Jesús Vicente Aguirre: “Lo fundamental es el compromiso de ser y seguir”
“La Rioja existe” y “Aquí nunca pasó nada” son los dos símbolos más representativos de la música y la memoria de Jesús Vicente Aguirre. Sin embargo, él no los reivindica como meramente propios, sino que lo hace desde la humildad de considerarlos desde lo colectivo.
Del mismo modo concibe su trayectoria vital, de la cual hace memoria en «De algunas cosas me acuerdo», libro que acaba de publicar Biblioteca Riojana, de la editorial Pepitas, que tuvo su presentación en público en Logroño este viernes 5 de septiembre en la Biblioteca de La Rioja.
La obra supone un repaso detallado a una vida apasionante, llena de compromiso y profunda dedicación a su tierra. Esa trayectoria le llevó a recibir en mayo por parte del Ateneo Riojano el reconocimiento del Premio Paulino Masip por su extensa e intensa contribución a la cultura y a la memoria histórica.
Los grandes logros sociales son colectivos, pero en buena medida La Rioja se cantó por su música, la identidad de La Rioja se construyó por su empeño y la historia de La Rioja se investigó a fondo con su labor por la memoria. Si existen monumentos que son historia de la humanidad, Jesús Vicente Aguirre es patrimonio de La Rioja.
En el libro abordas la historia de tus últimos sesenta años. ¿Qué se siente al mirar hacia atrás y hacer memoria?
Es algo muy interesante, ya que al escribirlo me ha llevado al recuerdo de tantas cosas, tanta gente, tantas historias, tantas esperanzas, tantas luces y, evidentemente, de algunas sombras que se han ido produciendo en ese lapso de tiempo que incluye desde cuestiones más personales a, por supuesto, otras más sociales. Es algo que yo quería, lo que he vivido y en lo que creo que el libro ahonda al hacer referencia a ese ser colectivo de tanta gente.
La obra se divide en dos mitades. La primera aborda quince años desde 1964 a 1979 y la segunda cuarenta y cinco de 1979 a 2024. Mientras que la primera parte es más extensa, la segunda comprende un estilo más condensado y variado. ¿Por qué has decidido esta estructura?
En principio, el libro iba a ser solamente la primera parte. Conviene decir que, cuando empiezo a escribir esta historia, lo hago pensando en dejar algo para mis hijos, para unos amigos y simplemente porque yo quería recordarlo y escribirlo. Víctor, de Pepitas, me preguntó qué estaba haciendo ahora y yo le conté lo que venía escribiendo y me lo pidieron.
A la semana siguiente me dijeron que lo podíamos publicar y a partir de ahí pienso que había que hacer algo más, a lo cual también me respondieron que podíamos completarlo.
Sobre todo, lo que yo quería contar es esa primera parte para explicar ese tiempo. Entonces se trataba de contar qué tiempo fue aquel, en qué país vivíamos una generación, que no por compartirla éramos todos iguales, pero sí que se trataba de de contarlo. Por eso esa primera parte, esa dedicación en tiempo, espíritu, corazón, memoria, recuerdos y esperanza.
Describes la esencia del libro como “un recital de recuerdos y papeles, de paisajes y canciones”. De hecho, cada capítulo lleva el título de una canción y diversas imágenes. ¿Tiene tanto de autobiografía como de discografia y hemeroteca?
Sí, cuando estaba escribiéndolo al principio no fue algo en lo que pensara, pero, al ver que esto podía ser un un libro, tuvo una trascendencia mayor desde todos los puntos de vista. Al final, en un apéndice tratamos de explicar un poco esas canciones y sus cantantes. Además, hemos preparado una playlist donde pueden escucharse de forma seguida todos los temas. En la propia presentación ya hablo de una discografía propia y afín.
Hay una mezcla de diario de campo con anécdotas personales y el relieve de hechos históricos. En la obra, citando a Stefan Zweig, se define como “autobiografía generacional”. En ella se hace un retrato de época de La Rioja con personas como Rafa Ojeda, Manuel de las Rivas, Julián Rezola, Chema Purón o Paco Marín. ¿Tu historia personal trasciende a lo colectivo?
