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Temporal Filomena
Almeida en la nieve: más conexiones en directo que gestión

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, atiende a los medios durante su visita este viernes al madrileño parque de El Retiro.

José Precedo / Víctor Honorato

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El viernes de la gran nevada, José Luis Martínez–Almeida, alcalde de Madrid y portavoz del PP de Pablo Casado, aparcó uno de sus dos cargos y se dispuso para ser la cara de la gestión de la crisis en la capital. La víspera, el día 7, cuando los meteorólogos ya alertaban de una ola de nieve que podía llegar a cuarenta centímetros de altura todavía se había permitido algunas chanzas contra Pedro Sánchez y su gobierno de coalición. Entró en el programa 'Espejo Público' de Antena 3 para explicarle a Susana Grisso sobre las imágenes del asalto del trumpismo al Capitolio que “los populismos tienen distintos orígenes o pueden tener distintas trayectorias ideológicas, pero siempre convergen en lo mismo: la desestabilización del sistema democrático”. Un mensaje para quien quisiera escucharlo: fundamentalmente los más cafeteros de la parroquia popular que ya entienden que cuando uno dice populismo se está refiriendo a Pablo Iglesias y Unidas Podemos. Luego, Almeida se puso el anorak de alcalde de todos los madrileños –azul, con el escudo de Madrid a la izquierda, a la altura del corazón, y el logo de la Alcaldía a la derecha– y ante unas excavadoras colocadas de atrezo pronunció un discurso cargado de cifras y dio a entender que la capital estaba preparada para lo que venía.

“Podemos decir que ya hemos distribuido a lo largo de toda la ciudad de Madrid, a lo largo de más de 6.000 kilómetros más de 1.400.000 kilos de sal, más de 270.000 litros de salmuera, aparte de que contamos con un operativo de casi 4.000 trabajadores que están a disposición de todos los madrileños para mantener el adecuado funcionamiento y las condiciones de movilidad de la ciudad. Este ingente esfuerzo no quiere decir que no recomendemos a todos los madrileños, especialmente a lo largo de los próximos dos días, que en la medida de lo posible minimicen los desplazamientos. Las nevadas más fuertes se prevén a lo largo de la tarde del viernes y la mañana del sábado, y por tanto solicitamos que para garantizar la seguridad minimicen los desplazamientos y, si se tienen que hacer, tengan en cuenta las condiciones meteorológicas, las previsiones que haya y sobre todo que vayan equipados debidamente en relación a los trayectos que se pretendan hacer”.

Luego se proyectó uno de esos vídeos con música de ascensor (y también con logo del Ayuntamiento) en los que todo sale bien: las palas mecánicas van retirando la nieve de mentira (que en este caso es arena), la vierten en los remolques de los camiones, mientras otras máquinas esparcen sal en una coreografía perfecta y el alcalde, con la chaqueta de alcalde, charla distendido con los operarios de las subcontratas.

Ese fue todo el ensayo, se llamó Plan de Emergencias Invernales y la conclusión –advertencias aparte para que los vecinos evitasen desplazamientos innecesarios– fue que Madrid estaba lista.

Al día siguiente, el viernes 8, llegó la nieve de verdad. Cayeron los primeros copos alrededor de las 11 de la mañana y al principio todo eran fotos y postales de navidad de la capital con un par de días de retraso. Nada, en las primeras horas, muy diferente al vídeo promocional de la otra mañana. Pero detrás de los primeros copos, llegaron muchísimos más, la nieve empezó a cuajar como habían anticipado los hombres y mujeres del tiempo y la alerta roja de la Aemet,. Ya no paró de hacerlo durante 30 horas. Y a partir de ahí se vio que el vídeo que se había remitido a la prensa el día anterior era eso: un vídeo. Ni más propagandístico ni tampoco menos que lo que se estila en esta era de la “comunicación política”. La nevada en cambio era de verdad y una de las mayores del último siglo.

A diferencia de lo que sucedió con su compañera de partido, Isabel Díaz Ayuso –presidenta de la Comunidad y con las competencias en Interior, Protección Civil, Sanidad, Educación y la lista sigue hasta completar 20.000 millones de presupuesto anual– que estuvo desaparecida hasta bien entrada la mañana del sábado, Almeida se echó a la calle desde el primer minuto el viernes. Compareció en la sala de pantallas de tráfico primero para anunciar la alerta roja, llamó a la prudencia a los ciudadanos que empezaban a salir a hacerse fotos, hizo directos para televisiones pidiendo salir en coche solo si era imprescindible y siempre con cadenas, telefoneó al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para solicitar la intervención de la Unidad Militar de Emergencias, anunció varias veces que llevarían generadores a la Cañada Real –donde más de 5.000 personas llevaban tres meses sin luz– y cuando la capital se asomaba al caos, recorrió la ciudad en un todoterreno del dispositivo grabando vídeos que su equipo distribuía por Internet.

