungría.

Finalmente, fue necesaria una última concesión de Estocolmo para convencer al líder húngaro. Después de decir que no tenía intención de ir a Budapest antes de que se aprobara su adhesión, Ulf Kristersson tuvo que tragarse el orgullo y viajar a la capital húngara en febrero. La reunión sirvió para firmar un acuerdo de cooperación militar que permitirá a Hungría poder comprar cuatro nuevos aviones de guerra Gripen C de fabricación sueca. En la rueda de prensa para anunciar el acuerdo, Kristersson afirmó: “No estamos de acuerdo en todo, pero sí estamos de acuerdo en que deberíamos trabajar juntos más activamente”. 

El precio a pagar 

Con el camino ya despejado, casi dos años después de tocar a la puerta de la OTAN, en Suecia hay voces críticas que lamentan las concesiones hechas en el largo proceso de adhesión. “El Gobierno sueco ha caído irremediablemente en las manos de dos demagogos políticos como Erdogan y Orban”, escribió el periodista y analista político Jonas Gummesson, en las páginas del periódico Dagens Nyheter.

En el mismo periódico, el analista Tomas Ramberg señaló: “Antes del ingreso en la OTAN, la línea oficial era apoyar a las fuerzas democráticas en Turquía, y ser claros en señalar las violaciones de derechos humanos en el país”. “Las concesiones a Turquía también han puesto contra las cuerdas la libertad de expresión en Suecia”, dice el autor. “La mayoría de suecos continúan dando apoyo a la adhesión, pero ya se ha demostrado que el camino hacia la OTAN tenía un precio a pagar”. 

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