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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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La sonrisa de la humillación

La candidata de Vox a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Rocío Monasterio, durante un acto electoral en Alcalá de Henares.

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Hace unas semanas, en la tranquilidad aparentemente fría y ausente de campaña electoral del comienzo del año nuevo, reflexionaba en un artículo acerca del cariz anacrónico que estaban tomando los acontecimientos del día a día, sobre una vuelta retrospectiva de lo que entonces estaba ocurriendo en el país y en la Región al pasado no de hace unos meses, sino de décadas atrás. Lo que no me llegué a imaginar en aquel enero gélido y soleado, probablemente inducido por esa característica propensión al optimismo que siempre se acaba desdibujando y lo deja a uno como con cara de tonto por haber sido tan inocente, es la colosal vuelta imposible a los tiempos más negros de la extrema derecha de este país, que algunos la consideraban poco más que un fósil ideológico, dormido como un volcán, pero que ahora ha resurgido de sus cenizas de la mano de un monstruo de color verde y súbditos de caras venales, voces tranquilas y metálicas y risas cínicas alimentados y envilecidos de odio y de cerrilismo ideológico hasta la saciedad.

Lo que creemos ser es una simple y estéril apariencia, un frágil simulacro que, en cualquier momento, sin que uno se lo espere, puede sufrir la interrupción y el desmentido rápido y siniestro del miedo, de un timbrazo en el teléfono de madrugada, de un sobre marrón, grande y un poco pesado recibido el día anterior y no abierto hasta el siguiente por la prisa monótona de las tareas diarias, de los viajes en coche de campaña electoral, del papeleo burocrático y administrativo de un ministerio. Entonces lo cotidiano se borra, se vuelve falso, incluso un poco vergonzoso: el encargado de quebrar la convivencia y el curso normal de un día quizás sea un hombre tranquilo y apaciguado que sale de su casa con puntualidad cada mañana, temprano, recién duchado, razonable y enérgico, aunque esta vez con la particularidad de llevar varios sobres bajo el brazo para depositarlos en un buzón de Correos, que saluda con la pulcritud de su aspecto personal a algún vecino, a algún comerciante del barrio, igual que todas las mañanas de su vida, y nadie imagina que los sobres que lleva bajo el brazo, apresados e incorruptos, a la vista de todos, contienen en su apariencia usual de correspondencia un lastre metálico y asesino de balas de fusil, y un papel blanco con un escrito en una letra un tanto infantil que dicta y ordena, que inventa plazos inapelables y vitales, que pone en peligro a quien la recibe solo con su lectura, con la hojeada temerosa e incrédula de quien lee una amenaza de muerte contra él mismo y contra su familia y toca con las yemas de los dedos el metal aséptico y dorado de los proyectiles.

Entonces la realidad se desdibuja, y si uno se para a pensarlo esa realidad ya se ha desdibujado desde hace tiempo, porque son las tentativas escritas de terrorismo las que imponen y propagan el miedo y las balas las que matan, pero las sentencias de muerte se construyen y se dictan con palabras y con mentiras, y son también las simples palabras las que difunden en todo el país la falsedad y el odio, la chulería racista, el patriotismo agresivo y vandálico, las cartas amenazantes que son indicios de la abyección y de la cerrazón mental.

La candidata de ese monstruo de color verde para presidir la Comunidad de Madrid sigue el juego, responsable ideológica del envilecimiento, tranquila, sentada en su asiento correspondiente del estudio del edificio de la Cadena Ser en Madrid, sus cejas alzadas y su perfil atento y agudo de cuervo, ejecutando tonos enérgicos y sin embargo apaciguados, con un matiz desagradable de mala educación en su voz, desafiando con los ojos y con las palabras, insinuando la sombra de la sospecha, esbozando en su discurso la culpabilidad ínfima de quien recibe las amenazas. De pronto termina de completar la verdadera amenaza, la síntesis del comienzo de la barbarie, lo que realmente infunde el miedo no solo en el amenazado, también en todos aquellos que no son como ella: sugiere con sus palabras una vejación adicional que se añade sin escrúpulos al suplicio de las víctimas que han recibido la intimidación de la amenaza mortal, enturbia su inocencia, su perplejidad tras la lectura del papel de letra infantil y el tacto metálico y puntiagudo de las balas, insinuando una parte inconfesada de culpa, manchando su infortunio y el miedo por su vida con una sordidez ineludible de responsabilidad. La candidata del monstruo verde esboza una sonrisa, pero si por ella fuera se moriría de la risa, en su intimidad, se reiría con los demás súbditos del monstruo verde que comparten su cinismo, extendiendo todos su risa como una multiplicación de carcajadas, de ecos de risas que humillan, no solo las que celebran la muerte, o la tentativa de ésta, sino las que manifiestan el disfrute miserable de cualquier desgracia humana, las risas de la venganza, las risas primitivas de caras desfiguradas, las risas inagotables. Después de la risa matizada y contenida y de las palabras de desafío, la candidata da por consumado el acto, pues todos sus rivales políticos han abandonado un debate democrático para no seguir escuchándola, satisfecha, la ceja levantada, los ojos brillantes, el tono de voz mitigado, dulcificado, como si nada de esto fuera con ella, como si no fuera una de las responsables de la vuelta definitiva al pasado más turbio y desgarrador, de la recreación de la sospecha antigua que cae automáticamente sobre el detenido o el desaparecido en la noche oscura y lejana de las dictaduras, sobre el ejecutado fríamente de madrugada, reventado contra el suelo de un patio de luces desde un séptimo piso o de un disparo en la frente, evocadora de las palabras que se repiten como ecos de resonancias antiguas y terribles: “Algo habrá hecho para morir, para recibir una amenaza de muerte”.

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