Almeida no descansó hasta poder comunicar que todas las personas atrapadas en los coches que estaba rescatando la Unidad Militar de Emergencias habían sido liberadas. Los conductores de autobuses de la Empresa Municipal de Transporte le reprochaban ya en ese momento haber pasado la noche entera dentro de sus vehículos a la espera de que alguien les autorizase a abandonarlos. Los sindicatos todavía hoy denuncian que fueron obligados a seguir trabajando en alerta roja y con vehículos sin tracción.

El sábado, con las comunicaciones de la ciudad cortadas salvo el Metro, los hospitales aislados, las tiendas cerradas y un cierto ambiente festivo en la calle animado por familias que bajaban a jugar con la nieve y los primeros esquiadores por el centro (no fueron tantos como se concluyó en Twitter ni tan pocos como recomendaría el sentido común) y corría de whatsApp en whatsApp el vídeo del trineo con los perros en un sitio tan improbable como el barrio de Hortaleza, Almeida acudió al comité de emergencias, y cuando le preguntaron dónde estaba Ayuso respondió que ya habría tiempo para explicar esas cosas. Luego se lanzó a un nuevo carrusel de entrevistas en más programas de radios y televisión con nuevas llamadas a la prudencia -vistas las aglomeraciones que empezaban a producirse en ciertos puntos de la capital- y agradecía a Pedro Sánchez la ayuda del Ejército y volvía a recetar calma y quedarse en casa y hablaba ya de un “tsunami”, deslizando por primera vez que las previsiones habían fallado. Estaba de vuelta “el alcalde de España” de la primera ola del coronavirus, aquel que lanzaba discursos de serenidad a “todos los madrileños” hasta que él mismo sucumbió a las guerras partidistas cuando Casado lo ascendió a portavoz del partido.

El Almeida de la nieve volvía a ser el de los primeros meses de la pandemia, nada parecido al portavoz del PP, ni siquiera al de los implacables meses de oposición a Manuela Carmena. Y así siguió Almeida con su mensaje en positivo estando en todas partes el lunes, el martes y el miércoles, que volvió a ponerse por un rato la chaqueta de portavoz del PP para recibir a su jefe de filas, Pablo Casado. Nadie sabe bien en calidad de qué el presidente nacional se presentó en el centro de emergencias. Casado dijo que era para “agradecer a 7.000 trabajadores que están con pico y pala contra los estragos de Filomena”. “Un alcalde a pie de calle [remarcó ese día el líder del PP] que alertó días antes de una catástrofe que el Gobierno debía declarar emergencia nacional”.

Breve inciso: ese discurso de Casado para intentar culpar a Sánchez pasaba por alto lo que el propio Almeida llevaba repitiendo varios días, que lo que sucedió no se podía prever. Aquel corte de Casado para las televisiones dejaba además una peligrosa incógnita en el aire: si de verdad Almeida sabía lo que iba a pasar desde “días antes”, ¿por qué el Ayuntamiento y la Comunidad y Protección Civil, todas gobernadas por el PP, no repartieron esa semana sacos de sal entre los vecinos, cortaron las carreteras para evitar que se cogiese el coche ni llamaron antes al Ejército? (La Delegación del Gobierno en Madrid asegura que no se hizo hasta bien entrada la noche del viernes, si bien la UME tenía listos para actuar varios dispositivos desde mucho antes).

Casado lanzó su mensaje, se fue por donde había venido y Almeida volvió a rotar por las mismas radios, televisiones y periódicos para repetir que la previsión meteorológica falló y que no estaban avisados, contradiciendo a su jefe, como su jefe lo había hecho con él. Tras esa visita de partido, Almeida vuelve a estar en todas partes –ahora me subo a una excavadora, luego visito al Samur, más tarde paso por el centro de Coordinación– hasta el punto de que un espectador atento sería capaz de reconstruir los últimos siete días de la vida televisada de Almeida casi minuto a minuto. Pero por más que los televidentes hayan podido celebrar el don de la ubicuidad de su alcalde, ha pasado una semana y siguen faltando máquinas quitanieves, falta sal y los puntos de distribución del Ayuntamiento continúan muy lejos unos de otros y obligan a la gente a caminar, justo lo que se les está recomendando no hacer para evitar caídas y golpes. Y la basura está desperdigada por el suelo sin recoger y hay desabastecimiento de productos en algunos supermercados –ya no es solo el chiste viral del papel higiénico– y los colegios están cerrados hasta nuevo aviso (con invitaciones a que vayan los padres a quitar las nieve) y se recomienda teletrabajar –más todavía– en una capital que antes de la nevada y la pandemia movía cada día a seis millones de personas.

