Hasta que la sociedad diga 'basta'

La conciliación no existe. Son los padres. O más bien los abuelos, las amigas o quien quiera que esté a nuestro lado para permitirnos cumplir el ambicioso sueño de trabajar y tener una vida propia al mismo tiempo. Algo que los hombres siempre han tenido por derecho y que nosotras tenemos que ir conquistando paso a paso.
Llamamos conciliación a los horarios demenciales que nos hacen trabajar de madrugada porque hemos decidido pasar la tarde con nuestros hijos. Llamamos conciliación a encajar una cita mensual con nuestras amigas, cosa de no perder la costumbre. A llevar a los niños al trabajo el día que no tenemos cobertura, a sabiendas de que nos mirarán mal por ello. A sentarnos en la alfombra de su cuarto, rodeadas de juguetes y con el ordenador sobre las piernas. Y todo esto aderezado con una buena dosis de insatisfacción por sentir que no cumplimos del todo en ninguna de las parcelas.
Tal vez el primer paso sea asumir que no se trata de autoexigencia sino de presión social. A un hombre nunca se le planteará el miedo a perder su trabajo cuando decide ser padre, ni le preguntarán en una entrevista si tiene planes de pareja. No le supondrá un problema en el ámbito laboral decir que quiere formar una familia, ni le señalarán en el ámbito social por decir que no quiere formarla. A una mujer sí.
La incorporación de la mujer al mercado laboral sólo ha supuesto una gran mentira. Porque los papeles no terminan de igualarse y, lo único que hemos hecho, ha sido sumar la jornada de trabajo a todo lo demás. Vivir con la lengua fuera y con la eterna sensación de no dedicar todo el esfuerzo que requiere, tanto el trabajo, como la familia.
Y en esa ecuación que nunca cuadra, acabamos limitándonos a dos factores, olvidando todo lo demás. Porque en la falsa conciliación que vivimos, no encaja una tarde de lectura a solas o unas cervezas con amigos. Son lujos innecesarios para muchas, anhelados por otras y disfrutados por las más afortunadas, aun sabiendo que se les puede señalar por ello.
Un hombre que emprende es ambicioso, una mujer que emprende es una valiente. Un hombre que dedica muchas horas a su trabajo es una joya, mientras que una mujer que hace lo mismo sólo busca refugio para sus carencias en lo personal. Un hombre que espera a su hijo en el cole es un padre ejemplar, una mujer que no va a buscarlo, está desatendiendo sus obligaciones. La lista de ejemplos podría seguir hasta el infinito. Y si a alguien puede parecerle exagerada, estoy segura de que lo entenderá si es mujer.
Porque ese es el principal problema. La lucha ha quedado en nuestras manos, cuando lo cierto es que la responsabilidad no es femenina. Mientras que la conciliación y la igualdad sean cosa de mujeres, tenemos poco que hacer. En esto, como en todo, debemos ir de la mano porque es un problema colectivo que han de abanderar los hombres, las mujeres, los políticos, los empresarios, los trabajadores, los educadores… Es la sociedad, sin género, la que debe decir 'basta'.
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