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Conexión Rivas-Palestina: el viaje de siete jóvenes para asomarse al “ahogamiento silencioso” en Cisjordania

Era como otro lugar diferente. La primera visita de Malena a Cisjordania fue en 2019, en un momento muy distinto de su vida. También para el territorio palestino: cuando volvió, todo había cambiado. Ya no era una joven estudiante, sino una trabajadora social de 28 años que acudía como parte de un proyecto de cooperación. Los territorios palestinos, golpeados entonces por el conflicto con Israel, se habían convertido en mercados vacíos, tiendas cerradas, calles sin gente o edificios semiderruidos sin puertas ni ventanas. Es el recuerdo que sus compañeros de viaje, otros seis jóvenes ripenses y varios miembros de Pallasos en Rebeldía (una organización artística dedicada a la ayuda internacional), revivieron hace unos días en el Ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid.

El consistorio lleva una década prestando apoyo a iniciativas sociales y ciudadanas para proyectos de cooperación al desarrollo. Este año, el equipo municipal aprobó una dotación de 176.000 euros para este tipo de estrategias en zonas como el Sáhara, Etiopía, Cuba o Palestina. Desde que el 7 de octubre de 2024 se recrudeció la situación, parte de los esfuerzos volvieron a mirar a Oriente Próximo.

Este verano, por segunda ocasión, un grupo de jóvenes de Belén (al sur de Jerusalén) entre los que se incluían niños y niñas fueron acogidos en el municipio madrileño con motivo de la undécima edición del Campo de Trabajo en Palestina. La propuesta organiza estancias en territorios palestinos para jóvenes de Rivas. Desde hace dos años, dada la situación actual, ha comenzado a incluir viajes para que otros jóvenes palestinos pasen el verano en la ciudad madrileña. Eso fue lo que hicieron, así que luego tocó la segunda parte: el viaje de Malena, Irene, Ainhoa, Manuel, Lucía, Olmo y Andrea a las ciudades de sus huéspedes.

Tres de ellas habían estado allí antes, pero el resto presenciaron por primera vez el “ahogamiento silencioso” con el que una guerra exprime hasta lo cotidiano. “Nuestro trabajo se centró, sobre todo, en los colegios o villas [espacios culturales en las ciudades donde también hay niños] haciendo bolos de circo y talleres para la población más juvenil”, cuenta una de ellas, Ainhoa, de 23 años y estudiante de un máster en Intervención Social.

Pone ejemplos: para acercar el juego entre culturas distintas, cogieron cartas de una baraja española e incluyeron símbolos palestinos: en lugar de bastos usarían una rama de olivo. Pallasos en Rebeldía, la organización con sede en Rivas que planifica estos viajes junto al Ayuntamiento, utiliza el espectáculo circense como mecanismo de solidaridad y colaboración a través del ocio o la cultura. “El primer impacto te llega ya en el aeropuerto”, relata Lucía, estudiante de Periodismo y otra de las jóvenes que a sus 22 años se embarcó en este viaje. “Los trabajadores te registran, algunos te increpan y lo hacen pasar mal. Era realmente incómodo y un shock desde el inicio”, añade.

El primer día, domingo 7 de diciembre, llegaron a Nablus. En esta ciudad al norte de Cisjordania pudieron ir a un campo de refugiados en la zona. El lunes por la mañana colaboraron en actividades y talleres con niños del colegio Ziad Faris, y el resto de la jornada se distribuyó entre acciones con voluntarios, un show en la villa Farkha o apoyo en campos de trabajo. Para visibilizar la experiencia, decidieron compartirla desde una cuenta en Instagram.

Crónica del campo de trabajo. Día 9. Os aseguro que nada de lo que vais a ver aquí es normal“, comienza uno de los posts publicados en @rivas_palestina. En él reproducen las palabras de su guía en Hebrón, una de las ciudades más antiguas de Oriente Próximo. ”Doce asentamientos se expanden por la ciudad como una plaga que no da tregua. Cuatro mil soldados israelíes destrozando la calma y la vida. [...] Cierro los ojos. Imagino Hebrón como nos la describe el guía, ciudad de mercado, olor a especia y fruto“, narra una de las jóvenes en la publicación, describiendo un breve ensueño.

En la rueda de prensa celebrada en el Ayuntamiento de Rivas recordaron cómo, instantes después de aquello, unos soldados israelíes cortaron el paso al guía cuando iban a cruzar un punto de control militar. “Fue solo un detalle cotidiano, pero nos hizo pensar en lo distinta que era la vida diaria para ellos, muy diferente de nuestra casa”, reflexionó Manuel, de 23 años. Se había graduado en Historia y cursa un máster de formación del profesorado. A diferencia de otras compañeras de viaje (las que menos), él nunca había pisado territorio palestino. “Cuando vuelves, algo ha cambiado por dentro”, resume.

En la sala estaba presente la alcaldesa de Rivas, Aída Castillejo, junto a la concejala de Educación, Infancia y Juventud, Charo Sandoval, que se emocionó antes de dar paso al testimonio de los cinco jóvenes allí presentes (faltaban Irene y Malena, aunque esta última se incorporó después). “Ellos son los mejores embajadores”, remarcó la regidora al presentar la iniciativa, para la que el Ayuntamiento dispone recursos económicos a entidades sociales u organizaciones con sede en el municipio, como parte de una hoja de ruta más amplia para sustentar la“solidaridad internacional y la cooperación” fuera de sus fronteras.

La portavoz de la asociación artística que participa en el viaje reconoció que el trabajo, en realidad, comienza mucho antes de embarcar. Para este trayecto entre el 7 y el 17 de diciembre, con estancia en cuatro ciudades de Cisjordania e intervenciones en hasta nueve colegios y dos villas, los preparativos duraron todo un año. La logística es complicada e inestable, pues es fácil saber la hora de salida pero no la de llegada al lugar de destino, ya que las comunicaciones en muchos casos están cortadas. El más joven de todo el grupo era Olmo, de 19 años. Está en proceso de convertirse en bombero.

“A pesar de las muertes, se negaban a ser otra cifra”, reflexiona antes de pasar a hablar de Tulkarem, una de las zonas más conflictivas que visitaron junto a Pallasos en Rebeldía. A lo largo de la charla recordaron a Irene y Malena, las únicas que no pudieron acompañar al resto de la delegación. Aun siendo mayores de edad, su juventud era motivo de preocupación en casa. “A mí me costó poco decidirme [a viajar]; a mis padres, no tanto”, destaca Andrea, microbióloga de 23 años. Ahora, todos esos veinteañeros comparten una experiencia ajena a su realidad, y de la que sienten salir completamente cambiados. “No queremos olvidarlo”, resuelve Manuel.