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Racing de Madrid, el equipo que superó al Real y el Atleti y se hundió al dejar sus raíces en Chamberí por un nuevo estadio

Imagen de la plantilla del Racing Club de Madrid en la segunda década del siglo XX.

Luis de la Cruz / Guillermo Hormigo

Madrid —

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“El Rayo será Vallecano o no será”. La frase puede ser una obviedad, pero esta respuesta de un aficionado rayista vino precedida de informaciones sobre un posible traslado del club fuera de Vallecas. Tanto su máximo accionista, Raúl Martín Presa, como la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, sondearon públicamente la posibilidad de una mudanza a otros distritos o a Valdecarros (administrativamente perteneciente a Villa de Vallecas, pero en realidad un nuevo desarrollo urbano a decenas de kilómetros de la masa social del club). La contestación de la hinchada ha sido masiva y prácticamente unánime. Los motivos de conexión social y emocional son evidentes. Pero también hay precedentes históricos que invitan al recelo.

En concreto, hay un caso con nombre y apellidos: Racing Club de Madrid. La de este equipo arraigado en Chamberí es la historia del primer gigante caído del fútbol madrileño. Un club que miró desde arriba al Madrid (cuando todavía no era Real) y al Atleti (cuando todavía era Athletic). Que tocó la gloria cuando las victorias todavía no se contaban por Ligas y se sumergió en el abismo cuando los excesos no eran un fichaje millonario, sino un cambio de estadio ambicioso y algo kamikaze.

Una mudanza que demuestra eso de que la historia rima: el equipo abandonó Chamberí en 1930 para trasladarse al Estadio de Puente de Vallecas, que ya en 1932 se quedó solo con el apellido que comparten los distritos de Puente y Villa. No es el mismo campo en el que ahora disputa sus partidos el Rayo, ese que “se cae a pedazos” entre acusaciones de dejadez institucional hacia la directiva y la Comunidad de Madrid (propietaria de la instalación). Pero casi. De hecho, lo fue desde 1952 y hasta 1972. Aquel año, el antiguo recinto se demolió y en 1976 renació el actual Estadio de Vallecas.

¿Dónde quedó el Racing en todo esto? Como en toda hecatombe deportiva que se precie, no hay una única razón para el desastre, sino más bien una conjunción de malas decisiones. Errores que dieron al traste con el nada desdeñable recorrido de un club fundado en 1914, mientras el mundo se asomaba a su primera Gran Guerra. Un 13 de septiembre dos instituciones de Chamberí, la sección de fútbol del Instituto Cardenal Cisneros y el Regional Football Club, unieron sus fuerzas para impulsar el fútbol chamberilero. Ramón Teja y Salvador Picasso, dirigentes de ambas entidades, sellaron una alianza que situó al primero de ellos como presidente del recién creado Racing Club de Madrid.

El equipo se estrenó por todo lo alto: con el título del Campeonato Regional Centro, torneo todavía amateur organizado por la desaparecida Federación Castellana de Fútbol. Cierto que solo había cuatro equipos en liza, pero entre ellos estaba el Madrid Fútbol Club y el Athletic Madrid. El Racing logró 8 puntos por los 7 del Madrid y los 3 de un Atleti aún con “h” en el nombre, que acabó colista. Con 6 puntos, la tercera plaza fue para la también extinta Real Sociedad Gimnástica, asociada al Barrio de Salamanca y al incipiente culto al cuerpo en distintas disciplinas deportivas.

El triunfo racinguista no fue flor de un día y el club repitió la hazaña cuatro años después. La temporada 1918-19, con cinco equipos en liza (el Unión Sporting Club tuvo que conformarse con el farolillo rojo) devolvió a la cumbre a un pletórico Racing. Sus 15 puntos dejaron muy atrás a Madrid (11), RS Gimnástica (7), Athletic (5) y el mencionado Unión Sporting (2). El liderato tuvo recompensa: el club de franjas rojas y negras acudió a la Copa del Rey como representante de la zona centro. No tuvieron mucha fortuna esta vez y en primera ronda les apeó el Arenas Club de Getxo (con el que compartía los colores de su primera equipación), a la postre vencedor del torneo.

En su época de esplendor, el Racing jugaba como local en un campo situado en la manzana que ocupan las calles García de Paredes, Fernández de la Hoz, Viriato y Modesto Lafuente. El paseo del General Martínez Campos se convertía en centro neurálgico de cada partido. Se ganó fama de equipo aguerrido y protagonizó los enfrentamientos más toscos con el Madrid en aquellos años, en los que las tanganas fluían entre el terreno de juego y las gradas. El Racing desarrolló un espíritu popular con gestos como la colocación de una placa homenaje a soldados del barrio fallecidos en el desastre de Annual (Marruecos), que en 1921 se cobró la vida de miles de unos 8.500 militares españoles (la inmensa mayoría de origen humilde). La lámina todavía permanece en la actual fachada de la Junta Municipal del Distrito, frente a la plaza de Chamberí.

Es 1929 y el Racing acaba de conseguir su mejor participación en la Campeonato de España: alcanza los cuartos de final, donde es eliminado en enero por el (ahora sí) Real Madrid. Solo un mes después, la Liga arrancó con una Primera División integrada por los nueve finalistas de las ediciones disputadas del torneo copero, más un décimo equipo salido de una liguilla (otro Racing, el de Santander, que según el periodista y escritor José Manuel Ruiz Blas sirvió de inspiración en el nombre del club chamberilero).

La decisión despertó protestas de todos los equipos que quedaron fuera, incluido un Racing de Madrid relegado a la Segunda División. La temporada acabó en un desastroso descenso a Tercera y al año siguiente el conjunto se negó a disputar la categoría pozo, en protesta por el “arbitrario” sesgo de la Federación Española al crear la Liga.