Y la pregunta que se repiten los vecinos ahora que se ha ido la ilusión de los primeros post blanquísimos de Instagram y ya no hay esquiadores ni rastro del trineo y los perros es una larga lista de ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo seguirán apiladas las bolsas de desperdicios en calles repletas de nieve? ¿Hasta cuándo, el transporte público al ralentí? ¿Hasta cuándo la ciudad convertida en una gigantesca pista de patinaje que amenaza con colapsar unos hospitales muy necesitados de personal y camas para combatir la peor pandemia de un siglo, que no solo no se ha ido, sino que azota con más fuerza en la tercera ola?.

Y esos hasta cuándo siguen sin respuesta y la gente va necesitando adivinar un horizonte de cierta normalidad. Y si un alcalde no tiene respuestas a esos '¿hasta cuándo?' ¿para qué tanta sobreexposición mediática?.

Habla el polítólogo Pablo Simón: “Después de una semana se han constatado evidentes problemas de gestión que se tratan de compensar comunicando, dado que Madrid tiene una capacidad muy grande de irradiación sobre el conjunto de España. Él aprovecha esas plataformas que tiene a nivel nacional para tratar de publicitarse en una política local”.

Simón ve una segunda pata de esta estrategia en la llamada a declarar la ciudad como zona catastrófica, “con el ánimo de ir a un terreno más cómodo, que es confrontar con el gobierno de España” si no se acepta la petición y se rechaza dar ayudas económicas. “Siempre es la misma jugada, compensar con comunicación el déficit de gestión y trasladar la responsabilidad a otro nivel de gobierno que no sea de su color político”, concluye.

Antoni Gutiérrez-Rubí, asesor de comunicación y consultor político es menos tajante: “Los tiempos de duda constante que vivimos exigen de los responsables públicos estén claramente presentes. Creo que hay una demanda de la sociedad española en general y de la madrileña en particular de explicaciones y de una cierta precisión. Este es un tiempo lleno de incertidumbres: Filomena, la vacuna, el virus… Hay una necesidad de estar informados y acompañados. Más allá del rédito político y electoral que él le pueda sacar, veo una perspectiva de función pública en estos momentos de provisionalidad y poca claridad. En general se agradece que nuestros dirigentes estén presentes y nos informen, no sea que la desazón presente en la sociedad derive en profunda irritación y desesperación”. La tesis de Gutiérrez-Rubi es que puede discutirse si la presencia de Almeida en los últimos días ha sido excesiva pero la enmarca dentro de “la dimensión de responsabilidad institucional que es exigible a este alcalde y a cualquier otro”.

La oposición lo atribuye todo a otra planificada operación de propaganda. “Cree que el enfado ciudadano que se va acumulando va a poder solventarlo con mensajes triunfalistas en los medios, pero esa estrategia tiene las patas cortas: puede decir, como hoy, que el 100% de la recogida de basuras está funcionando, pero la gente se asoma a su calle y ve la montaña”, critica la portavoz del grupo municipal de Más Madrid, Rita Maestre, para quien a Almeida, dice, “pocas cosas le gustan más que un plató de televisión en una entrevista”. “Poco gestionar, y muchísimo aparecer con ese tono desenfadado, campechano, cercano, simpático, que creo que en una situación como este no esconde ni compensa lo que está pasando: que es profundamente ineficaz”, reprocha. “Intenta hacer propagada de una gestión que no puede cogerse por ningún sitio”, afea, a su vez, el portavoz municipal del PSOE, Pepu Hernández.

Tanto PSOE como Más Madrid rechazan el argumento de la fatalidad sobrevenida que esgrime el alcalde. “Se supone que era una nevada histórica, todos lo sabíamos, pero no se dio ninguna instrucción especial, no digo recomendaciones, digo instrucciones claras, para que la gente no saliera a la calle. Si tienes que ir a trabajar no lo eliges, mientras que si las autoridades dicen que se cierra la ciudad tú te quedas en casa y no te quedas atrapado en la M–30 ni los conductores de la EMT [Empresa Municipal de Transportes] en las calles de Madrid”, opina Maestre. Insiste en lo mismo Hernández: “Ha habido una situación de tormenta perfecta, pero no se produce solo por cuestiones climatológicas, sino porque no hay previsión, información, valoración, reacción ni gestión. A partir de ahí, comunicación y balones fuera: 'El problema no es tanto nuestro, 'era imposible preverlo'”.

