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La imaginación y la realidad de cineastas que emergen desde Madrid: “Mi sueldo de El Corte Inglés fue pagando el corto”

Fotograma de 'Cleo vendrá esta noche', dirigida por Aitana Ahrens y Miguel Guindos.

Guillermo Hormigo

Madrid —

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Una amistad rota sin un motivo claro permanece a base de stories de Instagram. Dos chicas se enamoran pese a que les da reparo mostrar sus verdaderos rostros. Una joven sigue de cerca el embarazo de su hermana con risas, cariño y algunos miedos. Una maestra de primaria busca su voz desaparecida en una ciudad extranjera. Varios agentes de policía esperan que algo pase, si es que pasa. Las historias de MRGente, la sección del Festival Márgenes dedicada a “nuevos talentos que trabajan desde Madrid”, son tan ricas como alcanzan a imaginar quienes tratan de crear en una ciudad que no siempre lo pone fácil. Quienes luego materializan esas ideas ante una realidad laboral y económica que ni siquiera anima a tomar riesgos a los de siempre, que va en contra de aquello por conocer.

El director de Márgenes, Pela del Álamo, explica en declaraciones a Somos Madrid el propósito de esta selección que se exhibe los próximos martes 28 de noviembre, miércoles 29 y viernes 1 de diciembre en la Cineteca de Matadero: “Queremos que sea una réplica llevada al cine de lo que entendemos que es Madrid, una ciudad configurada desde el centralismo, pero que acaba siendo también punto de convergencia y cruce de caminos. La idea es que, además de mostrar creaciones que no siempre tienen un espacio, sirva para forjar sinergias y colaboraciones. No tenía sentido hacer una sección solo sobre creadores madrileños (en Madrid no hay tantos madrileños), sino más bien en torno a la gente que trabaja desde aquí. ”.

No obstante, aunque ciertos cortos esquiven la esfera de Madrid, algunos la abordan directa o indirectamente: “En La insurrección que viene, de Antonio Llamas, vemos una ciudad no mencionada explícitamente, pero que retrata las zonas periurbanas de Madrid que todos conocemos”. La película sigue a un grupo de policías que entre descampados, vertederos y carreteras abandonadas parece estar en guardia (hacen como que hacen algo) ante una revuelta hipotética y abstracta.

Pero no solo rompen fronteras físicas, tratan de hacerlo con una más ambigua, la del propio cine: “Intentamos abrirnos a todas aquellas personas que tengan proyectos audiovisuales más propios de la fotografía o las artes visuales. También que beben de otras disciplinas como la arquitectura”, dice Pela.

Además, la programación incluye entre sus 14 obras (en este enlace está disponible la información sobre ellas y las tres sesiones donde se muestran) cuatro películas en construcción (WIP), que se proyectarán y presentarán junto al resto: “Esta sección no competitiva tenía que abrirse a los procesos para que la gente pueda encontrar colaboraciones, romper con esta concepción capitalista de que los festivales están solo para llevarse premios”.

De entre este cine por armar, una de las propuestas más curiosas es No me despiertes esta vez, de Juan Carlos Portillo. “Salió a filmar a los habitantes de Madrid para luego, a través de un proceso con inteligencia artificial, desvirtuar sus caras y generar un discurso en torno al anonimato y la identidad. Juan presentará un extracto de la pieza y compartirá su proceso creativo. En esas etapas complicadas en las que un proyecto todavía está desarrollándose esto puede resultar muy enriquecedor”, cuenta Pela.

La precariedad de ser emergentes a tiempo parcial

Sobre la perversa dinámica capitalista de levantar un corto, y la importancia del apoyo humano en el proceso, saben mucho varios de estos cineastas MRGentes. Miguel Guindos codirige Cleo vendrá esta noche junto a Aitana Ahrens, que también lo protagoniza. Si La insurrección que viene miraba a la periferia, para Pela del Álamo este es el retrato de una juventud “en busca de estímulos, perdida en medio de las relaciones sociales de una ciudad tan grande como Madrid”.

