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La búsqueda de alquiler en Madrid: “O eres rico o jamás podrás vivir solo en esta ciudad”

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Guillermo Martínez

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Habitaciones en la despensa de la cocina, zulos sin ventanas, comisiones ilegales de agencia enmascaradas, inquilinos pudientes que ellos mismos elevan el precio de la vivienda durante una visita, abonar seis meses de fianza al entrar, anuncios estafa y la exigencia de pagar hasta 30 euros para ver el piso limpio. Esa es la realidad a la que se enfrentan cientos de personas a diario en Madrid, donde encontrar una habitación o piso en alquiler se ha convertido en una odisea que cada vez agota a más personas. Ya da igual el contrato fijo y la zona, lo prohibitivo asola tanto el centro como la periferia madrileña. Esta asfixiante carrera, además, se ceba con los migrantes, agotados del estigma que recae sobre ellos.

María Martínez tiene 28 años y lleva dos meses intentando encontrar una habitación para alquilar ante la imposibilidad de vivir sola en una ciudad cada vez más atestada de pisos destinados al turismo. “He encontrado habitaciones que no sé ni cómo es legal alquilarlas. Una vez vi una que estaba en lo que había sido la despensa de la cocina. La puerta daba directamente a la cocina y era algo enano”, ilustra esta joven llegada desde Jaén a Madrid en enero.

Habitaciones tan pequeñas donde lo único que hay es una cama, porque no hay espacio para nada más, también son una realidad frecuente con la que se encuentran las personas como Martínez. “Lo peor de todo eso es que cuestan unos 500 euros. No llego a entender cómo los precios del alquiler están tan descompensados con los salarios”, comenta.

Todo ello no sólo tiene repercusiones en el corto plazo, sino que crea un estrés emocional de cara al futuro. “Ya tengo una edad, un trabajo, y no sé hasta cuándo voy a aguantar compartiendo piso. Me gustaría poder tener mi intimidad, un espacio tranquilo y seguro en el que poder crecer como persona. Tengo amigas con 38 años que todavía no pueden vivir solas”, desarrolla Martínez, que actualmente vive por la zona de Goya. 

“He visto cosas por Puerta de Toledo y Acacias y el problema del dinero sigue ahí. Y eso que mi salario ronda los 1.550 euros al mes”, dice esta joven empleada en una agencia de comunicación. ONU-Hábitat ha cifrado en un 30% el porcentaje de los ingresos que los residentes deben destinar a pagar una vivienda para poder considerarla asequible, una realidad totalmente alejada de la que se sufre en Madrid.

A pesar de que en un primer momento la capital pueda parecer la ciudad de las oportunidades, la cuestión del alquiler sigue enturbiando las aspiraciones de muchas personas, sobre todo aquellas llegadas desde otras provincias. “Yo tengo esperanza de que esto se regule en algún momento, porque es tal la resignación que me provoca que no sé cuánto tiempo más lo podré aguantar. En realidad, o eres rico o jamás podrás vivir solo en esta ciudad”, enfatiza la propia Martínez.

Los requisitos, muralla inexpugnable

Las estafas en cuanto al alquiler de habitaciones en la capital están a la orden del día. Ese es otro de los frenos a los que se enfrentan aquellas personas que, día tras día, pasan horas buscando a través de aplicaciones como Idealista. Paloma Montiel es diseñadora gráfica, tiene 29 años y lleva siete en Madrid. La mudanza que enfrenta actualmente será su séptimo traslado. “Ahora vivo con tres personas más, pero la única que sigue siendo titular del contrato, porque las demás hemos entrado después, se marcha, así que la casera nos ha dicho que no va a renovarlo”, dice, apenada.

Ubicado en la calle Atocha a la altura de Antón Martín, Montiel sabe que difícilmente encontrarán algo por esa zona. Y, de encontrarlo, los requisitos a los que hacer frente para poder acceder a la vivienda también pueden llegar a ser prohibitivos. “Las tres tenemos contrato fijo y llevamos en nuestras empresas al menos dos años. Entre todas ingresamos unos 5.000 euros, pero ni con esas”, se queja. No es algo baladí: “Vimos un piso de 950 euros, muy barato, pero pedían que alguna de nosotras cobrara en neto 2.200 euros o tener un avalista que ingresara esa cantidad”.

Por otro lado, el desembolso inicial también puede llegar a ser un muro que franquear. Según comenta esta diseñadora gráfica, para conseguir el alquiler hay que pagar el mes en curso, al menos dos de fianza y los honorarios. “Y te siguen cobrando la comisión de la agencia, porque se inventan otras nuevas, así que para una habitación de 500 euros a lo mejor tengo que pagar 2.500 euros de entrada”, cuantifica.

