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The Guardian en español

Si Hillary gana las elecciones, ¿qué clase de primera dama será Bill Clinton?

Hilary renunció a su trabajo al convertirse en primera dama; ¿lo hará su marido si le toca ocupar ese mismo rol?

The Guardian

Jean Hannah Edelstein —

En 1992, los copos de avena catapultaron a Hillary Clinton hacia la victoria: eran el ingrediente revolucionario de la receta de galletas con chocolate que Clinton envió a la revista Family Circle para participar en un concurso de cocina contra la primera dama de ese momento, Barbara Bush.

La competición fue un intento de Hillary Clinton de llegar hasta las amas de casa tras darle una controvertida respuesta al gobernador de California Jerry Brown, que la criticaba atribuyendo su éxito personal a su esposo. “Podría haberme quedado en casa cocinando galletas y tomando el té”, dijo la señora Clinton a un periodista en un audio que recorrió el mundo entero. “Pero lo que decidí fue desarrollar a pleno mi profesión”. Muchas mujeres pusieron el grito en el cielo y tal vez fue por eso que, poco tiempo después, Clinton participó en la tradicional competición de cocina de Family Circle para primeras damas. Y ganó.

Las galletas de Clinton son ricas: la mamá de mi mejor amiga se las solía hacer para el almuerzo. Sin duda, Hillary Clinton podría haber ganado cualquier competición culinaria con su receta, pero la política le ha dado muchos más beneficios: en menos de un año puede convertirse en la primera mujer presidente de los Estados Unidos. Si eso ocurriera, no sería la única en romper las barreras de género: su esposo Bill ocuparía un rol que ningún otro hombre ha desempeñado jamás. ¿Qué clase de primera dama será Bill Clinton? (Además, claro, de una muy masculina).

Un papel no oficial

El papel de primera dama no es oficial: ningún mandato constitucional ordena que el presidente deba tener pareja, y la persona con ese rol nunca ha recibido ningún tipo de salario. El puesto ha evolucionado a lo largo del tiempo. En los siglos XVIII y XIX, lo único que se esperaba de la primera dama era que fuera una encantadora y competente anfitriona, como todas las esposas de los ciudadanos estadounidenses ricos y distinguidos. Se esperaba que pudieran preparar galletas, organizar reuniones de té, elegir la vajilla, dirigir a los empleados domésticos y sonreír con gracia en cenas pomposas. Hasta que en el siglo XX las cosas empezaron a cambiar y algunas primeras damas comenzaron a adentrarse en temas más sustanciales que los menús de las comidas y los arreglos florales.

Diferentes mujeres hicieron uso de su posición de maneras diferentes: algunos alegan que Lady Bird Johnson fue la primera en modernizar el papel de la primera dama al hacer campaña en favor de su esposo Lyndon B. Johnson, a mediados de los sesenta, pero antes que ella hubo otras esposas de influencia política significativa. El trabajo de Eleanor Roosevelt como escritora, activista, oradora pública y reformista social quizás sea el ejemplo más conocido. Entre otras primeras damas de una gran labor también figura Florence Harding, esposa de Warren G. Harding. Fue una apasionada sufragista, editó todos los discursos importantes de su esposo y, además, hizo presión para influir en todas las decisiones del presidente.

Pero cuando Hillary Clinton se mudó a la Casa Blanca en 1993, no le concedieron la misma flexibilidad. Era presidenta del grupo de trabajo para la reforma sanitaria y la prensa la criticó ferozmente por tomarse más atribuciones de lo debido, a pesar de tener sobradas calificaciones para trabajar en la ley: el meollo de la cuestión era que no se estaba comportando como una dama.

Para muchos compatriotas, el descubrimiento de las preferencias sexuales extramatrimoniales de su esposo sirvieron como confirmación de las sospechas: Hillary fallaba en el rol de primera dama de anfitriona agradable y decorativa que representa los valores de una familia “tradicional” y anacrónica, en la que manda el hombre acompañado por una mujer fiel y servicial (a pesar de que otros presidentes y otras primeras damas también tuvieron romances extramatrimoniales muy conocidos). De hecho, Clinton asumió parte de la culpa del affaire por fallar en su rol como esposa.

