Irak reabre a sus ciudadanos la Zona Verde de Bagdad: “Dentro los políticos duermen sobre dinero”
Kareem Talal ayudó en dos ocasiones a derribar las paredes de cemento que rodean la Zona Verde de Bagdad.
En 2016 era uno de los miles de manifestantes enfadados leales al clérigo chií Moqtada al Sader que irrumpieron en el enclave fortificado que alberga instituciones gubernamentales y embajadas extranjeras.
Asimismo, en un esfuerzo reciente, y esta vez legítimo, por derribar las barreras, Talal ha formado parte de un equipo municipal encargado de quitar los bloques de cemento en el marco de la preparación para la reapertura el pasado lunes del distrito central.
Para Talal, de 21 años, los cambios no han sido suficientes. “La Zona Verde debería ser como cualquier otro barrio. Las calles deberían estar abiertas para todo el mundo. Yo debería poder vivir puerta con puerta con un ministro”, cuenta sentado a las puertas de un restaurante de comida rápida con un grupo de amigos en el distrito adyacente de Harithiya.
Desde la invasión estadounidense de 2003 que derrocó a Sadam Husein, la Zona Verde ha sido zona prohibida para la mayoría de los civiles. Mientras el resto de la capital, conocida como la Zona Roja, se tambaleaba por la violencia sectaria y los ataques terroristas durante buena parte de los últimos 15 años, las élites iraquíes fijaron su residencia en la relativa seguridad de la Zona Verde. Llegó a simbolizar la imperecedera influencia estadounidense y la creciente desigualdad entre los líderes iraquíes y sus votantes.
La decisión del primer ministro, Adel Abdul Mahdi, de abrir partes de la zona de alta seguridad entró en vigor en el primer aniversario de la victoria del Gobierno contra ISIS, como señal de que Irak está disfrutando de una relativa estabilidad.
Durante un periodo de prueba de dos semanas, se permite a los vehículos cruzar la Zona Verde de cinco de la tarde a una de la mañana por la calle 14 de Julio, una carretera principal que conecta el este y el oeste de Bagdad a través del Puente 14 de Julio, conocido como el puente colgante. El resto de calles permanecen cerradas y está prohibido detenerse a lo largo del camino.
La noche de la reapertura se pudieron ver algunas celebraciones esporádicas, pero para muchos iraquíes la normalización parcial de esta zona de la ciudad se ha retrasado demasiado.
Talal y sus amigos viven a un par de kilómetros, pero tres de los cinco jóvenes jamás han puesto un pie en la Zona Verde. “Los políticos están cómodos dentro. Duermen sobre dinero”, denuncia Abbas Fathi. “Mira los otros barrios, no tienen nada”.
El gran contraste entre la Zona Verde y la Zona Roja se hace evidente al pasar el puesto de control de la entrada en la calle 14 de Julio. Las calles están limpias. El tráfico es escaso y ordenado. A un lado del bulevar, césped verde y fuentes que se alinean junto al monumento al soldado desconocido, construido en los 80 para conmemorar la guerra Irán-Irak y uno de los muchos lugares históricos que han sido inalcanzables para el público.
“Es como vivir en una prisión”
Hunain al Qaddo, político, se mudó a la Zona Verde con su mujer y sus tres hijos en 2011. En lugar de ser un lujo, él cuenta que la mudanza era una necesidad para proteger a su familia después de recibir amenazas.
“Es como vivir en una prisión”, señala Qaddo. Necesitan acreditaciones para entrar y salir, así como permisos especiales para salir por la noche y para mover muebles, productos electrónicos o cualquier objeto que se pudiera utilizar para crear una artefacto explosivo.
La separación física condujo inevitablemente a la segregación social. Los estrictos procedimientos de entrada para los no residentes han disuadido a los familiares a la hora de hacer visitas. El hijo de 12 años de Qaddo no tiene amigos fuera del perímetro. Su hija haya se desplaza a diario a la Zona Roja para ir a la universidad, pero no ha contado a ninguno de sus compañeros dónde vive. “Es por seguridad, pero también porque me verían con otros ojos”, cuenta.
Aunque la familia celebra la apertura parcial de la Zona Verde, Aya teme que grupos extremistas puedan sacar provecho de la decisión para lanzar ataques. “Puede que haya más explosiones y coches bomba”, cuenta.
El hecho de que haya partes de la ciudad seguras y otras no ha sido una fuente de tensiones entre los iraquíes. “Odiábamos la idea de tener una zona segura dentro de la ciudad para que el Gobierno estuviese a salvo mientras la gente no lo estaba”, cuenta Husham Al Madfai, planificador urbanístico y antiguo teniente de alcalde de Bagdad que reside en el barrio de Mansour.
Durante sus décadas de servicio público, Madfai estaba al cargo de desarrollar planes para la capital. Karadat Maryam, nombre original de la Zona Verde y el que Madfai todavía prefiere utilizar, se planteó como una zona residencial entremezclada con oficinas gubernamentales. Pero el partido Baaz cerró algunas carreteras cuando accedió al poder en 1968. En 2003, las fuerzas estadounidenses la cerraron por completo, alterando para siempre la sociedad de Bagdad.
“Los ciudadanos normales fueron desplazados”, explica Madfai, no porque se les forzase, sino porque las restricciones de movimiento hicieron imposible su vida diaria.
Los bagdadíes todavía tienen que sentir el impacto de la apertura parcial. Durante las horas puntas de la mañana y la tarde, cuando la Zona Verde está cerrada, las carreteras y puentes deteriorados están obstruidos por el tráfico. Comerciantes situados cerca de la entrada de los puestos de control se quejan de que los soldados molestan a los clientes que quieren aparcar el coche para realizar compras rápidas.
Talal y sus amigos, mientras tanto, esperan impacientemente a que el nuevo gobierno de Abdul Mahdi genere lo que más necesitan: trabajos y servicios. “Si no cumplen las demandas del pueblo, asaltaremos otra vez la Zona Verde. Entraremos en las casas de los ministros y habrá problemas”.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti