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Madrid vota en día laborable, en tiempos de teletrabajo y entre recados y niños

Colas formadas en el acceso al Colegio San Agustín, en Madrid, con motivo de las elecciones autonómicas de Madrid de este 4 de mayo.

David López Canales

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Es primera hora de la mañana del martes, 4 de mayo, y en la plaza del Dos de Mayo, en el barrio de Malasaña, como en toda la Comunidad, ya hay cola para votar. No han abierto aún las puertas del colegio cuando dos reporteros de televisión llegan a la carrera como a un incendio. Como si la gente se fuese a marchar de la fila. Preguntan a los votantes cómo se están organizando para ir a votar, si van después a trabajar o si tienen el día libre y qué han hecho con los niños. Desde 1987 en Madrid no se votaba un día laborable y desde 1987 ha pasado mucho tiempo y muchas cosas. Votar en martes era, por primera vez después de muchos días de campaña, la noticia. A esa hora, la Comunidad, como cualquier martes, se empezaba a desperezar y a coger ritmo de rutina. Máquinas de café calentándose en los bares, repartidores, prisas… Lo normal, salvo los niños, sin colegio, que son, probablemente, de los pocos que se hayan alegrado por estas elecciones anticipadas.

En la cercana plaza de Olavide, barrio ya de Chamberí, Manuel sirve los primeros cafés del día. Manuel tiene su bar allí pero es del Barrio del Pilar y no está nada contento porque dice que él no es “de los de Ayuso” porque mucho se habla de los bares abiertos pero “a ver qué pasa con todos los que han cerrado”. Manuel dice que irá a votar por la tarde, cuando salga del bar, aunque tuerce el gesto. “A ver si mañana te doy buenas noticias, aunque no creo”, se despide.

Chamberí es el barrio de Isabel Díaz Ayuso y se ve a las puertas del colegio en el que vota. A las diez de la mañana ya hay dos colas para entrar y una nube de cámaras de televisión esperando a la presidenta. “Siempre vota aquí”, dice un señor mayor. “Pues esta semana salimos en el Hola”, le responde una señora compañera de fila. La señora se llama Paz y en cuanto ve llegar a Ayuso, caminando sola calle abajo, corre nerviosa hacia ella como una niña y su marido le chilla desesperado que dónde va, que vuelva, que ya les toca entrar, que pierden el turno. Y Paz vuelve también como una niña obediente a la cola pero sin foto ni saludo de su candidata.

En Chamberí votaron este martes más de 80% de los vecinos. Más de la mitad, el 55%, al PP. A primera solo se escucha a los populares, que chillan “viva Ayuso”, “Ayuso, te queremos” o “Ayuso, presidenta” y aplauden con muchas ganas para ser tan pronto y laborable, que aún queda todo el día por delante. Algunos coches que pasan pitan como en el fútbol y sus vecinos están tan felices de tenerla al lado votando que se acercan a decírselo. Menos Alfredo, que tiene 53 años, todos los de su carné, de vida en el barrio, un enfisema del que se explaya hablando y ningún aguante para los políticos. “Ni ayusos ni los de Moncloa, que quieren dejar esto como Rusia. Ni unos ni otros me han dado nada”, se queja. Alfredo lleva 15 años sin votar y hoy no va a hacer una excepción.

Luis, de 49, vecino de Vallecas, escenifica la actitud contraria. En el distrito de Puente de Vallecas votó este martes el 73% del censo. El PP resultó ganador por primera vez, con el 34,4%; Más Madrid consiguió el 24,3% y el PSOE, el 18,3%. Luis tiene un puesto de venta ambulante, por llamarlo de alguna manera. En realidad, un cartón en el suelo sobre el que tiende ropa usada que de tanto en cuanto le decomisa la policía. “Tengo que ganarme la vida de alguna manera. Pero con la cabeza bien alta, eh”, dice. Luis ha ido a votar a primera hora. También su mujer y sus dos hijos, ya mayores. “Por supuesto que votamos. Siempre”, ensalza. “Hay que hacerlo”. Luis ha votado por Ayuso. Hace dos años lo hizo por el PSOE. Y cuenta que hay muchos en el barrio, amigos y conocidos suyos, que van a hacer lo mismo. “Ella, al menos, está cambiando un poquito la cosa”.

Aroa difiere. Tiene 41 años y regenta un puesto de frutos secos y especias en el mercado del barrio. Aroa, lo confiesa, aunque no hace falta, no puede ni ver a Ayuso. “Tiene, en general, mala imagen en el barrio. Incluso entre los votantes del PP, que son, sobre todo, gente mayor, y no la pueden ni ver”, lo analiza. A ella, continúa, una de las frases de la presidenta que más le ha indignado de la campaña es el comentario de que en esta ciudad hay alquileres caros pero se puede tomar una caña. “Como si no hubiera bares en todas las aldeas de Galicia. Como si no te pudieras tomar una cerveza hasta en Soweto”, ironiza. Aroa también cuenta que en el mercado, que es lo más parecido a un centro de investigaciones sociológicas del barrio, ha visto durante la campaña muchas ganas de ir a votar. Ella espera hacerlo por la tarde, cuando salga de trabajar, porque pensaba haberlo hecho por la mañana pero escuchó que esa franja había que reservársela a los ancianos y lo ha respetado. Aroa dice, con resignación, que ella nunca ha votado a nadie que haya ganado unas elecciones. Pero también añade, con orgullo, que seguirá yendo a votar.

