Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

The Guardian en español

Si los chóferes hablaran: así es la vida conduciendo para los ricos y poderosos

Un grupo de chóferes del Temporary Museum de Amsterdam

David Batty

Hace casi una década, un día muy temprano, la chófer Jayne Amelia Larson se vio intentando sacar del asiento de atrás de su coche al hijo de uno de los hombres más ricos de Los Ángeles. La entonces conductora había estado llevando al joven de veintipico años arriba y abajo por el Boulevard Santa Monica en su limusina Lincoln mientras él intentaba encontrar una “prostituta travesti” para su novia que, según él, “quería convertir a un gay”. Tras varias horas, el muchacho vomitó en el asiento trasero y se quedó dormido por la borrachera. Luego se despertó e intentó orinar dentro del coche.

“Entraba y salía de la clínica de rehabilitación”, dice Larson, recordando el incidente que sucedió cuando llevaba pocas semanas en ese trabajo. “Luego conocí a otro chófer que había trabajado para la misma familia y me dijo que ese chico siempre hacía cosas increíbles en el coche, como utilizarlo de lavabo, porque iba muy pasado de copas. No me refiero a ir al lavabo de una forma limpia, sino de una forma horrorosa”.

Finalmente, la empresa para la que ella trabajaba le dio una dirección en uno de los barrios más lujosos de la ciudad. Pero mientras el coche cruzaba las puertas de una enorme mansión, el joven entró en pánico. “Me repetía: ‘Nadie me quiere. Por favor, no despiertes a mis padres. ¡Me odian!’”. Al parar el coche, un hombre mayor, que ella supone que trabajaba para los padres del muchacho, salió de la oscuridad y ayudó al joven a salir del coche. “El hombre le mandó callar y le dijo: ‘Ya estás en casa. Ya pasó todo’. Fue muy raro y terrible y extraño”.

 

La experiencia de Larson no es tan extraordinaria como puede parecer. Detrás de las ventanas tintadas de los coches de lujo, los chóferes tienen acceso a un mundo que pocas personas ven: el espacio íntimo y privado de los ricos y famosos. En una profesión en la que las referencias personales son importantes, la discreción se toma muy en serio. Pero cuando los chóferes rompen este código, los resultados pueden ser explosivos.

Conversé con chóferes en el Reino Unido y en Estados Unidos, que me relataron inquietantes incidentes que vivieron con sus clientes VIP, desde comprar drogas hasta verlos tener relaciones sexuales en el asiento trasero del coche. El mes pasado, el chófer personal del multimillonario y donante conservador Christopher Moran le dijo al periódico Sunday Times que sabía que había “al menos unas cien prostitutas” operando desde el complejo de pisos Chelsea Cloisters, propiedad de su exjefe. Tony Heaney, que condujo el Rolls-Royce de Moran durante 25 años, le dijo al periódico que solía revisar los cestos de basura de los pisos para contar los condones y llevar la cuenta de “exactamente cuántas chicas estaban trabajando allí”. El chófer jubilado le dijo al periódico que estaba molesto porque supuestamente Moran no le dio las gracias cuando dejó el empleo. Moran dijo desconocer la magnitud del problema y aseguró que su empresa tenía una política de “tolerancia cero” respecto de prostitución en el edificio.

Los chóferes pueden ganar bastante dinero dinero. El salario anual promedio para chóferes personales para ejecutivos y familias súper ricas en Londres es de entre 38.700 y 66.500 euros, según Irving Scott, una agencia de personal para casas particulares de alto nivel. Los conductores, dice, pueden además recibir dinero extra por su compromiso, por antigüedad o lealtad, y también se premia económicamente la discreción y el secreto profesional. Otras agencias anuncian empleos como por ejemplo un puesto permanente de chófer para una familia del lujoso barrio de Knightsbridge, Londres, con un salario de 39.000 euros al año, con tareas que incluyen cuidar la “gran colección de coches de lujo del cliente, incluidos un Rolls-Royce, un Bentley y un Mercedes clase S blindado”; o un puesto permanente con una familia que vive entre Londres y su finca en el sur de Francia, por 44.000 euros al año, con tareas que incluyen seguridad, supervisar a contratistas, mantener el exterior de la propiedad vacío y poner tumbonas.

