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Iberoamérica es Cultura

El secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), Mariano Jabonero (i); el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou (c); y el exbailarín argentino Julio Bocca (d), fueron registrados este jueves, durante la conmemoración de los 15 años de la firma de la Carta Cultural Iberoamericana, en Montevideo (Uruguay). EFE/Alejandro Prieto

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Después de casi dos años de pandemia, tenía la sensación de haber superado esta prueba, pasar de pantalla y volver a retomar la actividad con la vista puesta en la recuperación. Es indiscutible que este periodo de recogimiento ha sido un impase para replantear ciertas cosas y asumir la aceleración de algunos procesos. Con la vista puesta en la transición ecológica y digital, me tocó viajar a Uruguay por la conmemoración del XV aniversario de la Carta Cultural Iberoamericana. Una gran oportunidad, entendí, para retomar el contacto personal con los colegas del otro lado del Atlántico y trabajar en la agenda común. Sin embargo, nada más iniciar el viaje me di cuenta de que mi concepción del escenario era equivocada. La interminable lista de documentos necesarios para abordar el avión me ponía sobre la pista de que la situación no era como la esperaba. Uruguay, como muchos otros países de la región, tenía fuertes restricciones para el ingreso de ciudadanos extranjeros. 

Esta situación mejoró sensiblemente el primero de noviembre, aunque aún se mantienen algunos requisitos con los que quizá debamos convivir durante un largo periodo. Cuando finalmente conseguí aterrizar en Montevideo, me sorprendió la situación que encontré. Los espacios culturales empezaban a despertar de un largo letargo y recibían con timidez a los primeros visitantes. Para cualquier español que se encontrara en mi situación habría sido un duro golpe, lo mismo que viajar casi un año atrás al tiempo de los teatros y cines cerrados, los conciertos silenciados y la vida recluida entre cuatro paredes. Inmediatamente me di cuenta de que tenía que cambiar el planteamiento que llevaba para compartir con mis colegas iberoamericanos. 

La realidad de la cooperación cultural en Iberoamérica es que no podemos avanzar juntos si pasamos por alto esta circunstancia. La pandemia sigue dominando la vida en el continente, con efectos desiguales en función de los países. Si una de las cuestiones de base de la agenda cultural iberoamericana es la transición digital, tenemos que hablar de un enfoque de varias velocidades. Los problemas de conectividad son un riesgo, y la brecha digital va de la mano de la desigualdad que en estos últimos años ha avanzado con pasos de gigante. Sin embargo, siguen existiendo experiencias enriquecedoras que avanzan con éxito en contextos tan adversos.

Las cuestiones en las que hemos avanzado se centran en el necesario fortalecimiento del espacio digital iberoamericano. Un lugar común para encontrarnos con contenidos que son reflejo de la enorme diversidad de una de las mayores comunidades culturales del planeta. Seguimos nutriendo ese espacio con creaciones audiovisuales, musicales, literarias. También avanzan otros sectores como el videojuego, que plantea un amplio universo de desarrollo. Encontramos espacios de reflexión enriquecedores como Itaú Cultural en Sao Paulo, que sigue siendo un referente de encuentro para el crecimiento cultural en el marco de la diversidad. América Latina está desarrollando iniciativas ilusionantes que rompen esquemas antiguos, pero se nutren de la tradición. 

De las bases creadas por nuestros referentes teóricos, Canclini, Achugar, Mejía, Prieto, surgen voces nuevas con aires de futuro. Sorprende encontrar iniciativas que rompen las barreras de los saberes tradicionales para explorar nuevas fronteras en las que la tecnología es una aliada y no existe freno a la innovación. Iberoamérica sigue siendo el espacio de los exploradores, los innovadores, los que superan los esquemas antiguos y buscan el nuevo mundo. La efervescencia creadora no se ha parado, y cuando caigan las restricciones de aforos y horarios, veremos surgir una miríada de sorprendentes propuestas que nos ayudarán a seguir avanzando. A pesar de los problemas endémicos de la región, entre los que la desigualdad es el principal escollo, y navegando en muchos casos a contracorriente, el sector creativo iberoamericano sigue presente. Resulta imprescindible en este momento protegerlo con políticas públicas adecuadas, entre las que debería ser una prioridad el impulso del estatuto iberoamericano del artista. La precariedad amenaza los tejidos básicos de la cultura, sin unas condiciones de trabajo justas no podremos consolidar el sector. 

Las cumbres iberoamericanas han sido el espacio de encuentro en la región. En ellas se discute y acuerda la agenda común y se fortalecen los lazos entre los países. Sin embargo, desde hace unos años el perfil de las cumbres ha disminuido considerablemente. Cada vez hay menor presencia de los jefes de estado y gobierno y se delega en subordinados la discusión de los asuntos. Las cumbres son el lugar del consenso, y son clave para plantear la agenda iberoamericana del futuro. Las grandes cuestiones a las que nos enfrentamos en este momento disruptivo, bisagra histórica como le llama el uruguayo Hugo Achugar, deberían ser la oportunidad para retomar los esfuerzos e impulsar los temas que siempre nos unieron. La cultura es uno de ellos, y sin duda el principal aglutinador de las relaciones entre tantos países que comparten mucho más que una lengua común. 

Este es un momento clave porque las cosas están cambiando. El G20 ha incorporado a su agenda cuestiones como el efecto del cambio climático sobre el patrimonio cultural, las industrias culturales y creativas en el espacio digital, y las relaciones entre cultura, formación y educación. Esto supone que el 70% del PIB mundial se preocupa por un sector al que antes miraba de reojo, y lo asume como referente para la recuperación postpandemia. Estamos ante un cambio radical, y la llegada de inversiones al sector asegura un crecimiento a todos los niveles en los próximos años. Sin embargo, debemos estar atentos para que las bases de este crecimiento sean firmes. Hay varias tareas que abordar, aunque la cuestión principal debe ser asegurar unas condiciones de trabajo justas. Además, es necesario garantizar la protección de la propiedad intelectual de los creadores, una preocupación clave en el entorno digital. 

También fortalecer la presencia de la cultura en la educación y plantear el conocimiento de las artes y las ciencias como un todo. Abordar la diversidad como la verdadera riqueza de la sociedad, y consolidar el enfoque de derechos en las políticas culturales. Avanzar hacia una ciudadanía cultural en la que se garantice la protección del individuo en lo más esencial de su existencia, así como los principios y valores a través de los cuales vivimos en el mundo. Ante la amenaza de corrientes unificadoras que crean ideologías artificiales, segregadoras y fuera de cualquier realidad, solo nos queda defender los derechos individuales, de elección, participación y creación, para seguir construyendo el imaginario común, de fronteras abiertas. 

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