A las puertas del mercado, Trini y Rocío, jubiladas, esperan a terminar sus “recados” para votar. Que sea día de elecciones no cambia nada porque ambas son amas de casa y los recados, como dicen, son lo primero. Ninguna quiere revelar a quién votará, aunque las dos confiesan que no les gusta ninguno de los partidos ni los candidatos porque “solo votan por el puesto”. A ellas lo que les preocupa es el barrio, que se está llenando de “gentuza”, y repiten la palabra muchas veces, y que antes no era así. Ahora les obliga a encerrarse en casa o a salir con miedo, con el bolso pegado al pecho, como lo representan, y eso, se quejan, no lo soluciona nadie.

Qué diferencia de misma ciudad. Por el barrio de Salamanca, en cambio, a primera hora de la tarde, pasean las señoras vestidas de domingo. Luce el sol y las terrazas del bulevar de Juan Bravo están repletas. Aquí arrasó el PP este martes con más del 62% de los sufragios. Y a primera hora las colas en los colegios dan media vuelta a la manzana. En una de ellas esperan Miguel y Marta, de 29 y 23 años. Les han dado permiso en el trabajo para ir a votar. Más que permiso, a las dos, les ha dicho el jefe a todos los trabajadores, podían ir a votar y ya no volver hasta mañana.

– Qué buen jefe, ¿no?

– Es mi padre, responde Marta, entre tímida y orgullosa.

Ambos no han dudado en ir a votar. Como tampoco lo hacen sus amigos, “incluso los que no han votado nunca”. Como lo ven, es porque hay mucha “indignación”. Miguel y Marta tienen amigos que votaban a Podemos y que estas elecciones lo hacen por el PP o Vox. Lo mismo que dicen que harán los que votaban a Ciudadanos, que en este distrito se llevaba dos de cada diez votos.

Juan y Carmen, jubilados, afirman que ellos no tienen ningún amigo ni conocido que votase al partido naranja antes en el barrio. Sólo ellos. Y Juan y Carmen están en la cola del colegio, a pocos minutos de entrar, y todavía no saben si lo seguirán haciendo. Se debaten, como lo llaman en el barrio, por el voto útil, que era algo que siempre sucedía en la izquierda y que ahora también pasa en la derecha. Así lo ven Isabel y Raquel, amigas del barrio y compañeras de trabajo en una consultoría. Ellas trabajan en Alcobendas, pero como están teletrabajando, pueden bajar fácilmente a votar. El barrio, dicen, es de Ayuso. Lo dicen sin dudar, porque de las cosas evidentes no se duda. Como dicen también que entre sus amistades de Ciudadanos todas se decantan por ese voto útil.

El teletrabajo ha sido un fenómeno, para bien o para mal, del último año en España y en el mundo. Y también se aplica a las elecciones. Si a Isabel y a Raquel les ha facilitado quedar para votar, a Juan y a Elena les ha dado oxígeno. Juan y Elena viven en la zona de Urgel, en Carabanchel. En su barrio el voto ya estaba dividido en 2019, porque más de cuatro de cada diez votantes eran de derechas, aunque el PSOE fuera la primera fuerza con el 30%. Ellos han aprovechado el día, con su hija Álex, en casa, para levantarse pronto y teletrabajar un poco antes de que despertase ella. Y luego han aprovechado las cuatro horas de las que disponían para ir a votar para hacerlo, y, además, salir a pasear con la niña, “antes de volver a encerrarnos y seguir trabajando”. A Juan le gusta más votar en laborable, por esas cuatro horas, que bien organizadas dan para mucho, que en domingo, que te sale un sol de primavera como el de este martes “y uno prefiere irse al campo que a las urnas”. A Álex, también resulta evidente, le parece perfecto así. No ha tenido colegio, ha ido a votar y se ha llevado de recuerdo un sobre en el que ha metido, como ha podido o como le ha dado la gana, o las dos cosas, una papeleta. A Álex le cuenta su madre qué es un periodista y por qué les está haciendo preguntas y Álex, que sólo tiene cuatro años pero mucho instinto, pregunta de vuelta si el periodista va a hacerle preguntas a todo el mundo porque “somos muchos”.

– ¿Y tú, Alex, quién quieres que gane las elecciones?

– ¡Tú!

Las nuevas generaciones, otra evidencia más, no llevan en el ADN estar quemadas con los políticos ni con la prensa.

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