Con ecos a El Gran Gatsby y con algunos de los mejores disfraces vistos recientemente en pantalla, es la historia de una chica que da fiestas y fiestas en su azotea de la Gran Vía con la esperanza de que Cleo, con quien compartió las noches de Madrid y de la que sigue enamorada (lo vemos a través de retazos salidos de Instagram), vuelva a ir a alguna de ellas. Pero que la inspiración en el oropel de la novela de F. Scott Fitzgerald no lleve a engaños: sacar adelante la película fue una tarea ardua.

Así lo expone Miguel: “No te dan subvenciones si no tienes algo medianamente tocho antes y no cumples unos objetivos. Ya que teníamos que funcionar en una pseudoindustria medio sumergida, decidimos hacerlo de la forma más ética posible. Prácticamente todo el equipo procedemos de la ECAM [Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid] y la mayoría seguían estudiando cuando hicimos el corto. Tuvimos la inmensa suerte de que entró una productora a posteriori, Cinètica Produccions, que ha costeado las altas de los trabajadores y la distribución. Hasta entonces mi sueldo de El Corte Inglés se iba en ir pagando el corto (la cámara, ópticas, luces...). En esas estuve tres meses, dedicando a Cleo todo lo que no gastaba en vivir”.

Si el antes y el durante son complicados (Miguel insiste en que hacer cine consiste en invertir casi todo el tiempo en resolver gestiones que poco tienen que ver con el cine), la vida de un corto una vez sale al mundo es otra incógnita. “Se critica mucho que alguien haga una peli concebida para funcionar en determinados festivales. A mí no me gusta ese enfoque, pero lo entiendo ya que tal y como está el panorama puede ser la única ventana de exhibición. Es lo mismo que pasa cuando se cambian escenas o actores de un largo para que genere más taquilla. Es tan complejo hacer una película que a veces tendemos a ser conservadores”, opina.

La experiencia de Cleo le permite hablar con cierta legitimidad de una industria con muchas carencias: “Nosotras no pensábamos en este recorrido de festivales de antemano, pero ahora sentimos en nuestras carnes que para la mayoría de cortos no hay otra ventana posible. El dinero que ganamos o recuperamos sale de los premios en festivales y de las cuotas de pantalla que los certámenes pagan por proyectarlo. Luego está Filmin, pero al menos en mi caso no he recibido ningún tipo de compensación por los dos cortos que han estado en la plataforma. De Movistar+ sí, aunque su oferta de cortos es mucho más anecdótica y que añadieran el nuestro fue una enorme fortuna”.

Nadie va a querer a una directora

Tanto Miguel como Pela resaltan la importancia de las sinergias. Los puntos en común entre Cleo vendrá esta noche y Nadie va a querer a un monstruo, otra de las películas de la sección, dan cuenta de ellas. En este relato de dos chicas que se enamoran aunque escondan sus caras tras unas máscaras muy cuquis hay coincidencias creativas, ya que es otro corto salido de la ECAM y comparten miembros del equipo técnico y artístico. Aitana Ahrens es de nuevo su protagonista, mientras que su directora, Leonor Segovia, tiene un papel en Cleo.

Pero también comparten inquietudes, como la distancia y la conexión que generan al mismo tiempo las rutinas digitales (sobre todo cuando hay amor de por medio), o el interés en plasmar estas nuevas existencias multimedia en pantalla. “Es muy guay poder influenciarnos así”, cuenta Leonor en conversación con este medio. Aquí se impone eso sí un componente fantástico tomado con cierto humor.

Y otro punto en común es la dificultad de sacar adelante este tipo de proyectos: “En nuestra generación se lleva mucho lo que llamamos películas de escritorio, una narrativa que puede crearse desde tu ordenador. Es una respuesta a los nuevos lenguajes y las nuevas tecnologías, pero también a los presupuestos tan chiquititos para películas sin ayudas hechas en casa”, apunta Leonor.