Pero a pesar de todo el glamour aparente, la realidad de lo que conlleva conducir a clientes VIP se hizo evidente el pasado verano, cuando se dijo que Sir Martin Sorrell, exdirector ejecutivo de WPP, una de las mayores agencias de publicidad y márketing del Reino Unido, había echado repentinamente a su chófer personal en octubre de 2017, tras 15 años de servicio. El chófer, cuyo nombre no se reveló, supuestamente tuvo que recoger a Lady Cristiana Sorrell a las 2 de la madrugada de Isabel, un exclusivo restaurante en el barrio de Mayfair. El chófer luego se negó a volver a trabajar a las 7 de la mañana, argumentando que estaría muy cansado como para conducir de forma segura tras haber dormido sólo dos o tres horas. Un periódico alegó que Sorrells lo echó el día siguiente.

Es imposible ponerle un valor total a la industria de los chóferes en el Reino Unido, que incluye chóferes personales, servicios de coches de lujo para hoteles y pequeñas y grandes empresas. Según Transporte de Londres, en junio de 2017 había más de 12.000 coches privados de clase ejecutiva – Mercedes serie E, S y Viano – con menos de cinco años de antigüedad en alquiler en la capital británica. Paul Gibson, editor de TheChauffeur.com, dice que, en los últimos años, ha aumentado la cantidad de empresas que ofrecen servicios de chóferes de seguridad, con entrenamiento de protección cercana para clientes ejecutivos, famosos y multimillonarios. Estos chóferes suelen ser los que mejor ganan, gracias a habilidades especiales como conducción defensiva, igual que se muestra en el programa de la BBC, El Guardaespaldas.

Una de las empresas más conocidas es Capstar, fundada en 2012 por dos exoficiales del ejército británico, Robert Bassett Cross y Charles Bowmont. La empresa, con base en Brentford, comenzó con la misión de reclutar personal que haya pertenecido a las Fuerzas Armadas, incluyendo heridos en acción en Irak y Afganistán. Sin embargo, Capstar se convirtió en una empresa de servicios de management de seguridad y estilo de vida que ayuda a sus clientes con la membresía a un club privado o a comprar obras de arte y joyas.

Bowmont, un graduado de Sandhurst, sabe mucho sobre las necesidades de sus clientes. Habla de la familia de un multimillonario suizo, que necesitaba un servicio muy personal de disponibilidad total para manejar los horarios familiares, como amigos personales. “Podía recibir un mensaje de WhatsApp de la esposa que ponía: ‘Mi marido no puede llevar a los niños a la escuela mañana, ¿puedes hacerlo tú?’”.

Jornadas de hasta 17 horas

Cuando Larson comenzó a trabajar como chófer, atípicamente no tenía experiencia como conductora particular. Esta graduada de Harvard se había mudado a California porque quería hacer carrera como actriz y productora. Años más tarde, tras meses sin trabajo, una amiga la convenció de trabajar como chófer con la idea de que tendría mucho tiempo libre para trabajar en proyectos cinematográficos y que ganaría mucho dinero de propinas y podría librarse de sus deudas, que sumaban unos 35.000 euros. Al principio, trabajó para una empresa de limusinas, llevando estrellas de cine, grupos de rock y ejecutivos de Hollywood a eventos de la industria del entretenimiento como los Globos de Oro o los Oscars. Pronto se dio cuenta de que el trabajo era agotador, con jornadas de hasta 17 horas.

