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The Guardian en español

ANÁLISIS

Las vacunas nos han dado esperanza, pero no pondrán fin a la batalla mundial contra la COVID-19

Investigador principal del ensayo de la vacuna de Oxford / AstraZeneca
Un farmacéutico prepara una dosis de la vacuna de Oxford/AstraZeneca contra la COVID-19 en Londres.

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Después de un año difícil de batalla contra la COVID-19, ahora empezamos a ver cómo se distribuyen en el mundo muchas vacunas eficaces contra la enfermedad, entre ellas, la de Oxford/AstraZeneca, que yo ayudé a desarrollar. En este contexto es lógico que nos preguntemos cuándo podremos volver a la normalidad.

El principal indicio para ello será que disminuya la presión sobre los sistemas sanitarios. Hasta ahora, las señales son buenas, ya que las vacunas de Oxford/AstraZeneca, Johnson & Johnson, Novavax, Moderna y Pfizer/BioNTech muestran una protección casi completa contra la hospitalización, incluso en países con nuevas variantes del virus.

Aunque esta noticia es muy positiva, se ve empañada por el hecho de que tengamos tantas poblaciones vulnerables sin vacunar en todo el mundo. Debemos hacerles llegar urgentemente las vacunas para evitar las manifestaciones más graves de la enfermedad. Nosotros, y nuestros políticos, debemos derribar las barreras para la distribución en lugar de levantarlas.

Esto es especialmente importante en un momento en el que vemos la expansión de nuevas variantes del virus. Estas mutaciones parecen haber surgido en poblaciones en las que una proporción alta de individuos se han contagiado y ya existe un nivel relativamente alto de inmunidad, por lo que el virus se ha visto obligado a cambiar para sobrevivir.

Las mutaciones que vemos en Sudáfrica y Brasil facilitan que el virus infecte a las personas que ya tenían inmunidad al esquivar los anticuerpos neutralizantes que los seres humanos producen tras las infecciones naturales o la vacunación (un estudio a pequeña escala ha mostrado una menor eficacia, del 10%, de la vacuna de Oxford/AstraZeneca a la hora de prevenir la infección leve o moderada por la variante identificada por primera vez en Sudáfrica, que ha suspendido temporalmente su aplicación).

A pesar de esta preocupante cuestión, debería haber cierto optimismo en cuanto a que la inmunidad contra el virus a través de las vacunas o después de la infección podría prevenir las manifestaciones graves de la enfermedad, aunque la propagación continúe. Al fin y al cabo, el virus no está aquí para matarnos. Su razón de ser es propagarse, y para ello nos necesita vivos.

De hecho, el sistema inmunitario es muy complejo y mantiene otras funciones importantes incluso ante variantes del virus que pueden evitar los anticuerpos neutralizantes. En respuesta a la infección y a la vacunación, la mayoría de las personas producen fuertes respuestas de células T (importantes para controlar la infección una vez que se inicia) y otros tipos de anticuerpos de unión (que pueden dirigirse a las células infectadas y eliminarlas). Estas células T y los anticuerpos de unión pueden desempeñar un papel importante en la prevención de la enfermedad grave y deberían verse poco afectados por las mutaciones que estamos observando.

Nuevas variantes y nueva generación de vacunas

Sin embargo, es probable que en los próximos años haya una transmisión continua de nuevas variantes tanto en las poblaciones infectadas de forma natural como en las vacunadas. Las nuevas mutaciones permiten que la infección se mantenga en la nariz y la garganta para que el virus pueda sobrevivir. Los coronavirus son muy comunes en los seres humanos, y casi todos nosotros hemos tenido infecciones por coronavirus en la infancia, pero seguimos reinfectándonos y desarrollando “resfriados” por ellos a lo largo de la vida. Este es un patrón futuro muy probable en el caso del coronavirus que ha causado la pandemia de COVID-19. 

Tenemos que saber si esta tesis es correcta, ya que nos dirá cuál es la mejor manera de responder al virus a medida que cambia. Debido a la capacidad del virus para mutar, es posible que tengamos que encontrar la forma de convivir con él a medida que siga transmitiéndose en la población, causando síntomas leves de infecciones en el sistema respiratorio superior en la mayoría, y una enfermedad más grave entre la reducida población de personas que no son inmunes o cuya inmunidad es débil.

Si esta proporción es pequeña, puede ser gestionada por sistemas sanitarios como el sistema nacional de salud de Reino Unido, como ocurre con la gripe estacional. Quizás sea necesario actualizar anualmente las vacunas para hacer frente a las mutaciones del virus o a la disminución de la inmunidad a lo largo del tiempo.

Si con la actual generación de vacunas podemos seguir protegiendo a la población contra las manifestaciones más graves de la enfermedad y la hospitalización, es posible que contengamos el problema de la presión sobre nuestros sistemas sanitarios, y que el fin de la pandemia esté en el horizonte.

Mientras evaluamos el impacto que tienen las vacunas actuales en el mundo real sobre los ingresos hospitalarios, los investigadores ya están trabajando en una nueva generación de vacunas, destinadas a controlar mejor las nuevas variantes, por si resultan necesarias.

En definitiva, hay motivos para la esperanza, pero no es el momento de caer en la autocomplacencia.

  • Andrew Pollard dirige el Grupo de Vacunas de la Universidad de Oxford y es el investigador principal del ensayo de la vacuna contra el coronavirus ChAdOx1 nCoV-19, que actualmente recoge datos de casi 24.000 voluntarios en Reino Unido, Brasil y Sudáfrica.

Traducido por Emma Reverter

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