“La gente no entiende que haya nevado y que una semana después haya montañas de basura por las calles y el 85% sigan intransitables, y las que sí, lo sean por la calzada. Es que ni la Castellana, ni el Paseo del Prado están con las aceras limpias”, insiste Maestre. Parecida impresión tiene Hernández: “Ya sé que ha sido una nevada importante, pero no puede ser que después de una semana estemos exactamente igual, con una dificultad tremenda para que exista un mínimo de movilidad. Otras ciudades sí tomaron en serio los avisos y no lo dejaron todo a la improvisación”.

Sorprendido por que la nevada “se esté calificando como nevada” e insistiendo en que no cabe analizarla “en términos ordinarios”, Almeida vaticinó este viernes, sin llegar a comprometerse, que la normalidad se recuperaría “en gran medida” a lo largo de la semana que viene. Algo parecido a lo que había dicho el domingo pasado sobre este fin de semana. Su concejal de Medio Ambiente y Movilidad, Borja Carabante, organizó a continuación una reunión informativa y repasó ante la prensa las medidas tomadas para hacer frente al temporal. La inmensa mayoría, a posteriori, algo que en el Ayuntamiento atribuyen a que el último aviso de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), a 10 minutos para las 23.00 del jueves 7, anticipaba 20 centímetros de nieve, en lugar de los 60 que al final cayeron.

Segundo inciso: Esto tampoco es del todo exacto, tal como llevan contando durante días varios meteorólogos. Antes de esa alerta de la Aemet y de la rueda de prensa de Almeida con el vídeo de la nieve de mentira ellos ya habían advertido de que podían acumularse 40 centímetros y en todo caso, a partir de veinte, defienden, la ciudad se colapsaría igual. El resto de sus explicaciones pueden leerlas aquí.

Con una ciudad mayoritariamente colapsada siete días después de la gran nevada –a la que siguieron varios días de temperaturas extraordinariamente bajas, como subraya el alcalde– la gira de Almeida se extiende ahora en dar gracias a los vecinos por la “paciencia, esfuerzo y comprensión”. El alcalde modula las críticas al Gobierno central, que puso a la UME a retirar nieve desde el primer minuto, y eleva los brazos al cielo: “¿Se puede dimensionar una ciudad para una catástrofe que sucede cada 50 o 60 años?”, se lamentaba el viernes. 

Y la semana de sobreexposición mediática va terminando como empezó: con un alcalde que recita hileras de números: “Voy a darles cifras que puedan ilustrar la magnitud de la catástrofe en la ciudad de Madrid, nos permiten afirmar que en esta ciudad cayeron 1.250.000 kilos de nieve a lo largo de las 30 horas que estuvo nevando de manera ininterrumpida. 23,2 millones de metros cúbicos de nieve, que por ser gráficos implican que si pusiéramos una fila de camiones de 40.000 litros de capacidad llegaría desde Madrid hasta Bruselas”.

“A la tempestad que ha sufrido Madrid se ha unido otro fenómeno meteorológico, que es una bajada drástica de las temperaturas que han alcanzado picos de más de menos 10 grados bajo cero y además de manera recurrente durante las tres últimas noches ha convertido (la nieve) en una masa helada y ha acrecentado aún más los daños sufridos en esta ciudad. Hemos cuantificado aproximadamente, solo aproximadamente, no una cuantificación definitiva, que en estos momentos la ciudad de Madrid ha sufrido daños por 1.398 millones de euros”.

Ahí, dentro de esa cuantificación, cabe de todo: marquesinas, farolas, techos de edificios públicos, daños en las canalizaciones, árboles arrancados y lo habitual en las declaraciones de zonas catastróficas. Además de alguna innovación contable: el balance de pérdidas del Ayuntamiento de Madrid incluye también lo que la capital dejó de ingresar por parquímetros y hasta por alquileres de partidos de pádel. No hay antecedentes de que ninguna institución conceda ayudas por semejantes conceptos, pero esa será otra historia, quién sabe si una nueva guerra con Pedro Sánchez cuando Almeida recupere la chaqueta de portavoz del PP y alguien empiece a revisar esas facturas en un ministerio del Gobierno.

Las asociaciones vecinales de Madrid echan otras cuentas y mantienen vivo un mapa de incidencias todavía por resolver que fue dejando Filomena a su pasar. Puede consultarse aquí. Cada hora va cambiando pero la normalidad parece todavía a años luz en Madrid.

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