Pero las exigencias de sus clientes famosos no se comparan con las de los miembros de la realeza saudita para quienes Larson trabajó luego de ser chófer durante un par de meses. Ella era una de los 40 chóferes contratados durante siete semanas, sin días libres, que debían estar disponibles durante las 24 horas para las Princesa Zaahira (es un nombre falso), sus hijos, la seguridad de la familia y todo su equipo y personal, incluyendo las canguros, asistentes y servicio doméstico. Tras ese trabajo, Larson escribió una obra de teatro y un libro sobre sus experiencias: Conduciendo a los sauditas.

Entre las tareas más difíciles que tuvo que realizar Larson estuvo el encontrar 27 botellas de una marca especial de crema depilatoria tarde por la noche, luego de una jornada de 12 horas. Tuvo que visitar 20 tiendas en todo el condado de Los Ángeles y comprar cada botella que encontró. “Pero cuando volví, el secretario de la princesa me dijo que ya no servían porque era demasiado tarde”. En otra ocasión, le encargaron recoger a la mejor amiga de la Princesa Zaahira de una clínica de cirugía plástica en Beverly Hills. Larson tuvo que esperar durante horas hasta que una enfermera le entregó a una paciente de más de 50 años que se estaba recuperando de la colocación de implantes en los glúteos. La mujer rápidamente perdió la consciencia. Una desconcertada Larson tuvo entonces que pedir ayuda a unos aparcacoches que estaban cerca para meter a la mujer en el asiento trasero de su camioneta.

“Te sientes par del equipo”

Gerold Wunstel, un chófer que ha conducido a ministros de gobierno europeos en su Alemania natal y a estrellas de Hollywood en Los Ángeles durante su carrera de 24 años, dice que los novatos en el oficio pueden dejarse llevar por la proximidad a los clientes VIP. “Te piensas que eres parte del equipo”, dice. “Pero sólo eres el chófer. Dave Stewart, de Eurythmics, me invitó a su fiesta de cumpleaños. Pero le dije que no, porque no soy su amigo, soy un profesional. Se supone que no te tienes que relacionar con Elvis Costello o quien sea que esté invitado”.

Wunstel, que recientemente trabajó como chófer de la Filarmónica de Los Ángeles, recuerda que un empresario saudí al que condujo por San Francisco y la región vitivinícola del Valle de Napa puso esta idea a prueba. “Nos llevamos muy bien porque él había estudiado en Suiza y Londres, y hablaba alemán fluidamente”, afirma. Pero la afición del cliente a la marihuana hizo peligrar la amistad. Al principio del empleo, Wunstel llevó al hombre a Haight-Ashbury, donde están muchos de los traficantes de San Francisco. “Le tuve que decir que no les diera propina a los traficantes”, dice. Cuatro días después, Wunstel se negó a volver a la zona. “Le tuve que decir: ‘Lo siento mucho pero es demasiado peligroso’”, recuerda. “‘Soy nuevo en este país, me acaban de dar la residencia. Si la policía me encuentra marihuana, tendría un problema serio’. Lo cual no era necesariamente cierto, pero es que yo no era su mula”.

El cliente que peor se comportó con Wunstel fue un multimillonario. “Lo recogí de un aeródromo privado y pidió que lo llevaran en helicóptero hasta el coche por no caminar 200 metros”, dice Wunstel. “En las limusinas grandes hay un panel divisor, y se supone que no oyes nada, pero en realidad se oye todo. El cliente tuvo relaciones sexuales con una modelo mientras yo conducía. Nada de categoría ni modales. Luego me dio de propina un billete de 100 dólares, pero esa no era la cuestión”.

Wunstel ha sido chófer de famosos como Bill Murray, George Clooney y Eminem. Pero explica que conducir para los famosos puede ser muy problemático. “Tienes que estar en la oficina cuatro horas antes porque nunca se sabe a qué hora aterrizará su avión privado, y no te lo pagan como adicional. Y además muchos famosos no dan propina. Cuanta más experiencia tengo, más me doy cuenta de que me gusta ser chófer de gente común”.

Traducido por Lucía Balducci

Etiquetas
stats