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Murales de Tetuán, ¿creación individual o colectiva?

Trabajando en el mural de La Huerta de Tetuán el pasado mes de septiembre

Luis de la Cruz

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Estos días, la novedad que congrega los comentarios en la calle Almansa es un nuevo y bonito mural que representa a dos personas mayores en actitud cariñosa sobre un fondo urbano, que bien podría ser el propio barrio. El mural es fruto del Plan Integral de Bellas Vistas de este año y ha sido pintado por los profesores y alumnos de La Artigua, la escuela de arte tetuanera que ganó el concurso convocado por la Asociación Vecinal Cuatro Caminos-Tetuán. La vecinal programará próximamente alguna actividad alrededor del muro.

Este es distrito de graffitis –no os perdáis el mapa que Olga Berrios hizo durante el confinamiento–y también de murales, que a veces pueden ser lo mismo, pero no siempre es igual. Hoy hablaremos, sobre unos pocos ejemplos de los muchos posibles, de las distintas dimensiones sociales alrededor de pintar una pared.

En la Huerta de Tetuán tienen muy clara la potencia del muralismo cuando se hace con participación, así como las diferencias entre esta modalidad y la mera –que no es poco–acción artística individual.

El pasado mes de septiembre la comunidad de la huerta de la calle Matadero asistió a la creación de un mural de Erb Mon y Beth. Martín, miembro de la huerta, nos cuenta que el proceso resultó ser “un estímulo en el tiempo de la pandemia, una especie de demostración de que se pueden hacer cosas”.

Erb Mon y Beth han hecho el proyecto sin cobrar y el arte final, que recuerda a los colores de la naturaleza y a las energías compartidas en el huerto, se hizo tras una reunión con la comunidad del espacio. Los artistas trabajaban de sol a sol y, por la mañana y por la tarde, se iban incorporando los participantes de la huerta bajo su dirección. “Ayudó, desde luego, el talante de los artistas, a los que les dieron las tantas escuchando con atención a la gente”.

La comunidad de la Huerta tiene una relación antigua con la participación, también a propósito del arte. Lo tienen trabajado. El origen del espacio hay que buscarlo en Paisajes de Tetuán (2013-2014), un proyecto del Ayuntamiento de Madrid, dirigido desde Intermediae, en el que confluyeron energías contradictorias que levantaron mucho debate en Tetuán. A la grandilocuencia inicial del proceso, que incluía la pintura de grandes medianeras a cargo de nombres sonoros del arte urbano, como Suso 33 o Borondo —y que fue presentado por Ana Botella en una rueda de prensa como “el Soho de Tetuán”—, se unieron iniciativas del tejido del distrito. Hubo defensores y detractores de un proceso que dejó pasos fugaces, ajenos al barrio, y algunas iniciativas que llegaron para sumar. Fue el caso de la Huerta de Tetuán.

“Cuando ya llevábamos años con el huerto –nos cuenta Martín– hicimos con Boa Mistura otro mural que también se hizo de forma comunitaria. Participaron unas 200 personas”.

Martín también participó en la experiencia de Compartiendo muros (Dirección General de Intervención en el Paisaje Urbano y el Patrimonio Cultural) a través de la que se pintó, en colaboración con la Asociación Vecinal Cuatro Caminos Tetuán y con la participación del vecindario, el muro de 50 metros del Centro Deportivo Municipal Playa Victoria (2017). Precisamente, la historia de este mural explica algunas de las contradicciones y dificultades que alberga el arte hecho en la calle.

La ejecución del mural fue un pasito más allá de aquellas medianeras pintadas en Paisaje Tetuán, hechas con enormes grúas que imposibilitaban cualquier idea de cercanía. Los vecinos eligieron el diseño entre varios posibles, se hicieron talleres y los ejecutantes, otra vez La Artigua (junto a Elena Vacas), venían de una academia situada solo unas calles más allá del muro. Se llevó a cabo un extenso mural con motivos vegetales que recordaban los nombres de las calles del entorno (Cactus, Hierbabuena o Loto). Sin embargo, el día del estreno aparecieron tachaduras acusatorias. “El moderneo mata los barrios”, entre otras. Lo cierto es que el muro había sido tradicionalmente ladrillo abonado para diferentes mensajes políticos, por lo que no podría decirse que aquellas pintadas fueran completamente intrusas, aunque sí que obviaban la participación entusiasta del vecindario en la pintura del muro. Los niños presentes en la fiesta de inauguración no podían creerse lo que le había sucedido a lo que pintaron días atrás.

Lo realmente interesante del caso es que se produjo un debate local –incluidos encuentros informales entre gentes de uno y otro lado de la pintura– y, una vez repintado, el mural ha sido respetado mucho más tiempo de lo que es habitual en este tipo de obras. Solo recientemente se ha vuelto a cubrir con piezas de escritores que probablemente son ajenos al pacto tácito y el aprendizaje que había surgido de aquel conflicto.

Mucho menos tiempo duró sin tapar el gran muro que cierra la plaza sin nombre donde estaban las cocheras de la EMT, junto a Cuatro Caminos. Allí, cada día, estuvieron trabajando, desde septiembre de 2018 hasta finales de año, los participantes en un curso de pintura de la Agencia para el Empleo del Ayuntamiento de Madrid, que lo alternaban con otros trabajos, como el realizado en el garaje del Centro Cultural Eduardo Úrculo. Las platas (así se llama a las letras gruesas, hechas comúnmente en este color por ser barato) habían pisado el mural incluso antes de que se terminara, obligando a los trabajadores a repetir partes, y hoy sus motivos librescos son prácticamente irreconocibles.

Las implicaciones del muralismo pueden ser sociales de diferentes maneras. La gran figura compuesta por las presencias de Suso33 en la pared oeste de la Plaza del poeta Leopoldo de Luis, por ejemplo, nació de un proyecto que muchos tildaron como falto de participación e integración con el barrio (las medianeras de Paisaje Tetuán) y, sin embargo, el tiempo lo ha convertido en un elemento reconocible en el entorno, hasta el punto que las mascarillas que sirven para recaudar fondos para el Espacio Bellas Vistas (un nodo vecinal de reciente aparición) llevan estampadas las presencias del artista. Para terminar de rizar el rizo, el artista tenía graffiteado todo el distrito con sus características sombras en la época en la que se pintó el mural, lo que lleva a primer término las difusas y conflictivas fronteras entre el arte callejero legal e ilegal. Otra más. Boa Mistura, el mismo grupo de artistas que Martín citaba como agentes en una satisfactoria experiencia colectiva de la Huerta de Tetuán, han recibido hace poco críticas mucho más tibias en Tetuán por la decoración de una promoción inmobiliaria en la calle Olite. Obviamente, nada tiene de criticable que los artistas hagan encargos, pero parece claro que el arraigo del arte de calle en su entorno tiene mucho que ver con que la gente, por una u otra razón, sienta que nace de allí o de ellos.

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