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La crisis económica en Argentina acerca a los jóvenes a las ideas más radicales de la derecha

Santiago Ravera, de 21 años, estudiante de Economía, presidente electo del centro de estudiantes de la Universidad Torcuato Di Tella de Buenos Aires

Ayelén Oliva

Buenos Aires (Argentina) —

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“Si tu abuelo estuviera vivo, ve que te hiciste 'menemista' y se muere de vuelta”. Ese es el mensaje de WhatsApp que Felipe, de 18 años, estudiante de la carrera de Tecnología Digital, recibió de su padre después de compartir en redes sociales que se sumaba a las filas del Movimiento Estudiantil del Nuevo Encuentro Mayoritario (MENEM). El acrónimo no es más que la estrategia que encontró un grupo de estudiantes de la Universidad Torcuato Di Tella para llevar un nombre propio como sello de su organización política, algo que no está permitido por la universidad. Pero además, en Argentina, ese apellido pesa.

Carlos Saúl Menem, presidente entre 1989 a 1999, se convirtió en símbolo de las políticas ortodoxas y del plan de convertibilidad, que equiparó un peso a un dólar, para frenar la hiperinflación que en 1989 superaba el 3.000%. En el plano político, Menem inauguró la cara neoliberal del peronismo. Fueron en esos años, que la clase media alta vivió la euforia de consumo y los viajes a Miami. Pero también, la aspereza del endeudamiento y el crecimiento de la pobreza.

“Menem es un nombre prohibido, admirado en secreto y latente en todo el espectro político”, dice el documento de la agrupación estudiantil, donde la estética moderna con guiños a la extrema derecha global están presentes. El retorno de estas ideas responde a la profunda crisis económica que vive el país desde hace más de media década. La inflación interanual del 88%, que podría cerrar este año por encima del 100%, alimenta una pobreza que alcanza al 40% de la población. En simultáneo, crecen los “trabajadores pobres” que, a pesar de tener más de un empleo, no llegan a cubrir el costo de vida del mes.

“La recuperación de la era de Menem tiene que ver con los problemas que éste vino a 'resolver', que son muy parecidos a los que tenemos ahora”, dice Pablo Touzón, politólogo y autor del libro Qué hacemos con Menem. “La sombra del 'menemismo' crece a la luz de las experiencias fallidas. No solo del actual gobierno peronista sino del anterior, de Mauricio Macri, que coinciden en no haber podido encontrarle una salida a la perenne crisis económica que vive Argentina”.

A un año de las elecciones presidenciales, el diputado libertario Javier Milei, con vínculos con la extrema derecha de Vox en España, paso a ser el nuevo protagonista de la política argentina. En las elecciones legislativas del año pasado, Milei se convirtió en novedad después de conseguir el tercer lugar, con el 16% de los votos, en la ciudad de Buenos Aires. A pesar de ser nuevo en la competencia electoral, Milei se consolida con una imagen positiva a nivel nacional del 42%, según la consultora Zubán Córdoba.

En las elecciones pasadas, Felipe votó a Milei. Igual que la mayoría de los estudiantes que integran su agrupación política. Pero ellos no son la excepción sino parte de una tendencia política. Entre los jóvenes de 16 a 29 años, Milei es el político mejor valorado, con 57,3% de imagen positiva. Mientras que, a medida a crece la edad de los consultados, decrece su adhesión, según datos de la consultora Trespuntozero.

El caos como método

“Yo me acerqué a la política en sexto grado, cuando tenía 12 años, siempre quise dedicarme a la política. Desde chiquita iba a 'cacerolear' [modo de protesta] en el balcón. En ese momento, decidí que iba a dedicarme a la política”, dice Olivia, de 18 años, estudiante de Relaciones Internacionales, sentada en una mesa de Pizza Cero, tradicional símbolo del consumo de la década de los 90, rodeada por otros siete compañeros de militancia. “Ella es la más 'gorila' [anti-peronista] de todas. Estamos en un proceso de ablande”, dice Facundo, diseñador gráfico de 28 años, sobre Olivia, despertando la risa masiva.

La identificación ideológica les pesa. Entre risas dicen que son de “extrema derecha”. Pero lo que buscan es provocar. Para ellos la división entre izquierda y derecha es cosa del pasado. La pelea es ahora contra la “casta política”, que no es igual a decir “contra la política”. Ellos quieren “más política” para cambiar las cosas. “Si nos dicen que somos de ultra-derecha está bien, no nos incomoda”, dice Ezequiel, estudiante de Ciencia Política, de 19 años.

