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The Guardian en español

El Partido Demócrata lucha por recuperar a un votante extraño: los indecisos que pasaron de Obama a Trump

Donald Trump en un mitin en Las Vegas. Imagen de archivo

Chris McGreal

En la feria del condado de Monroe, Misty Kendall se pasó por el stand del Partido Demócrata para decirles que no contaran más con ella. Kendall, dueña de una pequeña empresa constructora, votó a Barack Obama en sus dos legislaturas. “No era perfecto pero en aquel momento me gustó su política sanitaria, era algo muy importante para mí y pensé que estaría bien”, dice.

Pero Kendall se sintió profundamente defraudada cuando subió el precio de su prima del seguro médico, algo que atribuyó a la reforma sanitaria del expresidente. Aún así, volvió a votar por Obama en su reelección. “Me gustaba su política exterior, la forma en que se ocupaba de Al Qaeda, pensaba que en la lucha contra el terrorismo lo estaba haciendo bien, que mantenía al país seguro”.

Luego llegó el año 2016 y Kendall votó por Donald Trump. Lo recuerda como un voto de oposición contra Hillary Clinton, a quien consideraba poco sincera.

Hoy se ha convertido en una entusiasta del presidente que se pone a la defensiva cuando siente que tiene que explicar su voto. “La gente dice que Trump es horrible, probablemente sea una persona horrible. Pero ahora mismo me importa la economía, me está ayudando a mí y a mi familia, votaré por Trump de nuevo”, explica a los activistas demócratas que la escuchan sorprendidos en la feria de Monroe, en el sur de Michigan.

Su empresa da trabajo a 12 personas renovando edificios en Detroit, unos 40 kilómetros al norte de Monroe. De clase predominantemente trabajadora, un 90% de las 150.000 personas que viven en el condado es blanca. La ciudad principal de la zona, también llamada Monroe, tiene unos 20.000 habitantes y la mayor parte de la industria del condado.

El voto de Kendall fue uno más entre los que produjeron uno de los mayores cambios en la historia de Estados Unidos: de Obama a Trump. Aunque en la segunda elección ganó por una escasa ventaja, en el condado de Monroe el primer presidente negro de Estados Unidos triunfó en las dos ocasiones. Cuatro años después, Trump derrotó a Clinton quedándose con el 58% de los votos del condado, el mayor porcentaje obtenido allí por un candidato desde la elección de Ronald Reagan en 1984.

El condado fue clave para la victoria por los pelos que Trump cosechó en Michigan, un estado que a su vez fue crucial en su llegada a la Casa Blanca. Trump ganó Michigan por sólo 10.704 votos, el margen más pequeño en la historia estatal de elecciones presidenciales.

El paradójico fenómeno de los condados del Medio Oeste que pasaron de Obama a Trump, un hombre denunciado como misógino y racista, ha sido esencial en la victoria del republicano. Al otro lado del lago Michigan, esta tendencia fue la que decidió la victoria de Trump en Wisconsin: menos de 23.000 votos (el 0,77% de los que votaron) hicieron cambiar de signo a un estado que en 2012 había ganado Obama con una ventaja de 213.000 votos. En Iowa y Ohio también fue decisivo el cambio de color de un puñado de condados.

A primera vista, los escasos márgenes con que Trump ganó en estados clave hace tres años han hecho creer a los demócratas que podrán arrebatárselos a un presidente envuelto en la polémica permanente, con sus incesantes tuits y sus feroces críticas ante la más leve posibilidad de que comiencen las audiencias por el juicio político.

Pero los demócratas harían bien en no dar por descontada la victoria en Monroe, donde el voto suele predecir el nombre del presidente, como saben perfectamente sus delegados en el condado.

La marea Trump

“La marea Trump subió y aún no ha retrocedido”, dice el demócrata Bill LaVoy, que perdió su escaño como congresista en el estado de Michigan con la oleada Trump de 2016. “No sabemos si son votantes republicanos de toda la vida o si es algo coyuntural”, dice LaVoy, que también habló en la feria del condado de Monroe –que lleva organizándose desde el siglo XIX–.

En el condado de Monroe, los demócratas se enfrentan al mismo dilema que el partido a nivel nacional. ¿Intentar recuperar a los votantes que pasaron de Obama a Trump con un candidato “seguro” como Joe Biden? ¿O buscar otro camino hacia la victoria, movilizando a los que se abstuvieron en 2016 con un candidato que impulse políticas más radicales?

“Algunos piensan que el partido necesita desplazarse más a la izquierda; yo no estoy seguro de que eso funcione aquí”, dice LeVoy. “Soy un moderado y de hecho soy el último demócrata que ganó aquí un escaño en la cámara de representantes estatal, y me inclino por Joe Biden”.

