Vísceras

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Hace dos meses una amiga me envió bastante preocupada el enlace de la noticia relacionada con la prohibición del uso del velo islámico en el IES Sagasta de acuerdo con la aplicación del Reglamento de Organización y Funcionamiento del centro. En él se impide, a partir del presente curso, cubrirse la cabeza durante las clases, ya sea con gorras, gorros o velos. Más allá del debate sobre la decisión adoptada, le dije que lo que me inquietaba era otro aspecto.

Fue terrible ver una buena parte de los comentarios en redes sobre lo publicado al respecto por los diferentes medios de comunicación. Esta es una selección de ellos reproducidos de manera literal (errores ortográficos incluidos): “si quieres llevar el velo, vete a tu país”, “estos buscan solamente conflictos”, “están viniendo como ratas y tienen más que nosotros”, “¿los moros son más que los españoles?”, “así va España con esta gente encima nos quitan el trabajo”, “porqué no se marchan todos a sus países y nos dejan en paz”, “a tu pais te puedes ir a ponerte todas las sábanas que quieras” o, por último, “si no te gustan nuestras normas... Cierra la puerta al salir”.

El marco de la mayoría de mensajes incide en la relevancia del cumplimiento de las normas, algunos desde la calma y otros desde la exaltación racista como los anteriores. Se podía haber establecido un debate productivo sobre lo apropiado de igualar una gorra a un hiyab, la comparación de un elemento estético con uno simbólico, la concepción de la mujer en la religión, la representación del acto de cubrirse, la falta de determinación de la Consejería de Educación o la colisión de un reglamento educativo con el derecho constitucional a la libertad religiosa, pero hubo quienes prefirieron orientar la conversación pública hacia un tono de marcado carácter discriminatorio.

Los sujetos que desde ahí se arrogan la idea de superioridad no hacen sino evidenciar la descomposición de los valores humanos más básicos, el olvido de la emigración española en tiempos difíciles, así como la profunda incongruencia de reclamar respeto desde el odio y el señalamiento. Como profesor he tenido, como cualquiera, una gran diversidad de estudiantes en clase. En ella se incluyen alumnas musulmanas que no llevaban velo y otras que sí. Esto nunca ha supuesto un problema para sus compañeros y compañeras. Al contrario, han podido explicar lo que significa para ellas como el resto ha compartido lo que les parece importante en su día a día. Quizás, en lugar de tanto ruido, lo que resulta necesario es potenciar los vínculos y la escucha para estudiar sin tener que elegir entre ello y la identidad.

Se puede pensar que lo sucedido con el caso de Eman, la joven que ha llegado a presentar 11.000 firmas en contra de la decisión del instituto con el fin de reivindicar la posibilidad de asistir a clase con el hiyab, constituye algo aislado. Sin embargo, no se queda únicamente en el ámbito local, sino que también sucede en otros como el autonómico. De este modo, a la noticia que hace referencia al registro en La Rioja de 164 casos de discriminación racial o étnica durante el pasado año, le acompañan estos comentarios en Facebook: “para discriminación racial la que hacen las instituciones públicas hacia los españoles a la hora de solicitar ayudas”, “¿Qué tal va la estadística del aumento de agresiones sexuales?”, “El principal racismo en Logroño y en toda España es el racismo antiespañol”, “Lo que nos están haciendo descaradamente se llama plan Kalergi” o “España es un país racista, sobre todo si eres español y blanquito. A los demás les ponen hoteles gratuitos, comida y ropa”.

Un dato que debería provocar la repulsa unánime por el daño social que entraña acaba por tener el efecto contrario debido al enardecimiento patriótico y la criminalización de las personas migrantes. Plantear que la procedencia lleva asociada la delincuencia es profundamente estigmatizador además de que ni siquiera se atiene a los datos en la actualidad, dado que en España hay el doble de personas extranjeras que en 2005 mientras que en el país la tasa de criminalidad convencional ha descendido de 49,4 a 40,6 delitos por cada mil habitantes. La clave pasa por una tridimensionalidad ante la complejidad: el fomento de la convivencia y el rigor frente a las narrativas reaccionarias, la observación de las condiciones materiales en lugar del origen y la claridad de que ante el racismo no hay debate posible.

