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La violencia del fútbol americano espanta a sus estrellas

Andrew Luck

Carlos Hernández-Echevarría

El partido, un amistoso de pretemporada, estaba a punto de acabar. Los Colts iban perdiendo y su quarterback estrella, Andrew Luck, estaba tranquilamente en la banda cuando un periodista de ESPN le contó al mundo que al día siguiente pensaba retirarse del fútbol americano a los 29 años. El shock fue tal que la web de la cadena de televisión se colapsó y, en una imagen lamentable, Andrew Luck abandonó el campo de juego por última vez entre los abucheos de algunos aficionados.

¿Por qué se retira un jugador en la cima de su carrera, dejándose por el camino más de 400 millones de euros que ya no ganará? Su respuesta es que lo hace por salud. Por los golpes. Antes de haber cumplido los 30, Andrew Luck ya ha tenido laceraciones en un riñón, traumatismo craneoencefálico y lesiones en las costillas, el hombro, el abdomen y los tobillos. Siendo joven, está ya machacado por un deporte que levanta pasiones pero al precio de crear enfermos: “durante cuatro años he estado en este ciclo de lesión-dolor-rehabilitación, lesión-dolor-rehabilitación. Me siento atrapado y la única salida que veo es dejar de jugar. Me ha quitado la alegría de jugar”.

La duración media de un jugador en la NFL es de solo 3,3 años y sigue reduciéndose. La competencia es durísima y cada temporada llega una nueva hornada de chicos de 20 o 21 años que son más baratos para los equipos que los jugadores veteranos, pero es difícil ignorar que además es un deporte peligroso para los que lo practican. El año pasado, de media, hubo una lesión muscular grave y una conmoción cerebral cada dos partidos. De hecho, un estudio de las autopsias de casi un centenar de exjugadores encontró que un 96% de ellos tenían CTE, las siglas más odiadas por los ejecutivos de la NFL.

La encefalopatía traumática crónica o CTE es una degeneración del cerebro causada por los repetidos golpes. Sus síntomas se han observado en multitud de exjugadores: pensamientos suicidas, depresión, pérdida de memoria, inestabilidad, demencia... el problema es que solo se puede hacer un diagnóstico al 100% observando directamente el cerebro del paciente, y para eso el paciente tiene que haber muerto ya. Aunque la liga dice que “el juego es más seguro de lo que nunca ha sido”, son varios los jugadores que han preferido dejarlo antes de arriesgar más. Joshua Perry abandonó después de dos temporadas porque ya llevaba seis traumatismos craneoencefálicos. Husain Abdullah se retiró tras su quinta conmoción cerebral, recordando en su despedida a jugadores como Dave Duerson, que se suicidó de un disparo en el pecho para que su cerebro pudiera ser estudiado y diagnosticado con CTE, como efectivamente lo fue.

Según se va avanzando en el conocimiento de la enfermedad, la sociedad va cambiando el modo en que mira el fútbol americano. La NFL sigue siendo, por supuesto, un espectáculo de masas, pero muchos de los mismos fans que a lo mejor disfrutan de los partidos profesionales prefieren que sus hijos hagan otras actividades menos peligrosas. Desde 2008, el número de adolescentes que juegan al fútbol americano en el instituto ha descendido un 5%, a pesar de que el número de los que hacen deporte ha aumentado, y muchos expertos recomiendan directamente a los padres que no permitan a sus hijos jugar a la versión “real” del fútbol con placajes.

A la vista de los estudios, parece que ese miedo que algunos padres van cogiéndole al fútbol americano está más presente en las familias blancas. Un estudio señala que un 44% de los jóvenes afroamericanos juega, en comparación a solo un 29% de los blancos, y que el interés por el deporte decrece en los estados con más población blanca y a la inversa. También sabemos que los adultos negros apoyan más que los chicos jueguen a ese deporte que los adultos blancos. Estas cifras marcan claramente el futuro de una liga donde el 70% de los jugadores ya son negros, en un país donde apenas representan un 13% de la población general.

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