Michelle Obama también es una abogada de gran formación y experiencia en el tema salud pero, al contrario que Hillary, asumió su papel con menor énfasis en políticas concretas. Ha defendido causas relacionadas con la familia, como la alimentación saludable, pero se ha mantenido alejada del Capitolio. Sigue más de cerca el ejemplo de su predecesora, Laura Bush, que promovía la alfabetización y raramente daba a conocer su opinión. Pese a todo, la señora Obama ha sido objeto de críticas racistas y de género: por su vestimenta, por su peinado, por “dar miedo”, por abrazar a la Reina Isabel y por “tener unos kilos de más”. Demasiado que soportar por un trabajo voluntario.

Después de todo, el trabajo de una primera dama está determinado, en esencia, por su género: una esposa modelo. Las mujeres que le han dado amplitud y profundidad al papel lo hicieron reinventando y expandiendo el rol de esposa, que solo existe por su relación con el marido. ¿Qué pasará entonces con este rol anacrónico cuando sea un hombre quien lo desempeñe?

La idea de que un expresidente defienda el cuidado de la salud dental estadounidense, dando visitas guiadas por la Casa Blanca en Navidad o comprometiéndose a “cuidar del presidente”, tal como lo hizo Jacqueline Kennedy, suena ridícula. Es notable, pero no sorprendente, que los esposos de las mujeres líderes no se sientan presionados por las mismas responsabilidades que las esposas de hombres presidentes.

Aunque convertirse en primer caballero (ese sería su título oficial) significaría romper “el piso de cristal” para los varones estadounidenses, Bill Clinton estaría lejos de ser el primer hombre en estar casado con una mandataria. En Alemania, el marido de Angela Merkel, Joachim Sauer, continúa trabajando como profesor de química, aunque asiste a eventos de Estado con su mujer. Antes que él, el marido de Margaret Thatcher, Denis Thatcher, era famoso por la devoción total que sentía por su mujer, por su alejamiento de la política, y por expresar en privado sus opiniones de extrema derecha. A nadie le importó nunca cómo se vestía.

Los Clinton se han referido en varias ocasiones a los distintos caminos que Bill podría seguir: en septiembre, Hillary llegó a decir que se le había cruzado por la cabeza nombrarlo vicepresidente. Más recientemente, en el debate democrático en Carolina del Sur, declaró que Bill sería uno de sus consejeros principales: “Voy a pedirle que me dé ideas, que me aconseje, y voy a utilizarlo como emisario de buena fe para ir por todo el país en busca de las mejores ideas que tenemos, porque creo, como dijo él, que todos los problemas de Estados Unidos se han resuelto en alguna otra parte del país”, dijo. Aún no está claro cómo lo llamarán en su nuevo rol: el mismo Bill sugirió “Adán”, como el primer hombre de la Biblia.

Cada vez más, las mujeres estadounidenses están asumiendo el rol de sostén de familia en sus hogares, pero ¿estamos listos para considerar al modelo de esposa dominante y marido de apoyo como aceptable para la Casa Blanca?

Desde que terminó su mandato, Clinton ha ocupado gran parte de su tiempo en la fundación que lleva su nombre. Gestionada desde una oficina en Nueva York, ha recaudado casi 2.000 millones de dólares. ¿El decoro y la tradición lo obligarán a dejar a un lado su trabajo durante el mandato de su mujer, como renunciaron Michelle Obama y Hillary Clinton cuando se mudaron a Washington con sus maridos? Si viviéramos en un Estados Unidos donde existiera la igualdad de género, sería lo esperable. Pero ese no es el país en el que vivimos. No parece probable que alguien vaya a pedirle a Bill Clinton su mejor receta de galletas. Y no simplemente porque sea vegano.

Traducción de Francisco de Zárate

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