El cambio de campo

Para explicar la marcha del Racing a Vallecas hay que mirar al suelo. No al césped, los zapatos o la pelota, sino debajo de la tierra. El desarrollo de la línea 1 de Metro de Madrid, que a finales de los años veinte llegó a una Vallecas todavía independiente de la capital (inauguración a cargo de Alfonso XIII incluida), estrechó las distancias espaciales y temporales del barrio con Chamberí. En esta zona, los desarrollos urbanos en forma de ensanches obligaron que el club cediera los terrenos que le servían de campo, siguiendo la estela de las mudanzas de Madrid y Athletic.

“Sin mecenas ni protectores, el Racing empeñó hasta la camisa para levantar uno de los estadios más fastuosos de España. Se calcula que invirtió casi un millón de pesetas de la época”, sintetiza Ruiz Blas sobre el descalabro de esta nueva etapa. Un estadio para 15.000 espectadores, con una ampliación en estudio para alcanzar los 30.000.

El club inauguró su resplandeciente estadio vallecano en la actual avenida de la Albufera, por entonces bautizada como de Alfonso XII. Fue en marzo de 1930, con un amistoso contra el Red Star parisino, al que ganó por 2-1. Fue un encuentro marcado por la lluvia, que transformó en barrio el tramo de casi 1 kilómetro que los seguidores debían cubrir a pie entre la estación de Metro de Puente de Vallecas y el campo (Portazgo, la parada que actualmente se sitúa al lado del recinto, no llegaría hasta transcurridos 32 años).

A la dificultad en el transporte y los accesos o la pérdida de arraigo se unió el descorazonador panorama deportivo y económico de la Tercera División, que el club aceptó disputar esta temporada. La venta de localidades no compensaba, ni de lejos, los gastos de desplazamientos y personal, por no hablar de la inversión en la infraestructura que les cobijaba cada dos semanas. Para la 1931-32 el Racing ya había tenido que vender el recinto y esa temporada el Athletic disputó en él sus partidos. Cercado por las deudas y una hinchada menguante, a mediados de 1931 la directiva del club recuperó en su peor momento una vieja idea que parecía suicida: una gira americana

La gira americana del Racing, o cuando la realidad supera a la ficción

Hace poco más de un año, llegó a las librerías El último gol apache. La gira americana del Racing de Madrid (Debate, 2023), del periodista José Manuel Ruiz Blas. El título hace referencia a la apasionante odisea americana del equipo chamberilero, que cruzó el charco en busca de la gloria, se vio agarrado a la supervivencia y acabó certificando el final de su historia jugando con el skyline de la Nueva York de la Gran Depresión al fondo.

La del Racing en América es esa historia que se ha perdido Netflix y los productores locales lloran por no poder financiar. Tiene una sublevación militar en Perú, una rebelión cubana, calabozos mexicanos, jazz y mafiosos en Nueva York. Peleas a puñetazos, lucha de clases, momentos de pundonor y una panda de perdedores encantadores y pendencieros. Personajes reales que parecen salidos de la pluma de uno de los escritores españoles que, por aquellos mismos años, probaban suerte en Hollywood –y que salen mencionados en el libro, relacionados con cierto personaje–.

Al frente de la expedición iba Paco Bru, entrenador y promotor de la gira. Por si fuera poco en el mundo del fútbol (ganador de la medalla de la selección en Amberes en 1920, primer entrenador de un equipo femenino, jugador, árbitro…), tenía también todos los mimbres del personaje literario: dicen que salía a arbitrar con pistola y sabía jiu-jitsu.

Reclutaron a algunos viejos héroes del campo de juego como Platko, el portero húngaro del Barcelona al que Rafael Alberti llegó a escribir un poema. O Perico Escobal, capitán mítico del Madrid convertido en defensa leñero en su encarnación racinguista, que posteriormente sería detenido por su vinculación con Izquierda Republicana y murió exiliado en Nueva York, donde fue premiado por su trabajo como ingeniero por la mejora del alumbrado del barrio de Queens. Durante la gira se les unió Gaspar Rubio, un superdotado para el fútbol con fama de indolente, declarado en rebeldía en el Madrid y fugado a América.

La historia tiene hasta un malo: el mordaz periodista de ABC Jacinto Miquelarena, cuyas crónicas desde España retrataban a los racinguistas como una panda de matones y buscadores de fortuna fracasados. Algo tendrían que ver en su antipatía por el equipo popular por excelencia las formas de un miembro de la corte literaria de José Antonio, que ha dejado para la posteridad dos versos en el Cara al sol.

Fueron cinco meses de rodar por el nuevo continente, con promesas incumplidas de los promotores y porcentajes de taquilla paupérrimos. La repatriación del equipo se obró por obra y gracia de la Federación Centro, pero no fue gratuita. Las multas y sanciones acabaron de echar las últimas paladas de arena sobre el cuerpo endeudado del equipo rojinegro, aunque aún hubo algún intento infructuoso de reflotar el equipo.

El Racing después del Racing

Según Ruiz Blas, la mayoría de los aficionados del Racing pasaron durante los años de la República a ingresar la nómina de seguidores del Athletic Club de Madrid, a los que unía cierta simpatía previa forjada al calor de la rivalidad con el Madrid, hasta el punto que la peña del equipo en Chamberí cambió sus colores por los rojos y blancos.

No obstante, algunos equipos del barrio de Chamberí trataron de avivar la llama de la historia racinguista en categorías inferiores. Así sucedió con la Unión Balompédica Chamberí antes de la guerra o la Agrupación Recreativa Chamberí durante los años cuarenta.

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