Christopher Slat, un activista demócrata de 30 años que trabaja haciendo vídeos para la autoridad escolar de la zona, lo interrumpe: “Ya intentamos no girar hacia la izquierda y no funcionó, ¿por qué no intentamos algo diferente?”.

Slat teme que los votantes de Trump no vayan a regresar, por mucho candidato demócrata que se presente. “Nuestra última campaña fue ‘cualquiera menos Trump’ y ella [Hillary] no ganó; podríamos intentarlo con Biden pero él es más de lo mismo”, dice.

Con Trump no hay nada estable por mucho tiempo y ahora ha aparecido el impeachment en el horizonte. Es un terremoto político en Washington y el principal tema de debate en los canales de noticias por cable, pero aún no ha impactado en el corazón de Estados Unidos. Tal vez lo haga más adelante, si las revelaciones son lo suficientemente escandalosas o si los aliados políticos de Trump comienzan a darle la espalda, pero por el momento sus votantes parecen atribuir la investigación a otra “caza de brujas” similar al caso de Rusia por la supuesta interferencia en las elecciones presidenciales de 2016.

Slat, que prefiere a Sanders antes que a Biden, cree que la investigación podría no tener absolutamente ningún efecto sobre Trump. “No creo que vaya a cambiar mucho la opinión de la gente, especialmente si ya son fieles de Trump; antes que todo este drama, lo que preocupa a la gente es qué van a hacer los candidatos por ellos”, dice. “Incluso entre algunos progresistas existe la creencia de que todos los presidentes hacen este tipo de cosas y que todo esto es una operación, otra investigación por el tema de Rusia”.

Según Slat, uno de los rivales demócratas sí va a salir perjudicado: “Creo que son malas noticias para Joe Biden si el impeachment se desarrolla durante el ciclo electoral. A Biden le va a costar mucho defender que su hijo recibiera 50.000 dólares al mes de una compañía de gas ucraniana mientras él era vicepresidente. [Biden] está diciendo que no hay nada ilegal en ello, pero incluso si tuviera razón, esto lo pone en el mismo saco que a Hillary, con la gente diciendo son todos unos ladrones y quedándose en casa”.

Los cambios del mercado laboral

Como Detroit, el condado de Monroe fue en otra época una zona de sindicatos fuertes. En 2008, justo cuando golpeaba la recesión, cerró la fábrica de Ford de la zona dejando en la calle a 3.200 personas. “Piense en 3.200 personas”, dice Michael Keck, un dirigente del sindicato United Auto Workers (UAW) con 33 años de experiencia trabajando en esa fábrica. “Probablemente 2.000 personas o más vivían en esta comunidad, gastaban dinero en esta comunidad. Eso desapareció. Algunos siguen viviendo aquí, pero trabajan en Dearborn o en Flat Rock y ahí es donde gastan su dinero. El impacto fue gigantesco”.

No es la primera vez que las industrias vienen y van en Monroe. En los años setenta cerraron más de una docena de fábricas de papel que en su día dio empleo a miles de personas fabricando cajas de cartón. Algunos de esos trabajadores encontraron trabajo en la nueva planta de Ford, que entonces se convirtió en el principal empleador de Monroe.

Las ejecuciones hipotecarias se dispararon cuando la planta de Ford también desapareció, en el mismo momento en que la recesión afectaba a todo el país. Algunas personas se fueron de sus casas. A otras las echaron los bancos.

Monroe trató de mantenerse en pie mientras sus comercios se estrellaban. Tras la marcha de marcas conocidas como Sears y Target, el centro comercial local es hoy una sombra de lo que fue en sus épocas de ebullición.

Aún quedan algunos empleos industriales en la siderurgia y en una central nuclear local. Pero los que se vieron obligados a buscar trabajo en otros lugares a menudo tuvieron que cobrar menos por entrar en empleos no sindicados sin cobertura médica. Como en muchas otras zonas en apuros de la región central estadounidense, la atención sanitaria representa una parte cada vez más importante del mercado de trabajo.

Impactados a nivel nacional con la recesión y a nivel local con el cierre de Ford, este condado mayoritariamente blanco comenzó a alejarse de su apoyo tradicional a los demócratas. Aunque siguieran apoyando a Obama en la presidencia, empezaron a elegir a republicanos para los cargos locales y estatales. En esas circunstancias, el paso de Obama a Trump no resulta tan extraño.

Keck, que trabajó en la fábrica de Ford, cree que se debió en parte a la desesperación de los que se habían sentido decepcionados con Obama por no llevar adelante los dramáticos cambios que su elección histórica prometía. Para muchos, Obama parecía más interesado en cuidar de los bancos que de los desempleados con dificultades para pagar la hipoteca. En 2016, Clinton era más de lo mismo.

Keck era simpatizante de Bernie Sanders pero la UAW le ordenó hacer campaña por Clinton. Tres años después, sigue con el sabor amargo de una campaña de Clinton que en su opinión no supo llegar, mientras Trump parecía entender a la gente del condado de Monroe.

