Siempre fueron gigantes
No comparto el anuncio de publicidad de General Ópticas. Creo que es erróneo. Alonso Quijano no precisa de gafas. Siempre ha visto a la perfección. A Don Quijote lo tildan de loco porque ve gigantes donde los demás contemplan molinos. Se ha impuesto la versión oficial: quien lucha contra las injusticias sufre delirios, confunde la realidad con la fantasía y necesita descanso, pasar por la óptica y tal vez un psicólogo de la Seguridad Social -si lo hubiera y diera cita antes de diez días. La verdad es otra: los molinos eran gigantes. Siempre lo fueron. La locura quizá sea del resto de nosotros que nos hemos acostumbrado a vivir entre ellos sin levantar la cabeza.
Los gigantes no tienen brazos de madera, sino tentáculos de poder y de soberbia. Se disfrazan de multinacionales, gobiernos, bancos y partidos políticos. Don Quijote los reconocería enseguida: los vería en los pasillos de los parlamentos, en los despachos donde se deciden recortes sociales, en los consejos de administración que confunden rentabilidad con derechos fundamentales, o allí donde se decide putear un poco más a los autónomos. Nosotros, en cambio, nos conformamos con llamarlos “mercados”, “geopolítica” o “ajuste presupuestario”.
Hacen falta quijotes, y muchos. Quijotes que levanten la voz por una Sanidad Pública que no se desangre en pasillos de urgencias de ocho horas. Quijotes que defiendan una Educación Pública que no se convierta en un lujo de clase alta. Quijotes que no acepten que nuestros pueblos mueran despacio, sin médicos, sin autobuses y sin jóvenes. Quijotes que le digan a Trump -y a todos sus imitadores- que dar caza a seres humanos no es novedoso, que eso ya lo inventaron los nazis y lo perfeccionó el apartheid.
Hacen falta Quijotes para decirle a Putin que invadir países no es gobernar, sino compensar la falta de ideas y libertades en el propio. Y a los votantes que dudan entre un mentiroso profesional y un pusilánime de manual, que la duda es legítima, pero resignarse es otra forma de rendición. Necesitamos Quijotes que protejan a los agricultores frente a las multinacionales de la alimentación -esas que ganan más cuanto menos gana quien siembra-; que defiendan a esa anciana que un fondo buitre quiere echar de su casa de toda la vida; que desenmascaren a las tecnológicas que venden nuestros datos y compran conciencias.
Necesitamos Quijotes que avergüencen a los diputados que aparcan gratis con dinero público, que ridiculicen a los que se envuelven en la bandera para tapar sus vergüenzas fiscales, que pongan colorados a los que blanquean dictaduras a través del fútbol y del deporte, y que recuerden a tanto patriota de boquilla que la Constitución también habla de vivienda y empleo dignos, no solo de himnos y banderas.
Don Quijote no estaba loco. Quizá los locos somos nosotros que aceptamos que los gigantes hagan y deshagan y nos burlamos del que los enfrenta. “Cambiar el mundo, amigo Sancho, no es locura ni utopía, sino justicia”. En pleno siglo XXI sigue haciendo falta alguien que monte en su Rocinante, alce la mirada, y grite sin ironía ni protocolo: ¡Sancho, mi espada!. Don Quijote es quien menos necesita gafas. Ninguna duda.
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