Esa fue mi intención desde el principio cuando lo escribía para mí y, evidentemente, mucho más al pensar que podría ser leída por otra gente y tener su interés. Ese interés era que se conociera una época en la que cuando hablamos de la mili lo hago de la mía, pero es la mili de miles de personas de años antes. También cuando lo hago de algunas ideas o recuerdos de lo que fue la educación, lo que era poder estudiar o el sentido de la religión con la influencia del nacionalcatolicismo que tanto nos marcó y del que tuvimos que librarnos, lo cual no siempre fue fácil. Todas estas cosas son generacionales.
Zweig en «El mundo de ayer» empieza al revés de lo que yo hago. Comienza contando una historia preciosa que se va acogotando hasta la ascensión del nazismo. Aquí nosotros partimos de la oscuridad absoluta del franquismo, de la negación no solamente de la libertad y la democracia, sino del proceso personal y la alegría de vivir. Todo eso es lo que intentamos combatir y para lo que nos juntamos mucha gente para hacer posible otro país, otra forma de vivir y otra forma de sentir.
En ese sentido me podía haber quedado únicamente en esa historia que va desde recuperar la la libertad y la democracia hasta los los hechos autonómicos, donde creíamos que todo era posible y lo intentamos y lo luchamos. Como llego hasta 2024, no cabe duda de que en el horizonte hemos visto muchas sombras y problemas donde lo que uno conquista o lo que cree que ha conquistado no es para siempre y que las ilusiones a veces se nos quedan por el camino. En fin, a pesar de todo, hay que seguir por aquello que decía Gramsci del pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad. Precisamente porque ya lo intentamos no lo vamos a dejar caer.
En tu trayectoria pasas por Dúo Géminis, La Barranca, Rebaño feliz, Armonía rota, Con dos bemoles… ¿Cómo explicas la influencia de la música en tu vida?
La música es una de las cosas más importantes de la humanidad. Yo, que soy ateo por gracia de Dios, creo que la música es el dios en el que todos nos podemos refugiar. Por decirlo de alguna manera, escuchar música es como leer. No entendería la vida sin poder leer. Luego, además, vas y escribes o escriben otras personas. Leer y escribir, escuchar y hacer música.
Esto se puede extender a otras artes que no solamente son para los museos, sino para nuestra vida, como desde pintar hasta el teatro o el cine. La música en mi caso es absolutamente importante.
Con Carmen, Jesús e Iñaki compusisteis ese himno que es «La Rioja existe». ¿Consideras que fue la banda sonora de la autonomía de La Rioja?
Recuerdo y tengo los documentos de las canciones que hicimos, las que no se llegaron a grabar y de cómo se hizo «La Rioja existe» tanto musicalmente como en la parte textual. Hay muchos recortes de periódico y mucha gente que ha manifestado -lo sigue haciendo ahora- que esto es el himno de La Rioja.
Yo siempre tengo que puntualizar que no es el himno oficial, pero sí fue un himno popular que nos ayudó a centrar un poco aquella idea, que lógicamente se mostraba de formas diferentes. Si algo influyó y confluyó para que tuviéramos un himno, como luego una bandera, fue la canción. Yo de eso he sido consciente, tan consciente como igualmente nunca intenté ni acepté ninguna lucha o historia para conseguir que fuera declarado el himno oficial.
Conocía la música de Eliseo Pinedo y supe siempre que el himno oficial de La Rioja era el suyo hasta que luego se declaró oficialmente. Pero una cosa no quita la otra. He ido a cantar en algunos centros educativos lo que fue el Día de La Rioja y, de repente, todo el mundo en el patio está cantando «La Rioja existe». Esas cosas, aparte de ensancharte o encogerte el corazón, están ahí y son así.
Además de repasar tu trayectoria musical y vital, haces un recorrido donde aparecen José Antonio Labordeta, Joaquín Sabina, Elisa Serna o Marina Rosell. ¿Qué legado dejan los cantautores y cantautoras?
Es el patrimonio de nuestra propia humanidad. No se puede entender la transición sin la canción de protesta. Estábamos protestando. No olvidemos nunca que vivimos hasta 1975 bajo una dictadura. Era «L’estaca» que cantaba Lluís Llach, que entre unos y otros íbamos moviendo: los cantautores y, por supuesto, todo el público, miles de personas que nos han seguido y otros miles que hacían sus manifestaciones o reivindicaciones. Entonces, claro, fue muy importante. Quien mejor lo ha contado ha sido Luis Pastor en ese vídeo precioso de «Qué fue de los cantautores».
