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Una escuela en Nueva Zelanda sin clases ni deberes para combatir la frustración infantil

Joey Moncarz, cofundador de y profesor de Deep Green Bush School // Fotografía: Joey Moncarz

Eleanor Ainge Roy

Dunedin (Nueva Zelanda) —

En medio de los arroyos y de los bosques de Kauri del sur rural de Auckland, las clases en la escuela más alternativa de Nueva Zelanda ya han empezado. Hace buen tiempo así que ha empezado la sesión de pesca, a la que le seguirá una comida cocinada en fogatas. ¿Deberes y clases? Indefinidamente interrumpidas.

“Dicen que somos una escuela pero en realidad no nos parecemos en nada”, cuenta Joey Moncarz, cofundador y director de Deep Green Bush School, que ya está en el segundo semestre de su curso inaugural. “No les decimos a los niños cuándo ponerse a leer o a estudiar matemáticas. Cuando quieran hacerlo, lo harán”.

Moncarz es un exprofesor tradicional. Después de cinco años llenos de frustración en típicas escuelas de Nueva Zelanda lo dejó para fundar Deep Green Bush School, que tiene ocho alumnos y clases sin muros, ni sillas, ni exámenes.

Preocupado por el hecho de que las escuelas tradicionales no estaban preparando a los niños para los futuros problemas mundiales –como por ejemplo el cambio climático– Moncarz se imaginó un tipo de educación completamente diferente, basada en prácticas primarias de caza, recolección y supervivencia.

Cuando el tiempo lo permite, los alumnos pasan la mayor parte del día fuera, explorando los montes de Nueva Zelanda, aprendiendo a pescar y a cazar, capturando zarigüellas (a las que se les considera una plaga) y aprendiendo sobre la flora y la fauna de su hogar. El resto de lecciones tradicionales del cole, como por ejemplo leer, escribir o la aritmética las van aprendiendo a su propio ritmo, cuando ellos empiezan a mostrar interés. No cuando el profesor lo manda, explica Moncarz.

Una escuela contra agobios e infelicidad

“No tenemos lo que tradicionalmente considerarías niños problemáticos –continúa–. Los padres vieron que sus hijos no eran felices y estaban agobiados en sus colegios tradicionales y empezaron a hacerse preguntas: ¿Es normal o está bien que los niños vuelvan a casa tristes y estresados? Después de haber trabajado en escuelas tradicionales, diría que la mayoría de los niños están agobiados y son infelices”.

Esta escuela se ha registrado en el Ministerio de Educación como una escuela independiente y es por eso por lo que no tiene que acatar la programación común de Nueva Zelanda, aunque sí que está sujeta a supervisión por parte del ministerio.

Ligeramente inspirada en la Sudbury Valley School en EEUU, la cual a su vez se inspiró en la A. S. Neill's Summerhill School de Reino Unido, desde que comenzó su andadura en enero Moncarz ha estado recibiendo solicitudes para abrir escuelas similares en otros puntos de Nueva Zelanda o en lugares tan lejanos como China y Europa.

El doctor David Berg, un profesor titular de Educación en la Universidad de Otago, cuenta que estas escuelas “rurales” son un precedente que va tomando fuerza en todo el mundo, especialmente en Escandinavia, donde los niños que acuden a la escuela infantil van a pescar durante la jornada lectiva.

Sin embargo, comenta también que los educadores tienen que ser muy cuidadosos a la hora de ofrecer todo tipo de conocimientos no solo para sobrevivir sino también para que sean capaces de encontrar un empleo en el mundo moderno. “Mucha gente siente que hay una desconexión con la naturaleza y con el exterior, y por eso lo valora y se sienten atraídos por esto”, apunta el doctor Berg. “Para tener éxito en una sociedad moderna hay una gama de capacidades que se tienen que desarrollar y quizá solo algunas de ellas se pueden desarrollar al aire libre”.

Cathy Wylie, jefa de investigaciones del Consejo de Nueva Zelanda de Investigaciones sobre Educación, aclara: “La escuela Deep Green Bush es un caso atípico en lo que respecta a las escuelas de Nueva Zelanda. Efectivamente, hemos tenido algunas escuelas privadas que han puesto en marcha padres y profesores basándose en Summerhill, pero ninguna que haya diseñado su plan de estudios y su métodos pedagógicos en la caza y la recolección”.

Moncarz insiste en que la escuela no es un “experimento” educativo y que más bien se basa en cómo durante millones de años padres han criado a sus hijos en la naturaleza. “No queremos ser un tipo de escuela sino reemplazar a las escuelas típicas”, apunta Moncarz. “Estamos usando las mismas sabidurías que los padres han utilizado para enseñar a sus hijos durante millones de años. Encerrar a niños en aulas y obligarles a aprender solo genera un montón de problemas”.

Traducido por Cristina Armunia Berges

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