Coincide con Miguel en que el cine, especialmente en estas etapas, “es un arte totalmente precario”. Y añade: “Quizá en cierto momento tengas visibilidad o saques proyectos adelante. Eso está muy bien. Pero te llena el alma, no el bolsillo”. Cree que “no es tanto culpa de los festivales como de que en España este no sea un oficio tan reglado como en otros países europeos”. Leonor solo puede ejercer de directora en contadas ocasiones: “Lo que me da de comer son mis trabajos como ayudante de montaje. Para dedicarte plenamente a ser director tienes que tener una fuerte base económica ya de entrada. Siendo una persona precaria es muy difícil encontrar un momento para crear. Cuando salgo del trabajo llego a casa hecha una piltrafa”.

Y eso que en estos casos cuentan con el respaldo de la ECAM, una institución que ayuda a tejer lazos y a través de su iniciativa Open ECAM facilita el acceso a material de grabación para su comunidad a cambio de una reserva. No obstante, introducirse en dicha comunidad tampoco está al alcance de cualquiera. El precio actual de la matrícula para el primero de los tres años de diplomatura ronda los 7.800 euros, aunque la escuela ofrecer varias becas que cubren ese importe parcial o totalmente.

Madrid en la distancia

Más allá de la esfera ECAM, de Madrid e incluso de España, en MRGente también se cuelan otras voces cuyo paso por la ciudad ha sido más efímero. Es el caso de La voz rosa, de Marieke Elzerman. Y eso que su corto está filmado en San Sebastián, durante sus estudios en otra escuela de cine: la Elías Querejeta Zine Eskola (EQZE).

Pero hay algo extrapolable a cualquier ciudad, especialmente una tan difusa como Madrid (donde ha vivido durante un año antes de regresar a Ámsterdam). En el recorrido de una profesora que busca su voz perdida por las calles de Donosti. En sus encuentros con una doctora con dotes musicales, una amante de la naturaleza que fabula como nadie o un operario que cuida los árboles que hacen estos entornos urbanos un poco más habitables.

“Siempre me han interesado por un lado los procesos de escucha y por otro los trabajos que son al mismo tiempo espacios”, dice Marieke, que construyó la película trasladando a la ficción algunos encuentros que ella misma vivió. Preguntada acerca de si es más complicado detenerse en estos asuntos en una ciudad tan apabullante y llena de estímulos como Madrid, duda: “Es posible. Mi tiempo en San Sebastián coincidió con la pandemia, donde todo el mundo iba a otro ritmo, pero al mismo tiempo tenía una dinámica muy establecida gracias a las clases. Luego en Madrid me sentí un poco más perdida. Pasaba mucho tiempo en casa y en algunos espacios concretos que me transmitían paz, como los Jardines de Sabatini. Diría que en el cambio de un sitio a otro influyó más mi estado mental que la ciudad”.

Ahora ha vuelto Países Bajos, diez años después de dejar su casa, y prepara su primer largometraje. No tiene claro si es más difícil hacer películas allí o aquí. Sí asegura que, en su caso particular, regresar a sus orígenes ha sido un acierto: “Necesitaba reconectar”.

A miles de kilómetros de Madrid, Marieke comparte circunstancia con Miguel y Leonor: tiene otro empleo mientras trata de convertirse en directora a tiempo completo. Trabaja en un museo, donde admite que al menos efectúa tareas sencillas que no le provocan demasiado estrés. “En ese sentido no puedo quejarme mucho. La sociedad no está hecha para artistas que quieren empezar. Hay que encontrar maneras para hacerlo”. Lo emergente ya está aquí, ahora queda el enorme esfuerzo de consolidarlo. A poder ser sin que las vidas se vayan en ello.

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