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LOS LANZALLAMAS

Marine Le Pen: Algún día todo esto será mío

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No le va tan bien como ella esperaba, pero tampoco es alguien que haya demostrado, a lo largo de su carrera política, flaquezas ni quiebres emocionales ante los obstáculos. Al contrario, siempre ha puesto en marcha tácticas meditadas y su estrategia está a un paso de cubrir un nuevo capítulo. El más ansiado. No como quería, es verdad, pero nada indica que Agrupación Nacional no pueda tomar el Eliseo. 

Lleva toda una vida y contando la del padre –un actor esencial de esta historia–, se puede decir que son dos, construyendo el partido de extrema derecha más sólido del sur de Europa. Cuando Giorgia Meloni todavía no había leído El Señor de los Anillos, Marine Le Pen se incorporaba al Frente Nacional. Mientras Santiago Abascal hacía un spin–off desde su despacho en el Partido Popular para crear Vox en España, Marine echaba a su padre del partido. En 2015, el año siguiente de la invasión rusa en Crimea, Marine ya tiene una biografía escrita por un ensayista y periodista ruso ultranacionalista, Kirill Benediktov, El retorno de Juana de Arco y comienza, por entonces, a visitar con frecuencia a Vladímir Putin. 

La suerte de Marine Le Pen está ahora en manos de la justicia ya que ha sido inhabilitada por malversación de fondos europeos y el año próximo, poco antes de que se celebren las elecciones generales en Francia, los tribunales se pronunciarán sobre el recurso presentado. Mientras tanto, en medio de esa incertidumbre, vela las armas liderando su bloque parlamentario, cargo que puede ejercer a pesar del juicio, y controla los movimientos de Jordan Bardella, su delfín de 30 años, quien se presentaría como candidato si ella no lo consigue. Más que delfín, Bardella ya da muestras de ser un escualo. Pero Marine Le Pen no se arruga como no lo hizo ante su padre, a quien mató, Freud mediante, antes de que la biología hiciera su parte.

El viejo Jean-Marie Le Pen vivía sobre las colinas de Saint-Cloud, al sureste de París, desde las que se domina una panorámica de la ciudad en la que sobresale la torre Eiffel. Son las vistas que acaparaban la atención de los visitantes en el despacho que utilizaba el anciano, en la primera planta de su palacete, pero no por ello pasaba desapercibido entre las maquetas de barcos, las pequeñas estatuas y los retratos, un gran calendario con la efigie de Vladímir Putin. El ensayista Michael Eltchaninoff, en su libro Inside the mind of Marine Le Pen, cuenta que cuando acudió a Saint-Cloud a entrevistarse con Jean-Marie Le Pen, el vigilante jurado que le abrió la puerta estaba acompañado por un dóberman. El visitante le preguntó si el perro tenía la costumbre de morder o comer gente; el guardián, impasible, respondió: “Depende de la persona”. 

Marine Le Pen huyó de esa casa cuando el dóberman mató a dentelladas a su pequeña gata bengalí.

El 13 de febrero de 1984, dos años antes de que Marine, con apenas 18, se incorporara al Frente Nacional, el partido cabía en un pequeño apartamento de la rue Bernoulli de París. La noche de aquel día, Jean-Marie Le Pen fue invitado al programa político L'Heure de vérité, el de mayor audiencia entonces en la televisión francesa y se explayó, como era su costumbre, sin pelos en la lengua, sobre racismo y antisemitismo, recordó que mientras su nombre estaba inscrito en los monumentos de guerra, el de Georges Marchais, el entonces líder comunista francés, solo figuraba en las nóminas de las fábricas de Messerschmitt en Alemania.

Se refería al lugar de trabajo de Marchais, mecánico de oficio, antes de la caída de Francia. Estas soflamas se habrían eclipsado para siempre entre los rayos catódicos, pero impactaron aquella noche porque Le Pen, en el transcurso de su intervención, protagonizó un gesto mediático de vanguardia, algo hoy propio de Donald Trump o Javier Milei. Tomando por sorpresa al presentador, se puso de pie en el set y pidió un minuto de silencio por los muertos en el Gulag y contra la dictadura comunista. Todos en el estudio quedaron atónitos. El resto de Francia, también. Ese día empezó la carrera real del Frente Nacional que alcanzó su máximo logro en la primera vuelta de las presidenciales en 2002, logrando el segundo lugar por delante de los socialistas, antes de que Marine Le Pen tomara las riendas del partido para transformarlo en la actual Agrupación Nacional. 