La competencia es tan frenética que apenas hay tiempo para pensar si quedarse con un piso. “Si llamas y es para verlo mañana, malo, y eso genera un estrés enorme. A mí me han llegado a anular visitas en el mismo día porque una hora antes ya lo habían alquilado”, ejemplifica Montiel.

La fianza del alquiler, la nueva entrada hipotecaria

Ayla Pérez va a cumplir 30 años este mes. Es educadora social, de Madrid, y su salario ronda los 1.600 euros. “Vivo sola por la zona de Pacífico. El año pasado no tuve problemas en encontrar algo por 800 euros y un piso de unos 60 metros cuadrados, aunque tuve que pagar cuatro mensualidades de golpe”, explica. En apenas unos meses la realidad del alquiler ha cambiado tanto en la capital que ahora algunos propietarios le han pedido cobrar casi 3.000 euros al mes para poder vivir en su inmueble. “Y te piden hasta seis mensualidades de fianza, es como si fuera una entrada en el banco para una hipoteca, solo que para pagar un pisito pequeño en alquiler”, subraya.

Tras unos meses en búsqueda activa de piso, esta madrileña considera que “la vivienda es un bien de primera necesidad y los propietarios utilizan el sistema inmobiliario como un negocio más, cuando no se debería especular con algo así”. 

Aunque admite que algunos caseros sí han podido tener malas experiencias con sus inquilinos, Pérez piensa que la realidad supera esos supuestos miedos de los propietarios: “Les viene muy bien que ahora haya tanta gente en contra de los inquilinos que no pagan porque no pueden, los ocupas, porque así se reafirman en poner tantas medidas para supuestamente estar protegidos, y siempre los acaban alquilando”.

Los inquilinos suben el precio

Pilar Ortuño trabaja en una reconocida consultoría, tiene 25 años y llegó a Madrid desde Pamplona cuando terminó sus estudios universitarios. En estos momentos vive por la zona del Bernabéu junto con otras dos amigas. “Vayas donde vayas hay precios prohibitivos, además de anuncios falsos para caer en estafas”, denuncia. Ahora busca un nuevo piso para conocer otro tipo de convivencia, señala, pero sus expectativas van cayendo poco a poco: “Me he encontrado auténticos zulos, semisótanos sin ventanas, por 1.000 euros”, concreta.

De nuevo, el continuo movimiento del mercado del alquiler en la capital complica la situación. Tal y como relata Ortuño, “hay zonas en las que se han asentado muchísimas personas con bastante dinero, y eso hace que suban el precio a los demás”. La realidad es tan sangrante que, en muchas ocasiones, ya no se negocia a la baja. Así lo ejemplifica la joven: “Vi un piso para dos personas por 1.200 euros, que dentro de lo que cabe me lo puedo permitir y estaba aceptable. Al rato me dijeron que el que lo había visitado antes lo quería y les había ofrecido pagar 100 euros más que yo, o sea que ahora los inquilinos pudientes son los que suben los precios”.

Los españoles primero, según los propietarios

Más complicada todavía es la situación de la puertorriqueña Dalila M. Olmo, al igual que la de cientos de migrantes que intentan encontrar una vivienda digna en la capital. Asentada en Madrid desde hace cuatro años, a sus 25 necesita la ayuda de sus padres para sobrevivir en la ciudad, ya que con los 1.100 euros que cobra como periodista no le alcanzan. “Yo ahora tengo el privilegio de vivir en Chueca. Pago 825 euros y vivo con una compañera de piso, pero me tengo que ir en unos días porque no han renovado el contrato”, apunta.

Ella ha sufrido en sus propias carnes el racismo imperante en la sociedad. “Muchos de los caseros me lo han dicho directamente, que querían ser sinceros conmigo y que no me ilusionara, que había otras personas españolas y preferían darles el piso a ellas”, enfatiza. Además, la condición de migrante suele acarrear algunos requisitos extra. “Cuando llamaba para informarme, directamente decía que era extranjera y que mis avalistas no residían en España”, lo que en ocasiones supone un problema.

Su experiencia le dice que encontrar un alquiler no le será fácil, al menos con unas condiciones mínimamente dignas. “He visto cuartos sin una ventana y camas en condiciones precarias. Lo máximo fue cuando visité una vivienda que estaba totalmente sucia, todo patas arriba. El que me lo enseñó me dijo que, si lo quería volver a ver limpio, tendría que pagar 30 euros por ello”, sostiene Olmo. Por el momento, seguirá buscando un espacio en el que seguir establecida en Madrid intentando que eso signifique el menor sacrificio posible, como tantas otras personas, jóvenes y no tan jóvenes, que intentan hacer frente al desmedido e inusitado mercado del alquiler en la capital española.

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