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La Huerta de Tetuán: lo que da de sí casi una década de agricultura comunitaria

La Huerta de Tetuán

Luis de la Cruz

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El pasado sábado, 21 de mayo, tocaba celebrar la primavera en La Huerta de Tetuán. Es costumbre hacerlo cada año. Paella, carrera de sacos, clase de swing, un concierto del coro Souful Voices…La fiesta también cerraba la semana en la que los hortalanos y hortelanas de la calle Matadero habían presentado una web donde repasan muchas de las actividades que han llevado a cabo desde que el espacio se puso en marcha, sobre un solar sin más uso que el aparcamiento furtivo de coches, allá por el año 2013.

Hasta ahora, no se han dado mucha importancia, “no nos importaba no tener una web, nosotras lo único que queríamos era cultivar, que es lo que nos gusta”, dice Olga, participante en la huerta. Pero han decidido pararse a recapitular de cara al décimo aniversario, que será el año que viene.

La génesis de la huerta tuvo que ver con el proyecto Paisaje Tetuán (Intermediae), en tiempos de Ana Botella. El proyecto, que aunaba una serie de intervenciones artísticas –como la pintura de grandes medianeras– con otras de carácter más comunitario, fue presentado por la entonces alcaldesa bajo la premisa de convertir Tetuán en “el nuevo Soho”, lo que hizo saltar las alarmas de algunos vecinos ante la posible gentrificación del barrio. Algunas de aquellas intervenciones fueron más acertadas que otras, unas pocos sobrevivieron a la erosión del tiempo y la huerta fue, probablemente, la única acción indiscutida del proyecto.

Poco a poco, a la huertita le fueron creciendo las plantas, los hortelanos, la pérgola, las composteras, el invernadero…y la fricción vecinal, que se celebraba con cines de verano, fiestas y actividades culturales al aire libre para el barrio. En 2020 se pintó su característico mural de formas coloridas, a cargo de los artistas de Erb Mon y Beth, que contaron con las manos de los participantes en La Huerta de Tetuán para llevarlo a cabo.

“Cuando ya llevábamos años con el huerto hicimos con Boa Mistura otro mural que también se hizo de forma comunitaria. Participaron unas 200 personas”, contaba Martín, participante del espacio, con motivo de otro artículo en este medio.

La infancia ha sido una de las protagonistas permanentes de la huerta. Un vistazo a las fotografías de la web lo confirma. Allí se han llevado a cabo, por ejemplo, campamentos de verano a cargo de Te Estoy Poniendo Verde –sospechosas habituales de sus bancales–.

Mariuxi lleva a su hija Noa, de seis años, todas las semanas para que tenga más contacto con la naturaleza. “Es muy urbanita”, dice. Esa tarde, Noa ha cuidado de las plantas regadera en mano, ha cogido acelgas, frutitos y ha aprendido para qué sirve el compost. La huerta les ofrece “un rato para estar juntas y desconectar”.

La actividad de la huerta también ha sido muy fotogénica: su mejor perfil se puede encontrar en los documentales La huertita de Tetuán, Tetuaneros (está en la génesis de la película y fue su lugar de estreno) y es el escenario del proyecto transmedia Si la tierra hablara.

Recientemente, se creó en el huerto el grupo Vecinas que leen (cuyas lecturas se emiten en Radio Almenara) y se ha celebrado el Día del libro, subrayando la unión de naturaleza y cultura que la huerta viene cultivando desde hace casi una década.

Flor López es profesora de secundaria jubilada, además de una de las participantes de Vecinas que leen. Aunque no vive en Tetuán, tiene relación con el barrio por su hija. Conoció la huerta en alguna fiesta y, después de la reclusión pandémica, se sumergió de lleno en la huerta. “Vine y desde el primer momento me encontré muy a gusto, realmente es cierto lo de huerta abierta”, dice Flor en alusión al mensaje tipo que pone en el grupo de Whatssupp del espacio el primero en bajar a abrir cada vez.

Con motivo de Filomena, por cierto, la comunidad creada alrededor del huerto mostró su utilidad social de forma inesperada. Cuando los madrileños mirábamos a nuestro alrededor buscando palas, en el huerto –claro– las había. También había, y esto es lo crucial, un grupo de personas acostumbradas a trabajar juntas, que se convirtieron en una de las patrullas quita-nieves más eficientes de la barriada.

Carlos Felipe, que lleva frecuentando la huerta desde 2018, se pone a enumerar y nos presenta un censo bastante preciso de los habitantes del lugar. “Es un espacio de vida de las plantas, de animales –invitados y no invitados–, de gatos que tienen camadas, de perros que vienen con sus amos, de gente del barrio, de otra que ha venido desde Estados Unidos o Alemania para ver la huerta, de mirlos que comen comida para gatos…”

Y continúa. “Es un espacio para respirar aire, no sé si más puro pero sí más alegre. Un espacio de encuentro, de esparcimiento y de cultura. Osea, un espacio para vivir”, añade Carlos Felipe resumiendo el sentir general de todos los hortelanos y hortelanas con los que hemos hablado durante casi una década.

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