Como buena corredora de fondo, esta mujer va adaptando la marcha a los accidentes del camino y a las inclemencias del tiempo. Perdió el debate presidencial de 2017 frente a Emmanuel Macron y volvió a sucumbir en 2022 en el mismo escenario y contra el mismo candidato, pero en este último enfrentamiento exhibió un salto narrativo. La conductora de Agrupación Nacional aquella noche del último debate, dejó claro que ya no quería implosionar explícitamente la Unión Europea sino reformarla para defender que los franceses puedan trabajar en Francia. Tampoco entró ya en el negacionismo climático limitándose a denunciar una «ecología punitiva» que ejerce, sostuvo, una gran violencia sobre las clases medias y bajas, argumento que siguió calibrando hasta concebir una suerte de ecosistema intramuros: “ecología patriótica”. 

Marine Le Pen no deslumbra y su pasado como estudiante de derecho con reputación de clubber y militante del GUD, un grupo de extrema derecha estudiantil francés, pesa a la hora de medirse con un cuadro brillante como Macron pero, no obstante, Le Pen no se detiene, su narrativa está en mutación constante y, lo más importante, lee el tejido social y las audiencias. Al terminar aquel debate, le señalaron que su perfil había sido mucho más amable que en encuentros anteriores. “Nos portamos mejor”, se limitó a decir reprimiendo la risa.

Marine Le Pen no interroga a Macron sobre la franja ideológica por la que el presidente circula. Siendo economista e intelectual, incluso exbanquero, proveniente del socialismo más laxo, Macron no podría responder si es de derechas o de izquierdas ni las dos cosas a la vez, pero Le Pen no lo pregunta porque ella misma ha ido desdibujando el relato ultra heredado del padre para proponer una síntesis que no es superadora pero sí productora de votos. Sustituir el lema que utilizaba el viejo partido, “preferencia nacional” como arma retórica xenófoba, por “prioridad nacional”, sintagma que pretende poner a los franceses primeros en la fila a la hora de atender los reclamos básicos, forma parte del lifting sobre el mismo rostro. Ya no se le oye hablar de «lucha contra la inmigración» sino de «tomar conciencia sobre la cuestión emigratoria», todo lo cual, como decía en una canción Silvio Rodríguez, no es lo mismo, pero es igual. 

“Ni de derechas ni de izquierdas, franceses”, deja caer cuando le mencionan la matriz ideológica de la que proviene y mantiene oculta a través de un trampantojo narrativo, razón por la cual avanza sin pudor en el campo cultural de la izquierda, pero no asumiendo la libertad del modo que lo hace Javier Milei en Davos profiriendo exabruptos, sino, por ejemplo, citando a Jean Jaures porque “desde la izquierda traicionó al FMI y a sus vecinos chics” o a la némesis de su padre, el general De Gaulle, en quien ve a su predecesor: “alguien capaz de volver a poner de pie a Francia”. Por citar, menciona en sus intervenciones a Hannah Arendt, con lo cual intenta neutralizar el perfil antisemita del antiguo Frente Nacional, a Jean Cocteau para nublar su pasado homófobo o a René Chair para diluir el recuerdo de Vichy. Está claro que, como declaró al salir de aquel debate, se porta cada vez mejor.

Jordan Bardella, su delfín –o tiburón– ganaría hoy, según las encuestas, a cualquiera de sus cuatro posibles rivales en la segunda vuelta. La cuestión le preocupa pero no la desvela. Bardella aunque va colmado de carisma aún debe templar su joven carácter y Le Pen, que enterró un padre en vida puede, aún, evitar, quizás, que la devore un hijo. 

Tampoco está sola. Al heredar el palacete de Jean-Marie seguro que se ha deshecho de los dóberman pero hay algo que sin duda se debe haber llevado no muy lejos de allí, a su mansión rodeada de muros en La Celle-Saint-Cloud: el calendario con la efigie de Vladímir Putin.