La experiencia argentina se enmarca en un tiempo donde las identidades políticas parecen haber dejado de representar un sistema de desigualdad basado en la diferencias de clases, como dice el sociólogo François Dubet en su libro La época de las pasiones tristes, por las desigualdades individuales. Para Esteban De Gori, doctor en Ciencias Sociales y investigador en la Universidad de Buenos Aires, estas derechas se suben a un proceso de “individualización radical”. “La individualidad áspera y quemada lidia sola frente a las intemperancias económicas”, dice De Gori.

Para Facundo, extremar la confusión es el método para hacer política. Cuando se le pregunta sobre la volatilidad de sus etiquetas ideológicas contesta: “Lo que queremos es generar caos. Un poco te insultan todos, un poco te celebran todos”. Por eso, “Menem es todo lo que vos quieras que sea”, dice. En momentos de ausencia de brújula política, donde los partidos y líderes tradicionales parecen no dar respuesta, algunos argentinos recuperan antiguas ideas, que combinan con nuevas modos de expresión, para pensar la política. “La consigna de la Argentina de hoy parecería ser: elige tu propia derecha”, dice Touzón.

A diferencia del resto de sus compañeros, Santiago Ravera, de 21 años, estudiante de Economía y presidente electo del centro de estudiantes de la Universidad Torcuato Di Tella de Buenos Aires, calcula cada palabra. Santiago es el único de los ocho que dice que en las últimas elecciones de medio término votó “en blanco”, aunque la confesión suena poco creíble para el resto de sus compañeros, que se miran desconcertados ante la confesión. Si bien no tiene problema en hablar sobre las conversaciones que mantiene con los distintos políticos, Ravera cuida con recelo la libertad que hasta hoy no lo ata a ningún partido.

“En cuanto la elección nacional no hay ningún referente que te pueda decir que lo votaría”, dice Santiago. El estudiante de economía asegura que nadie del espacio político de Mauricio Macri se acercó a felicitarlo por la victoria en la elecciones en las que ganaron la presidencia del centro de estudiantes, mientras sí lo hizo gente cercana a Milei y también un sector peronismo que representa el actual ministro de Economía, Sergio Massa, dirigente del Frente Renovador.

Las identidades políticas que antes daban pudor en Argentina se han convertido ahora en reivindicación. Y eso tiene que ver, para Touzón, con un proceso de cierre del gran ciclo de la recuperación democrática iniciada en 1983. “Después de la masacre de la dictadura, la 'derecha' ha sido durante muchos años mala palabra. Las expresiones culturales fueron casi homogéneamente progresistas, incluso cuando no perteneciesen al mismo partido o movimiento político. Hoy todo eso esta en crisis”.

Los cambios en la tecnología también han jugado un papel en el crecimiento de estas expresiones políticas. Para De Gori, el hecho de que los más jóvenes puedan conseguir un trabajo con una aplicación de móvil, como en el caso de repartidores, conductores o manitas, sin superiores directos y con formas irregulares de empleo tiene “impacto en la mirada que tenemos del Estado, del mundo del trabajo, de las experiencias de la vida cotidiana y hasta del sexo”.  

La palabra maldita

“¡A mí no me corren más! No nos pueden correr más. Ningún 'progre' nos puede correr. Ese discurso 'progre', cínico, no me lo banco más. No más”, dijo el expresidente Mauricio Macri hace unas semanas, en un intento por agitar a sus bases electorales más radicales, ante una audiencia que estalló en aplausos en la presentación de su nuevo libro Mauricio Macri: Para qué.

Todos coinciden en que la radicalización de Macri, presidente argentino de 2015 a 2019, es un elemento relativamente nuevo, que no se vio en su candidatura de siete años atrás. Pero existen distintas explicaciones sobre el fenómeno. Para muchos, este es el “Macri auténtico”, un político que un momento de radicalización del debate público puede mostrarse tal cual es sin que eso implique un costo electoral. Para otros, “Macri actúa”. Lo que busca el expresidente, según estos jóvenes, es resultar una propuesta atractiva a un electorado que le pide dar un paso más hacia la derecha.