La última parte de esta recolección se sitúa en el plano internacional con las diferentes acciones de apoyo al pueblo palestino desde La Rioja ante el genocidio que está sufriendo por parte de Israel. Como en los casos anteriores, esta es una muestra de la ingente cantidad de comentarios: “Parásitos, vagos y proterroristas”, “Perrofalutas que no tienen otra cosa que hacer por órdenes del perro”, “Serán los socialcomunistas de mierda de siempre”, “¿Pero saben lo que significa la palabra genocidio?”, “la foto de tres gilipollas haciendo el gilipollas”, “Manifestarse por unos moros que si pudieran nos harían volar por los aires por infieles? Eso sí!”, “Que vorregos son toda esta gente”, “Cuanta mierda inculta y vendida hay”, “todos vividores del estado seguro”, “Vagos , maleantes ,malolientes y poco aseados”, “Hay que justificar las paguitas hombre! Jajaja”, “Con tal de no currar hacen lo que sea”, “Dan entre pena y asco” o, finalmente, “No hay biberón sin tetina, ni tonto sin la bandera de Palestina”.

El nivel de visceralidad de los mensajes alcanza su cénit en este último apartado. Sorprende, cuando menos, que quienes no tienen la mínima deferencia en solidarizarse con quienes están sufriendo la barbarie se atrevan a vociferar e insultar a compatriotas que sí lo hacen y dedican tiempo de su vida a ello. Lo que está ocurriendo en Palestina representa el colapso moral de nuestro tiempo. Algún día, cuando se vea en perspectiva la gravedad de todo lo que ha supuesto, habrá quienes quieran esgrimir que estuvieron en el lado correcto. No servirá el engaño. El espejo ante el que tendrán que mirarse les devolverá sus mentiras y su inquina.

Requiere un estómago considerable recabar todos estos comentarios tan lúcidos, donde casualmente coinciden en parte las mismas personas comentando las tres noticias cuya valentía no llega, eso sí, para poner una foto de perfil identificativa, pero es algo necesario a subrayar por el nivel al que se está llegando. Del mismo modo que no pueden pasarse por alto dichos mensajes debido al peligro que conlleva su cotidianidad, también debemos tener en cuenta que no se puede confiar en que la razón se imponga por sí misma, así como plantearnos de manera propia una serie de cuestiones. ¿En qué momento hemos permitido que la rebeldía se asocie con el odio reaccionario? ¿Por qué hemos normalizado que la crítica se realice mediante la infamia? ¿Cómo nos hemos habituado a que se manosee la palabra libertad?

Estos mensajes no nacen de forma espontánea. Por lo tanto, cabe reflexionar sobre quiénes los han plantado y abonado. Lo han hecho quienes convierten los exabruptos en la base de sus discursos, señalan a las personas migrantes como raíz del malestar, descalifican desde una tribuna a las personas que luchan contra un genocidio, desacreditan a las víctimas por tapar su gestión, recrudecen su forma y fondo ultra por intereses electorales, exaltan la dictadura franquista, convierten la mentira en seña particular, pervierten las instituciones del Estado, privatizan los servicios públicos, se envuelven en la patria mientras aumentan el nivel de desigualdad, contaminan el periodismo con la desinformación, financian a pseudomedios, acuden a las universidades a provocar, promueven el egoísmo yéndose a tributar a Andorra o quienes hacen del individualismo a ultranza su bandera. El chapoteo proviene de esa ciénaga.

Jane Goodall falleció hace un mes y dejó una afirmación para enmarcar. “Lo que haces marca una diferencia, así que debes decidir qué tipo de diferencia quieres marcar en el mundo”, señaló. Esto tiene una conexión con lo que se dice y cómo se dice porque se basa en lo que se toma como referencia, el modo de estar en la sociedad y la importancia de lo que se deja. En definitiva, se trata de elegir si lo que vas a aportar es tu bilis desde la falsa creencia de la transgresión o si lo que dices y haces sirve para mejorar las cosas desde la integridad, la empatía y la implicación. Aunque hoy en día parezca lo contrario, lo revolucionario siempre será lo segundo.

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