La ira que estalló en las urnas en 2016 no ha hecho más que aumentar. Por un lado, hay simpatizantes de Trump horrorizados por el presidente en que se ha convertido. Pero también hay personas como la constructora Misty Kendall, que empezaron oponiéndose a Clinton y hoy se toman cualquier crítica al presidente como un ataque personal contra ellas, cimentando el apoyo al presidente entre los dispuestos a no ver sus pecados personales y políticos.

Luego hay una minoría que defiende sus tuits y su estilo poco digno de un presidente como una prueba de que está enfrentándose de verdad a las élites y diciendo las cosas como son.

Kendall está dispuesta a reconocer las críticas por el lenguaje “un poco grosero” de Trump, pero cree que muchas de las críticas al presidente por el tema de las detenciones a inmigrantes o por el de su política con relación al cambio climático son problemas falsos fabricados para atacarlo.

“Si eres simpatizante de Trump, todo el mundo se ofende un montón”, dice. “Ojalá tuviéramos una mente mas abierta con el tema, no todos tenemos que estar de acuerdo. Yo creo que es un gran presidente. Es mi presidente. Y si un demócrata sale elegido, ¿saben qué? Seguirá siendo mi presidente. Tal vez no me guste, pero tendré que respetarlo porque soy estadounidense”.

El gran tema de la asistencia sanitaria

En 2016, el ala más a la izquierda del Partido Demócrata, disgustada con la candidatura de Clinton, y que se mantuvo alejada, se ha convertido en rabia dirigida ahora hacia Trump, alimentando el activismo de esa izquierda y su compromiso con las primarias.

En lugares como el condado de Monroe, el desafío del Partido Demócrata es encontrar temas transversales capaces de atraer a algunos votantes de Trump y hacer que los indecisos acudan a las urnas.

Hay quien piensa que el mejor tema posible es la reforma del sistema sanitario, el mismo que terminó afectando negativamente a la imagen de Obama que tenían muchos votantes. “A la gente no le gustó el Obamacare cuando subieron los precios, esta no es una zona rica”, dice el exparlamentario de Michigan Bill LaVoy. “Pero hay que arreglar la atención sanitaria; es algo sobre lo que Trump hizo campaña y luego no cumplió; es una oportunidad”.

Jeff Morris, preside la filial local de UAW en Monroe y trabaja desde hace 29 años en la siderúrgica Gerdau. En su opinión, la salud es el principal tema político para la mayoría de sus afiliados: “Para mis 500 miembros, lo de la cobertura médica es un tema enorme, quieren saber si los candidatos van a arreglar el sistema sanitario, ahí es donde se juega todo”.

En condados como Monroe, la pirueta que busca el Partido Demócrata es presentar políticas como la reforma sanitaria para recuperar a sus votantes de la clase trabajadora, movilizar a los jóvenes y no asustar a los que podrían acusarlos de socialistas o de darle demasiado peso al Gobierno.

‘Ahora nos asusta’

Parte del desafío es centrar el debate en temas como la política sanitaria mientras el presidente se esfuerza en distraer la atención de los estadounidenses con otras cosas. “En los años 80, cuando yo era niño, se hacía con el tema del aborto y de las armas de fuego”, dice Jeff Morris. “Ahora mismo está sucediendo algo parecido con la inmigración, es una distracción enorme y buscada”.

Y está funcionando. Cuando a Kendall le preguntan qué es lo que está haciendo bien el presidente, responde con una enérgica defensa de las políticas de inmigración que, según dice, están evitando la avalancha de gente que llega del otro lado de la frontera para vivir de sus impuestos. En su opinión, las noticias de familias separadas en la frontera son pura propaganda política.

LaVoy contempla alarmado la reacción al otro lado, con candidatos demócratas peleándose en los debates de las primarias por sus propuestas para debilitar los controles fronterizos o aliviar las restricciones a las solicitudes de asilo. “Fronteras abiertas”, lo llama Trump. Para LaVoy, ese debate es como un pantano que terminará tragándose al partido. “Lo de la inmigración, este condado es 90% blanco... Eso no funciona bien por aquí”, dice. “El Partido Demócrata debe tener cuidado porque si Trump gana Michigan, gana la presidencia porque eso significaría que nada ha cambiado mucho en el Medio Oeste”.

En la feria del Condado de Monroe, la activista demócrata Yvonne Morrison está segura de que la forma en que Trump centra el tema de la inmigración le está funcionando. “Este resentimiento espantoso ha emergido como un pozo séptico”, dice. “La última vez nos reímos de Trump, ahora nos asusta; creo que volverá a ganar, su base de apoyo no se ha desplazado ni un centímetro”.

Traducido por Francisco de Zárate.

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