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The Guardian en español

Israel acude a las urnas por cuarta vez en dos años con Netanyahu como favorito pero sin mayoría

Cartel electoral del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.

Oliver Holmes y Quique Kierszenbaum

Jerusalén —

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Israel celebrará este martes sus cuartas elecciones nacionales en dos años, aunque no se descarta que el resultado solo sirva para prolongar el estancamiento político y lleve a una temida quinta votación.

Las poco concluyentes elecciones anteriores han sumido al país en una larga crisis de múltiples y fallidos intentos por formar gobiernos estables. Se espera que Israel entre en un período de intensas negociaciones políticas de días o semanas a partir de este miércoles por la mañana, cuando se conozcan los resultados electorales.

El primer ministro, Benjamin Netanyahu, el que más años ha estado en el poder en la historia de Israel, ha basado su campaña sobre dos pilares: los recientes avances diplomáticos con Gobiernos árabes que antes eran poco amigables y una campaña de vacunación doméstica que ha alcanzado renombre internacional.

En un acto de campaña la semana pasada, Netanyahu (71) subió al escenario de un concierto repleto de gente en interior (los conciertos se han abierto hace poco a los israelís ya vacunados, alrededor de la mitad de la población). “¿Están sonriendo de nuevo?”, preguntó Netanyahu a la multitud que gritaba. “¿Están vacunados? ¿Están contentos? Somos los primeros del mundo en superar juntos el coronavirus”.

El Likud, su partido nacionalista y conservador, sigue liderando las encuestas y el pronóstico es que podría obtener 30 escaños en la Knesset, un parlamento de 120 diputados. Las estimaciones dan al primer ministro al menos 10 escaños más que al primer partido de la oposición. 

Pero Netanyahu, un político que genera mucha división, no ha logrado apoyos suficientes de los partidos más pequeños, algo esencial para formar el gobierno de coalición mayoritario y tradicional del sistema político israelí.

Sus contendientes siguen siendo los políticos clave de las últimas tres elecciones, aunque durante este agitado período de bloqueo hayan cambiado de filiación y formado nuevos partidos. 

El principal cambio es que el antiguo líder de la oposición, Benny Gantz, ha visto como su partido, Azul y Blanco, ha perdido mucho apoyo. Gantz se había presentado con la promesa de derrocar a Netanyahu, pero luego se unió a su Gobierno con el argumento de que hacía falta estabilidad durante la pandemia. El giro fue interpretado como una capitulación ante Netanyahu. 

El lugar de Gantz como líder de la oposición lo ocupa ahora su excompañero de fórmula, el periodista Yair Lapid. Popular entre los israelíes de clase media, mayoritariamente laicos y relacionados con Tel Aviv, el partido Yesh Atid (Hay futuro) de Lapid ha prometido abaratar los costes de vida y reducir el poder de las autoridades religiosas con medidas, por ejemplo, como el matrimonio civil.

Sin cambios hacia Palestina

Los partidos de izquierdas han quedado marginados en gran medida, lo que significa que quienquiera que lidere el próximo gobierno continuará probablemente con una línea dura en el tema de la ocupación de territorios palestinos.

Lapid se describe a sí mismo como un centrista y apoya las negociaciones con los palestinos. Pero hace poco dijo también que era un “halcón en seguridad” y que en algunas cuestiones no cedería, como el control de Jerusalén. “Los palestinos quieren destruirnos más de lo que quieren construir una nación y mientras eso siga siendo así, no habrá dos Estados”, dijo en una reciente entrevista al periódico The Times of Israel.

Según Diana Buttu, analista política y exasesora del presidente palestino Mahmoud Abbas, en lo que respecta a los palestinos hay “muy poca diferencia entre la oposición oficial y el partido Likud de Netanyahu”. Lo más alarmante, dice, es que las encuestas dan más escaños al partido de extrema derecha Poder Judío, que se presenta como parte de una alianza política llamada Sionismo Religioso.

El mes pasado, Netanyahu firmó un acuerdo con esa alianza prometiendo puestos en el Gobierno a cambio de apoyo. Según Buttu, que Netanyahu haya llegado a un acuerdo de este tipo demuestra “hasta qué punto se ha derechizado la sociedad israelí”.

Los líderes de Poder Judío son sucesores ideológicos de Meir Kahane, un rabino nacido en Estados Unidos que en 1984 ocupó un escaño durante una legislatura en el Parlamento israelí. Defendía una teocracia judía, la expulsión de millones de palestinos y la prohibición del matrimonio entre judíos y árabes.

Mientras tanto, podrían salir perjudicados los políticos de la considerable minoría árabe de Israel, que en las anteriores elecciones sacaron un buen número de escaños. El año pasado se juntaron en una alianza anti-Netanyahu llamada Lista Conjunta que se convirtió en la tercera fuerza en la Knesset. Pero la coalición se ha deshecho desde entonces.

Es posible que el mayor peligro para Netanyahu venga de dos antiguos aliados que comparten su línea dura. Gideon Saar, su antiguo protegido devenido en rival, se separó del Likud y ha creado su propio partido de derechas, Nueva Esperanza, aunque no le está yendo tan bien como se esperaba. Por otro lado, el exministro de Defensa de Netanyahu Naftali Bennett lidera el partido Yamina, o de “derecha”, y podría convertirse en una figura clave un día después de las elecciones, cuando comiencen las negociaciones.

Aviv Bushinsky, antiguo asesor de Netanyahu, señala que es poco probable que el actual primer ministro consiga el número mágico de 61 escaños en la Knesset sin el apoyo de Bennett. “Naftali Bennett es el dueño de la pelota, si decide que no se une a Netanyahu, Netanyahu no tiene manera de formar Gobierno”, dijo Bushinsky durante una ronda de preguntas en el Club de Prensa de Jerusalén.

También habló de las enormes incertidumbres en torno a estas elecciones. Con el cansancio de tres ciclos electorales, no se sabe cuánta gente acudirá a votar. Y como la ley israelí establece un mínimo del 3,25% de los votos para entrar en la Knesset, la división de las papeletas podría influir en los resultados de manera impredecible. “Puede pasar cualquier cosa”, ha dicho Bushinsky. “

El día antes de las elecciones es totalmente diferente al día después; el día después va a ser una locura“.

Traducido por Francisco de Zárate

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