Hasta 1979 los voceros éramos nosotros. Quienes se suben a un carromato, a un remolque, a un escenario para decir que la paloma cae por los tiros de la gente cuando se canta para reivindicar y avergonzarnos de lo que estaba ocurriendo en el Sahara o para recordar lo que estaba sucediendo en Vitoria. Todo eso es la canción de protesta de aquellos años.
Hay un componente claro presente en el libro que es el compromiso. Se ve en el desafío a la censura, la representación sindical, el atrevimiento para coger un coche y cantar donde hiciera falta, la actuación en las fiestas del Partido Comunista o la consideración de la emigración y el exilio. ¿Ha sido el compromiso por un mundo mejor el motor que te ha movido?
A mí sí. Cuando alguien me recuerda cosas y me dice lo que he hecho o me dan algún premio, simplemente creo que es algo colectivo. Esto fue gracias a toda esa gente que estuvimos ahí reivindicando, cantando, diciendo. Todo esto claro que tuvo sentido y se traduce en una palabra: compromiso.
Como digo siempre cuando acabo una comunicación, tengo dos palabras: una es Somos en mayúscula para recordar la canción de la Labordeta; la otra es seguimos y seguimos de la manera que cada cual pueda y de la forma en que cada cual lo pueda entender, ya que los tiempos no siempre son tratados de la misma manera o las formas de desarrollo pueden variar. El compromiso no. Nunca.
No puedo menos que seguir sintiéndome emigrante. No puedo menos que decir que España es un país de emigración y no debiéramos aceptar que pongamos en duda que la inmigración, como diría mi amigo Carlos Álvarez hablando de la cooperación al desarrollo, es la ternura entre los pueblos.
Me parece que conviene decirlo en este momento y me voy a referir a Gaza. Que un día sí y otro también haya decenas de personas asesinadas es inaceptable, como también lo es que Europa entera no haya roto relaciones con el Gobierno de Israel. Me parece increíblemente brutal lo que están haciendo, más aún por parte de un Estado que se crea con los restos de quienes sobreviven al genocidio nazi. Es algo que hay que seguir denunciando todos los días.
El momento que marca el punto de inflexión en la obra y la separación entre sus dos mitades es el fallecimiento de Carmen Medrano, pareja artística y compañera de vida. ¿Qué representa Carmen en tu vida y qué huella ha dejado el eco de su voz?
La huella es inconmensurable. Creo recordar que ahora hay cuatro calles en La Rioja que llevan su nombre. Es increíblemente entrañable cuando alguien a veces recuerda y te dice que pasó por su calle o que vivió en ella. Cosas así te llegan. Uno puede rehacer la vida con la enorme satisfacción de ver cómo todo aquello no quedó en agua de borrajas, sino que tuvo sentido cuando alguien te dice que está escuchando de nuevo nuestras canciones.
Siempre tendremos dificultades y trampas en nuestro avance. Aunque no las cantemos nosotros directamente, esas canciones siguen siendo necesarias. Están ahí. Esas grabaciones, ese recuerdo, esas calles, esos papeles donde siguen apareciendo, esas entrevistas donde alguien se plantea cómo fue y quién fue. Todo eso significa que esta mujer y esta voz siguen y seguimos.
El otro gran tema que se trata es la memoria, con la cual te volcaste en «Aquí nunca pasó nada». “Supe, desde el principio, que me había casado con aquellos libros y temática y con las innumerables dudas y consultas a las que, gustoso, sigo hoy mismo tratando de dar respuesta”, escribes. ¿Qué respuestas quedan hoy pendientes?
La dictadura es un sistema que puede aterrar, pero que, sobre todo, encierra. Encierra el país, su economía, la libertad, el progreso. Va contra todo eso y, además, sabemos que por encima están los que tienen y vigilan, los que santifican y quienes de vez en cuando sacan las armas para recordar.
