Hacer deberes o aprender
El tema de los deberes o tareas en casa es tan recurrente como antiguo. Sin embargo, en nuestra sociedad, cada vez se manifiestan más opiniones críticas cuando la forma de estas denominadas “tareas escolares” devienen un conjunto de actividades acumulativas, repetitivas y consumidoras de un tiempo extraescolar excesivo para los alumnos en función de su edad y su grado de madurez. En estas circunstancias las familias se ven obligadas, frecuentemente, a condicionar su tiempo o bien para ayudar a sus hijos en la realización de los deberes o, de forma indirecta, alterar sus actividades por el condicionamiento de la sobreocupación “académica” de sus hijos.
Al igual que en muchas otras cuestiones, intentar generalizar frente a una realidad tan compleja como desigual –como es el tema de los deberes escolares– resulta temerario. Por lo que nos limitaremos a apuntar una serie de reflexiones de corte pedagógico.
El tiempo escolar, en el contexto de nuestro sistema educativo, es claramente suficiente para albergar la totalidad de tareas que los alumnos, tanto en primaria como en secundaria obligatoria, resulta conveniente que realicen para asegurar el aprendizaje del denominado currículum básico o, si se prefiere, de las competencias requeridas en estas etapas educativas. Otra cosa es la necesidad pedagógica de, progresivamente, tener que invertir un tiempo extraescolar en actividades propias del estudio o complementarias al mismo.
Las tareas extraescolares deberían fomentar el hábito de la lectura, la expresión escrita, o la ejercitación de algunas habilidades que hay que adquirir en base a una práctica continuada, entre ellas, el propio estudio individual o en grupo. Fuera de esto, un exceso de tareas repetitivas, puramente memorísticas, descontextualizadas o, aún peor, sin los referentes necesarios para poder abordarlas con éxito, o que conllevan un trabajo superior a una hora diaria o acumulativo en los fines de semana, no solo no conlleva una mejora del rendimiento escolar sino que lo puede perjudicar al incitar a la desmotivación para el estudio y la falta de atracción hacia los nuevos contenidos a aprender.
Los deberes pueden significar, si no se planifican adecuadamente, un factor claro que aumente la desigualdad de oportunidades educativas. Aquellos alumnos procedentes de contextos desfavorecidos suelen ser los mismos que, frecuentemente, no pueden contar con una ayuda de las familias o de alguien de apoyo que les pueda ofrecer asesoramiento en las tareas extraescolares. Lo que significará muchas veces la imposibilidad de hacer los deberes o bien completarlos de forma inadecuada lo que, a su vez, va a repercutir en las calificaciones escolares y, por tanto, en la autoestima y expectativas del alumno frente al mundo académico perpetuando la fractura educativa y la segregación escolar.
Además, estos suelen ser los mismos alumnos que más van a necesitar ayuda escolar para el aprendizaje. Una ayuda que muchas veces no pueden obtener en el horario escolar por falta de tiempo, de recursos, de metodologías adecuadas, de personal especializado y otras muchas más “razones” que se esgrimen para no atender a esas necesidades específicas. Dada esta situación, traspasar hacia el exterior del centro (familias, refuerzo extraescolar, etc.) la responsabilidad de una atención educativa más intensa y personalizada hacia estos alumnos, y en forma de “deberes”, no hará más que reproducir y engrandecer la desigualdad de salida. En definitiva, los deberes estarán indicados solo si en el medio externo al centro el alumno va a encontrar las condiciones necesarias para poder desarrollarlos adecuadamente.
En cualquier caso, las tareas extraescolares, al igual que las puramente escolares, deben servir principalmente para ayudar al autoaprendizaje, a la responsabilidad y autoconciencia hacia ese propio aprendizaje, posibilitando así al alumno aprender todo aquello que puede ser enriquecedor para su proyecto vital y que la escuela no le está ofreciendo. En definitiva, hacer deberes tiene sentido solo si comporta consolidar lo aprendido, aprender cosas nuevas o invertir en el autoaprendizaje. Desde el punto de vista pedagógico, desgraciadamente, muchas veces las tareas escolares no cumplen esa función por lo que se convierten en un despropósito pedagógico. Y no la cumplen ya sea porque no se proponen estos objetivos de consolidación, ejercitación y de estudio reflexivo individual y, en cambio, se mandan actividades repetitivas, sin sentido, o alejadas de las posibilidades de comprensión de los alumnos.
Por último, otro factor negativo es la cantidad y periodicidad de las tareas. Estas pueden ir incrementándose con la edad pero ni es necesario tener diariamente deberes, ni nada conveniente que superen la hora seguida de promedio ni, por supuesto, que hipotequen los fines de semana familiares. Sin embargo, será obligación de los padres enriquecer educativamente el tiempo familiar conjunto.
No hay que convertir el deber (“los deberes”) en un obstáculo para el derecho de aprender. De aprender, precisamente, muchas más cosas, y a veces mucho más estimulantes, de las que la escuela nos puede ofrecer.