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¿Cuánto cuesta asumir el pasado?

Profesora de Historia Económica en la Universidad de Navarra
Alemania vuelve a juzgar los crímenes de Auschwitz con cuatro nuevos procesos
19 de noviembre de 2021 06:02 h

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La historia de la España del siglo XX ha estado durante demasiado tiempo marcada por la Guerra Civil, el régimen de la dictadura franquista y sus víctimas. Según un informe del Ministerio de la Presidencia y Memoria Democrática (que publicó en agosto elDiario.es ), la cifra destinada a pensiones e indemnizaciones de víctimas de la Guerra Civil y de la Dictadura entre 1977 y 2020 asciende a 21.750 millones de euros. La memoria colectiva – o mejor, la cultura del recuerdo colectivo- no es lo mismo que la investigación histórica. Sin embargo, es ésta el sustrato del que se nutre. Casi siempre hay un debate apasionado a favor o en contra, en Polonia sobre Jedwabne, en Francia sobre Vichy o sobre el apartheid sudafricano. Y no digamos en España. La vehemencia incluye hasta a las neutrales Suiza y Suecia y su pasado en la guerra mundial. El caso más ejemplarizante es el de Alemania, donde la investigación y el debate acerca del Nazismo siguen abiertos. Una mirada en ese espejo puede ser útil para el caso español.

La controversia en torno al revisionismo histórico y la diferencia semántica existente entre “comprender” y “valorar” fueron debatidas hace años. Historiadores, científicos sociales y periodistas, con la curiosa ausencia de los economistas, contribuyeron en 2008 a la elaboración de un dossier con el significativo título de “Historia y recuerdo”. Lo publicó el Centro Federal para la Educación Política –Bundeszentrale für Politische Bildung – y lo que sigue a continuación son unas reflexiones a partir de su lectura.

1. Recordar no fue un camino ni rápido ni fácil. La primera desnazificación estuvo sometida a la Guerra Fría y el pragmatismo prevaleció frente a la justicia. Antiguos nazis pasaron a vivir y disfrutar de la democracia de la RFA. En los años cincuenta se calló y se expulsó de la comunicación cotidiana casi todo lo referente al Nazismo. No hubo debate en el espacio político. En 1955, el 48% de los encuestados por el Instituto Allensbach consideraba a Hitler un “hombre de Estado”. En la Alemania de Adenauer ese pasado era un tabú. El silencio empezó a romperse en los sesenta. Cine, literatura, intelectuales e iniciativas diversas reivindicaron la necesidad de acercarse a ese pasado incómodo y cuestionaron así el mutismo. El choque generacional del 68 o los procesos judiciales, el de Eichmann en Jerusalem o el de Auschwitz en Frankfurt am Main, alimentaron esa discusión. Incluso la Jewish Claims Conference logró que empresas alemanas pagasen indemnizaciones.  

2. A partir de 1969 comenzó un cambio político en la cultura del recuerdo que movilizó recursos económicos y jurídicos. Se hizo con el gobierno de coalición de socialdemócratas y de los liberales. Al frente estaban Willy Brandt, exiliado y soldado miembro de la resistencia, y Walter Scheel, que había servido en el ejército nazi. Dominó la idea de la culpa y la responsabilidad de los alemanes.

3. No obstante, la controversia y la polarización se hicieron presentes. El monumento en favor de la libertad y de la democracia en Alemania que se erigió en Rasttat en 1974 molestaba a muchos conservadores. Fue el duro paso del silencio a la comunicación. El movimiento memorialista recuperaba espacios para el recuerdo colectivo y la reflexión con contenidos históricos. 

4. Comenzó a hablarse sobre un asunto que la prosperidad económica y el anticomunismo habían ocultado: el nazismo, los autores de los hechos o los disfraces de posguerra de muchos responsables. Sin embargo, las políticas se debilitaron con Helmut Schmidt (SPD) y aún más con Helmut Kohl (CDU), que consideró que Alemania ya había aprendido de ese pasado nazi. El discurso del presidente conservador Weizsäcker, en el 40 aniversario del final de Segunda Guerra Mundial, daba un paso más al reconocer que “el 8 de mayo [de 1945] fue un día de liberación”“de la inhumanidad y de la tiranía del régimen nazi. Habían necesitado 40 años para que se verbalizase públicamente esta idea. 

5. La reunificación y la caída de los regímenes comunistas tensaron, promovieron y enriquecieron el debate. Había diferentes culturas del recuerdo en el Este y en el Oeste. Hubo que volver a reflexionar sobre los espacios para el recuerdo, con la reivindicación de las plurales experiencias personales, familiares, de género, orientación sexual, etnia y hasta empresariales. Los verdugos alemanes comenzaron a dar paso a las víctimas alemanas y a las víctimas del Este en general. 

6. En el 2000 nacía la Fundación “Recuerdo, Responsabilidad y Futuro”, durante el gobierno de coalición de socialdemócratas y Verdes (Schröder y Fischer), y bajo la presión de las demandas colectivas internacionales de víctimas. El Estado alemán y un grupo inicial de 123 grandes empresas desplegaron un fondo de 5.200 millones de euros para las víctimas. Muchas de ellas nunca podrían reclamar nada. El tiempo jugó en su contra.

7. En Alemania no se ocultan los hechos. La pérdida de capital humano por asesinato o por el exilio provocado por el nazismo aparecía ya en investigaciones sobre múltiples temas de forma abierta. Por ejemplo, entre un 20 y un 25% de los profesores de las Escuelas Técnicas Superiores perdieron su empleo por ser judíos o por motivos políticos. Unos 2.000 ingenieros se exiliaron. Y estaba claro que brutalidad, tradición y modernidad pudieron convivir en el seno del Nazismo. 

8. Un estudio de 2002 reveló que las historias familiares ocultaban aspectos negativos. Buscaban dar un sentido al pasado nazi con criterios emocionales de verdad, alejados de los resultados de la investigación histórica. Muy pocos pensaban que su familia hubiese participado en crímenes (un 3%) y menos que había sido antisemita (un 1%). En resumen: “Opa war kein Nazi” (el abuelo no era nazi). Lo que significa que cada generación debía repensar su pasado incómodo.  Se hacía necesario elaborar nuevos materiales para “desmemoriados” a cargo de historiadores, docentes, editores escolares y técnicos de TIC. Y en una sociedad multicultural, el pasado nazi ha tenido que ser explicado a una población inmigrante, sin memoria ni conocimientos sobre este periodo. 

9. ¿Cuáles han sido los efectos de esta larga política de Memoria? Toda la investigación, los espacios para el recuerdo , la tensión y los debates abiertos han creado un consenso cultural y político básico. Aunque no es unánime –y nunca lo será–, sí que es amplio. En resumen, ese recuerdo no puede relativizar los crímenes nazis y tampoco puede minimizar las injusticias cometidas durante el dominio comunista. El objetivo es percibir la responsabilidad, favorecer la reconsideración y ahondar en el propio recuerdo. 

Harald Welzer, director del Centro Interdisciplinario para la Investigación de la Memoria en Essen, escribió que el punto de referencia ha de ser el futuro esperado, y no el pasado. Es decir, hay que construir una cultura del recuerdo nueva, que se base en el “presente, reflexivo y político”, y no tanto en una identificación emocional con millares de experiencias personales. Se recuerda la aniquilación del contrario, del disidente, la extorsión o el exilio porque constituyen un desafío que nos inmunice contra comportamientos brutales de nuestro presente. 

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