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Bienal offshore

Fotografía de archivo del literato hispano-peruano Mario Vargas Llosa. EFE/José Jácome

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En los últimos días, se han encadenado tres interesantes noticias alrededor de Mario Vargas Llosa; la primera es una nueva alabanza del escritor a Álvaro Uribe Vélez, ex presidente que con sus leyes, mentiras y trampas impulsó grupos paramilitares, permitió masacres y crímenes y saboteó el proceso de paz de Colombia. La segunda son unas declaraciones donde duda de la democracia porque cree que la mayoría de la gente no sabe votar “bien” y la tercera es la confirmación de que acostumbra a llevar sus ganancias a paraísos fiscales para evitar el pago de impuestos. No son noticias novedosas, Vargas Llosa hace décadas se dedica a apoyar gobiernos dictatoriales y asesinos; hace mucho dejó claro que quien no piensa cómo él no debe tener derecho al voto y, son tantos los corruptos y evasores de impuestos que lo rodean, que es natural que él haga esto mismo.

Lo que si me pone a pensar es que, al mismo tiempo que esto ocurre, hay una bienal de novela hispanoamericana que lleva su nombre y que esa bienal está auspiciada por la FIL, la feria del libro más importante de Latinoamérica. Estos dos hechos me llevan a hacerme preguntas: ¿es pertinente que un hombre con estas ideas y acciones se convierta en la figura que respalda un evento tan importante? ¿Tan mal de ideas y debates está nuestro ambiente entorno literario que ni a los editores ni a los gestores culturales ni a los mismos escritores les da pudor que sea Vargas Llosa quién otorgue el premio y que además lo haga a nombre de la FIL?

Al fin de cuentas, ser escritor es pensar y hacerse preguntas; ¿nadie se las hace?, ¿callan porque es conveniente? ¿hemos creado un ecosistema literario donde ya se evita pensar y, algo peor, cuestionar estos asuntos? En verdad, el asunto es bastante mediocre y turbio. Todos sabemos que nuestro sistema cultural está envejecido y obedece a intereses políticos; por eso los premios que realzan los medios del sistema los otorgan reyezuelos y princesitas. Sabemos que las editoriales buscan escritores que no sean polémicos para que les sirvan como relacionistas públicos con los gobiernos y, además, tenemos claro que buena parte de los escritores que se promueven no conocen los países que narran y que tapan su ignorancia con arribismo y con justificaciones estéticas que copian de otros lugares porque no son capaces de crearlas ellos mismos.

Pero la literatura hispanoamericana no son esos escritores cobijados bajo un sistema retrogrado; nuestra literatura es un montón de gente que crea con entereza y honestidad a pesar de no ser premiada nunca, de gente que experimenta y hace conversar la calle y la academia sin ningún tipo de complejos; son cientos de creadores que se levantan cada día a llenar cada página con verdad, honestidad y atrevimiento. Es por eso que la llamada Bienal Vargas Llosa huele tan feo. Es, para decirlo con palabras que Vargas Llosa y sus áulicos entiendan, una especie de Bienal off Shore, una ceremonia donde reina la hipocresía y dónde la lógica corresponde más a los negocios turbios entre viejos mafiosos literarios que a la luminosidad, las reflexiones y el placer estético que sería capaz de trasmitir el ganador si este fuera elegido en un evento más transparente y que no llevara el lastre de un malogrado premio nobel.

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