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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Hans el Listo

Clever Hans durante un espectáculo.

Javier Fernández Rubio

Hans der Kluge, Clever Hans o Hans el Listo, que por todos estos nombres fue conocido, vivió en Alemania en los primeros años del siglo XX alcanzando rápidamente gran fama y reputación, como se dice en las necrológicas de los finados ilustres. Hans no fue un científico avispado ni un futbolista talentoso y de endiablado drible. Hans el Listo fue un caballo.

La historia de Hans, el caballo prodigioso, es muy sencilla. Hans era propiedad del frenólogo y matemático Wilhelm von Osten, el cual se conoce tenía tal pasión por esta última disciplina que empezó a enseñar aritmética a uno de sus caballos. Este, el susodicho Hans, mostró de manera sorprendente una especial habilidad para la multiplicación, la división, las sumas y las restas, por no decir que respondía acertadamente a preguntas relacionadas con el calendario y otros extremos.

Hans recibía las preguntas de su amo con la atención propia de un buen alumno y con su pezuña marcaba la secuencia de golpes correcta de la solución. Una maravilla el tal Hans, listo como el hambre.

De ahí a que Hans el Listo se convirtiese en una atracción medió un paso. Rara vez fallaba y si fallaba era por poco, como le puede pasar a cualquiera. Incluso si su propietario no estaba presente las respuestas eran correctas. ¿Podría un animal tener cualidad tan propiamente humana como el cálculo? ¿No desvelaría este prodigio equino una realidad oculta del reino animal que el ser humano había pasado por alto con toda su arrogancia? Está demostrado que los animales tienen sentimientos y conciencia, algo que se les niega en la vida cotidiana, en donde la mayor desgracia es convertirse en una animal doméstico. Pero si, además, sus cerebros ocultan sorprendentes habilidades hay que replanteárselo todo.

El amigo Hans hizo de las suyas en 1904. Obviamente, no tenía ni idea de aritmética, como así demostró otro sesudo, Carl Stumpf, y la Comisión Hans, creada para desvelar científicamente lo que ocurría. Pero de rebote se descubrió otra cosa.

Lo que ocurría era que Hans, sin saber nada de lo que le decían, sí que tenía una habilidad que los humanos casi, casi hemos perdido. Era un observador fantástico. Así que imagínese convertido por un momento en un hermoso corcel y/o yegua y que cada mañana se rodea de bípedos, uno de los cuales le muestra en una pizarra una fórmula aritmética cualquiera, por ejemplo 3x4. Lo de menos es lo que pone en la pizarra ni lo que le dicen. No se preocupe de eso. Lo que tiene que hacer es mirar fijamente a su amo y empezar a dar golpes con el casco de una de sus patas... 3, 4, 5.... Si usted se fija atentamente verá cómo el interpelante se va tensando a cada momento... 7, 8, 9... Su cuerpo y su rostro irá adquiriendo rigidez... Todos los que le rodean contendrán la respiración... 10, 11... y, de repente, en la duodécima patada, un rictus en la boca, un relajamiento en la tensión. Hans sabe que ha llegado donde tenía que llegar y deja de golpear con la pezuña. Ha acertado.

Nuestro políticos son como Hans el Listo. Presumen de aritmética pero realmente tienen una cualidad especial para observar al electorado. Un político sube al estrado en el Parlamento (por ejemplo, para ilustrarnos sobre cómo acabar con el paro en 10 sencillos pasos) y empieza a dar con su pezuña (con perdón) en el atril. No es que esté atento a la reacción de los diputados, porque estos son indiferentes a lo que diga, como él es indiferente a lo que digan otros. De hecho, diga lo que diga ya tendrán los demás preparadas sus respuestas. Pero sí que estará atento a su repercusión en la tribuna del público y sobre todo a la reacción en los medios de comunicación, el gran canal por el que se destila en el oído del electorado el veneno de la demagogia.

Los partidos políticos juegan con el artificio de ofrecer respuestas cuyo resultado desconocen. Nuestros representantes, su cara visible, también. Son como Hans el Listo, ya digo, muy buenos corceles que aporrean con entusiasmo el entarimado hasta que obtienen la reacción del público que quieren obtener (ser reelegidos, obviamente: esa jugosa hierba que recibía Hans después de cada demostración), pero en puridad no tienen ni idea de lo que sucederá en el futuro. Si me apuran, tampoco en el presente y ni siquiera del pasado. Y no la tienen porque no la pueden tener. Porque a diferencia de la aritmética, la realidad interconectada y globalizada en que vivimos es un caos impredecible. Si los políticos fueran sinceros dirían sencillamente: “Esto es lo que haré yo; de lo que ahí resulte no tengo ni idea”.

No les pidamos a nuestra clase dirigente que nos salve, porque a lo mejor nos hunde más en el agujero. Regocijémonos de su especial talento para olisquear nuestras emociones y deseos; y desconfiemos de su recetario. Una gran demostración de ello fueron las penúltimas elecciones. Ahora saben que la corrupción nos importa un carajo como colectivo. Porque siempre toman nota y, constatado el hecho, dejan de dar coces. Saben que han acertado.

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