La búsqueda de una asociación de lo “progre” como despectivo no se da solo en Argentina sino que acompaña el clima de época. En Estados Unidos, hace unas décadas que la palabra woke ha estado asociada a todo lo que antes podía calificarse de “políticamente correcto”. En sus orígenes en las comunidades negras de Estados Unidos, woke era usado describir a las personas que demandaban una ampliación de derechos sociales a las minorías, según explica The Conversation.

Lo irónico es que en Argentina la palabra “progresista” tiene mala prensa no solo para la centro-derecha y la extrema derecha sino también para una parte de los peronistas, en especial, para los kirchneristas que la aplican como sinónimo de “blando”. Estos últimos, le reconocen al progresismo, que asocian al presidente Alberto Fernández, la ampliación de derechos civiles, como en temas de género y minorías, pero lo desestiman por no enfocarse en lo más urgente. “En un país donde la pobreza es un problema estructural, agregamos a la agenda el lenguaje inclusivo, el documento travesti y trans, pero tenemos 40% de pobres”, dice Victoria Liascovich, de 17 años, militante peronista.

Felipe describe a sus padres como “progresistas”. Pero el progresismo para Felipe no lo representa el gobierno peronista del Frente de Todos, del presidente Alberto Fernández. Mucho menos los partidos de izquierda. Para Felipe el “progresismo” es Juntos por el Cambio, la coalición política de centro-derecha que llevó a Mauricio Macri a la presidencia. En especial, Felipe hace referencia al alcalde de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, posible candidato a presidente en 2023.

En una vereda distinta está Valentino Díaz Fontau, estudiante de Derecho, coordinador nacional de Estudiantes Organizados. Para Valentino, que se define de “centro-derecha tendiente al verdadero liberalismo”, las posiciones más radicales ganan terreno entre los más jóvenes por el hartazgo de escuchar un discurso viejo desde el Gobierno. “Los discursos se repiten y eso empieza a aburrir. El kirchnerismo tiene pocos puntos, que los repitió en bucle por años. Mientras que la sociedad y la economía cambian diariamente, no puede ser que el discurso kirchnerista no lo haga. Por eso, hoy pagan ese error”.

Valentino tiene en claro que su discusión no debe ser con los sectores llamados libertarios sino con el kirchnerismo. “No creo que esta novedad liberal le haya sacado a la juventud de Juntos por el Cambio su grueso de militancia”, dice.

Las otras juventudes

“No es una opción llorar a un costado por el crecimiento de la derecha. No se trata tanto de ver cómo crecen sino saber cómo responder, qué modelo alternativo estamos planteando otro tipo de juventudes”, dice Victoria Liascovich, de 17 años, presidenta del centro de estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires, una institución pública donde conviven con el Frente contra la casta, que usa la figura de Javier Milei como logo, y La Maslatón que se definen como “peronistas de derecha”.

“Yo no siento que ahora el Gobierno ofrezca una alternativa mejor. Listo, crecen por eso”, dice Victoria quitándole drama al asunto. Victoria es militante peronista en un la agrupación independiente Hierba Mala y tiene una mirada abierta y estratégica sobre el fenómeno. “Me parece que cuando un pibe se acerca a estas ideas tiene que ver con una desilusión constante y la necesidad de dar una respuesta. No estrictamente porque su ideología sea de derecha o conservadora”, dice.

Para ella es importante que estos jóvenes se organicen en agrupaciones y formen parte del sistema político. “No sentirse identificado con nadie, ser anti-todo, es muy oscuro. Por eso, celebro que estén organizados, es importante que se agrupen, que defiendan a Javier Milei, que nos expliquen por qué apoyan a Milei, por qué están con Bolsonaro. De ese modo, dejan de ser un 'loco suelto de Twitter', tienen que argumentar sus posiciones”.

Tener a los sectores más radicales jugando con las reglas de la política incentiva la responsabilidad de estos sectores, que pasan a ser parte del debate público de manera abierta. “Me parece muy productivo que existan agrupaciones orgánicas de derecha, no porque coincida con ellas, sino porque es importante dar la discusión y que formen parte del escenario político porque desde el tweet anónimo y el bot no sirve de nada”.

Para Victoria, mientras el peronismo no pueda dar una respuesta a la grave crisis económica que vive el país, no logrará contener el crecimiento de este movimiento, que combina ideas viejas con nuevos modos de comunicación. Pero tampoco podrán hacerlo los representantes del anterior Gobierno. “Entiendo la bronca que hace crecer a la derecha. No comparto la respuesta. Pero la entiendo”, dice Victoria.

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