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Los antiguos dogmas del BCE nos perjudican hoy

Christine Lagarde, presidenta del BCE, en la rueda posterior a la reunión del consejo de gobierno del pasado marzo

Diego López Garrido

Vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas —

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El BCE ha situado ya el tipo de interés en el entorno del 4% en menos de un año. En la reciente conferencia de Sintra, los jefes de la Reserva Federal, del Banco de Inglaterra y del Banco Central Europeo advirtieron de que es necesario seguir subiendo los tipos de interés para combatir la inflación. Inflación de la que culpan al aumento de los salarios. Sin embargo, en la eurozona, la inflación, en los últimos años, como media, se ha debido en un tercio a los salarios y en dos tercios al aumento de los beneficios empresariales. Además, la inflación es muy diferente según sea el país que lo sufra. En Alemania es del 6,8%. En España ha caído al 1,9%.

Los bancos centrales citados y el Fondo Monetario Internacional (Gita Gopinath) miran al 2% como objetivo y se están rigiendo por el dato de inflación más alto. Sin embargo, no tienen en cuenta que la expansión de la economía se mantiene por ahora, y que una subida sostenida de tipos de interés ahoga a los hogares y empresas con hipotecas y con préstamos a interés variable. Es lo que sucede esencialmente en los países del sur, como España, Italia o Portugal, que soportan un alto nivel de deuda pública. Por otra parte, no se contempla como alternativa a la política monetaria un aumento temporal de impuestos para enfriar la demanda, tal como apunta Paul Krugman.

Así que el BCE consolida un dogma, tan discutible como arriesgado, que afirma: si los precios suben, lo que hay que hacer es subir también los tipos de interés de los créditos como único modo de reducir la inflación. El producto de esa política monetaria es un descenso de la actividad económica y lo que esto lleva aparejado: menos empleo y bajos salarios. No importa que ello desencadene - admiten los bancos centrales - una recesión. 

En la Unión Europea tenemos experiencia de la fragilidad de esa política. Vamos a recordarlo en detalle (López Garrido, La Edad de Hielo, RBA).

La crisis del sistema financiero en 2008 - la Gran Recesión - produjo la parálisis del mercado crediticio en Estados Unidos, contaminando a la banca europea. Sin embargo, el Banco Central de Frankfurt, dirigido por Trichet entonces, aumentó su principal tipo de interés hasta un 4,25% para proteger supuestamente el euro. El resultado fue la ralentización del crecimiento, haciendo caer un 0,2% el PIB de la eurozona, al borde de la recesión. Ello contribuyó, no solo a la escalada del euríbor, sino a la caída de las bolsas europeas.

Solo a partir de octubre de 2008, el BCE bajó el tipo de interés al 3,75%, al tiempo que inyectaba liquidez al sistema. En diciembre puso el tipo en el 2,5%, en abril de 2009 en el 1,25% y en mayo en el 1%. Con ello, el BCE reaccionó conforme a su mandato estatutario, que es cuidar la estabilidad de precios y que sus directrices de política monetaria se trasladen a los mercados financieros. No obstante, el BCE no pudo impedir que en el Consejo de la UE se impusiera el concepto de la política de austeridad con el efecto perverso de todos conocido.

Con el pretexto de evitar peligros inflacionistas, el BCE volvió a subir los tipos de interés en el desconcertante periodo de abril a noviembre de 2011 (la última etapa de Trichet). Primero al 1,25% y luego al 1,5% (7 de julio).

La llegada a la presidencia del BCE de Mario Draghi el 1 de noviembre de 2011 cambió la dinámica. Lo primero que hizo fue bajar el tipo de interés oficial al 1,25%, cuando la Unión estaba iniciando su segunda recesión desde el inicio de la crisis. Lo siguiente que hizo Draghi fue acelerar la compra de deuda soberana en el mercado secundario. Lo tercero, inyectar liquidez sin límite a la economía mediante créditos a tres años a los bancos (LTRO). Luego vino la frase del siglo: “haré todo lo que sea necesario para preservar el euro”. Y añadió: “belive me, it will be enough”. Salvó a España de ser intervenida por la Troika.

El 2 de mayo de 2013, Mario Draghi anunció en Bratislava que el BCE había acordado bajar el tipo de interés oficial del dinero al 0,5%, el menor hasta entonces desde el lanzamiento del euro, como respuesta a los malos datos de la economía de la eurozona. El 7 de noviembre el BCE bajó el tipo de interés aún más: al 0,25%, mínimo histórico. El objetivo era recuperar a la deprimida economía europea, cuando la zona euro tenía un nivel de inflación muy bajo, muestra de un consumo desfalleciente, de salarios en descenso y de desempleo. La mejor salida era, paradójicamente, un aumento de la inflación para reactivar la economía.

En la actualidad, la actitud y las decisiones del BCE nos recuerdan a la época Trichet, cuando, ante una economía herida por la caída del sistema financiero, no se le ocurrió otra cosa al banco central que subir el tipo de interés sin una estrategia comprensible. La inflación vinculada a la guerra de Ucrania está siendo hoy combatida, nunca mejor dicho, con una subida constante, sin una explicación clara, de los tipos de interés. Es el único instrumento que se ha utilizado. Con la inevitable consecuencia de lanzar una carga insoportable a los deudores hipotecarios o de otros créditos, y de crear condiciones de crecimiento de beneficios a los acreedores.

El BCE, con esa dura política monetaria, se distancia de la expansiva política fiscal que han estado desarrollando las demás instituciones europeas (Comisión Europea, Parlamento Europeo, Consejo Europeo) desde la pandemia de la COVID-19. Una política de inversión y de endeudamiento mutualizado (Fondos Next Generation).

El BCE, con su decisión de subida de tipos de interés, ininterrumpidamente, contribuye a frenar el crecimiento y las retribuciones reales de los trabajadores. Además de originar un fuerte e inesperado peso en las economías de los suscriptores de hipotecas a interés variable. Perjudica especialmente a sociedades como la española, con una cultura de propiedad de vivienda, y a los jóvenes que quieren llevar una vida autónoma.

Los halcones ganan. Christine Lagarde desempeña el papel de Trichet, cuando debiera hacer el de Draghi.

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