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Dignidad de una mujer
“He visto a no menos de tres madres migrantes hablando español en la intimidad con sus peques para reforzar su aprendizaje antes de que entren al colegio.”
Cuento aquí una anécdota que me ha pasado ya varias veces en mi barrio, concretamente en el supermercado de mi barrio, un sitio muy grande y muy familiar (el supermercado), situado al lado de la estación de bus de Murcia (mi barrio).
Una mujer marroquí, con el caftán típico y el velo en la cabeza, acompañada de tres niños muy pequeños: un bebé en un carrito, un niño de 3 ó 4 años y una niña de 6 ó 7. Los niños ayudan a la madre a poner las cosas en el carro del súper y van haciendo trastadas, las trastadas típicas de hermanos pequeños: te tiro del pelo, te adelanto en el pasillo de las cocacolas, me muerdo las uñas, le preguntamos cosas a la mamá sin parar.
Aunque están en un momento íntimo, familiar (no hay nadie más que ellos, dos cajeras y yo en el supermercado) están hablando en castellano.
La madre tiene un acento muy, muy marcado, apenas la entiendo, pero los tres niños le contestan en árabe o en perfecto español.
Es evidente que la mujer podría hablar con sus hijos en árabe todo el rato. Solo les está diciendo cosas familiares (cállate, suelta la trenza de tu hermana, estate quieto, no corras, cuando te coja, ya verás en casa, etc.), pero se esfuerza, se cansa, se disloca la lengua, piensa trabajosamente las frases, las pronuncia despacio, no quiere equivocar ni un sonido.
Se está esforzando para que sus hijos sean, desde que nacen, bilingües. Para que sean capaces de salir adelante en las mejores condiciones en un país donde ella intuye que van a pasar muchos años.
Ya digo que me ha pasado varias veces. He visto a no menos de tres madres migrantes hablando español en la intimidad con sus peques para reforzar su aprendizaje antes de que entren al colegio.
Podría echarme a llorar de emoción ahora mismo, pero voy a terminar mi historia. Porque esta historia tiene un final que también he visto muchas veces; este sí, demasiadas veces.
Los niños han cogido un paquete de bollos de chocolate, pero al ir a pagar la cajera enuncia: “Cuesta tres euros con veinte céntimos”.
Y la madre, firme:
–Oh, no, no, no. Demasido caru.
Tres euros. Demasiado caro.
Pero no le puedo pagar los bollos a esta familia.
No les alcanzo.
Ni viviendo tres vidas completas de trabajos y premios y honores podría alcanzar al tobillo de esta mujer.
Su dignidad. Su esfuerzo. La decisión de dejar de hablar un idioma que quizás ya intuye que perderán sus hijos, a cambio de una vida, solo quizás, levemente mejor.
Y ella se lo guarda, se guarda su lengua materna, la recluye en su corazón, deja atrás a su propia madre, a su ciudad, a sus recuerdos.
Apuesta por un futuro. Lo apuesta todo. Todo lo que tiene, resumido en su idioma propio, lo pone en el tablero del futuro de sus hijos. Todo. Con un par.
¿No es esto la valentía? ¿No es esto el coraje?
Y este tipo de héroes no puede comer un poco de chocolate, no le alcanza el dinero para, alguna tarde, darle a sus niños siquiera un minuto de descanso.
Decidme por qué. ¡Decidme por qué!
*Cristina Morano es escritora y miembro de la Coordinadora de CambiemosMurcia
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