Cuando luchamos contra todo eso, conseguimos una democracia, una libertad que se puso en marcha y fue importantísima porque no la teníamos. La memoria no era algo fácil de abordar a comienzos de la década de los ochenta. Quizás a partir de 1985 se debiera haber hecho algo, pero seguimos así y no se hizo. Entonces la memoria quedó en el olvido y es una pena porque en aquellos años, a pesar de la dureza y la lucha por esos cambios, hubiera sido más posible hacer que el Estado se hiciera responsable de la búsqueda y de la exhumación de las cunetas.
¿Cómo un país puede permitirse no hacerlo? En aquellos años no solamente se podía y se debía haber hecho, sino que creo, como otra mucha gente, que hubiera sido hasta más fácil y nos hubiera llevado a cuestiones diferentes en estos momentos. Por ejemplo, se podía haber prohibido, como se había hecho en Italia y en Alemania, al franquismo y a sus adláteres. Esas cosas no se hicieron.
Luego lo que ha ocurrido, como aquí con La Barranca, es que hay todo un proceso, un interés y una historia de la memoria que va funcionando gracias a todos los esfuerzos de una parte de gente. Tiene que llegar el nuevo siglo para asumir que se vuelvan otra vez a hacer exhumaciones y que exista la primera Ley de Memoria Histórica.
Ahí entra ese trabajo que tuve el honor de llevar a cabo. Yo, que no tengo familiares represaliados, siempre he dicho que tengo 2.000 familias a las que he podido transmitir mi cariño y contar quiénes eran. Entonces es evidente la importancia que para mí personalmente ha tenido la memoria, pero de nuevo estamos en lo colectivo para tantos miles de personas.
Tu versatilidad comprende la música, el cine, la radio, la escritura, la docencia, la investigación, la implicación política o la dedicación al área de Juventud en el Ayuntamiento de Logroño. ¿Consideras que te queda algo por hacer?
Siempre. En estos momentos quiero acabar las dos cosas en las que estoy. Una es dar a conocer este libro, lo cual es un trabajo y una responsabilidad. Por otra parte, estoy reescribiendo «Aquí nunca pasó nada» con la ayuda de algunos amigos porque veinte años después hay muchos añadidos, muchos documentos y algunos nombres que deben variar en los listados.
Lo que me gustaría después de esas dos cosas es pensar y reflexionar sobre todos esos otros proyectos que ya tengo encima y que voy pergeñando su posibilidad en algunos cuadernos con el propio ordenador. Lo que sí es cierto es que lo veo con mucha tranquilidad porque, después de vivir hasta ahora 77 años, sí creo que algunas cosas hemos podido hacer. Como no voy a parar, porque somos y porque seguimos, algo quiero hacer, pero con toda esa tranquilidad, con gente alrededor y con el compromiso de que podemos y debemos intentarlo.
Cierran la obra palabras como las de Joaquín Díaz, Jonás Sainz, Félix Maraña o Luis Brox. ¿Qué pensaste al leer sus textos?
Fue hermoso. Me pareció absolutamente emocionante que otra gente lea algo que yo intentaba que fuera algo colectivo, pero que en principio parte de uno mismo y donde podía tener sus dudas e interrogantes. Ver que esa gente interesante que tiene acceso al libro con tiempo está en ello y lo vive contigo es emocionante y entrañable. Además, es algo que me une a ellos más todavía y con lo que creo que puedo seguir trabajando en este libro y ya veremos más adelante.
Las páginas finales se cierran con un agradecimiento y un abrazo. ¿Te sientes en paz contigo mismo después de este libro?
De alguna manera sí porque en el libro no desaparecen aquellos problemas que uno ha podido tener. Ni siquiera esas dudas albergadas o que en algunos casos se sigue teniendo ni aquellas cosas que yo siempre he dicho que quizás pudimos hacer mejor, para empezar las que uno mismo ha llevado a cabo.
El libro no tiene por qué ser complaciente, pero sí su desarrollo, su historia. Ese compromiso de ser y seguir me parece que es lo fundamental por encima de esas historias que algunas veces son sobrecogedoras y, además, positivas, mientras que en otros casos pues podían haber sido mejores. De las cosas que hemos hecho no cabe más que aprender para continuar viviendo y seguir haciéndolo de la mejor manera posible.
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