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Y llegar hasta la luna a través del deseo, el sexo y la violencia

Un instante de la función "Y llegar hasta la luna" cedida por el Centro Dramático Nacional.
11 de abril de 2021 21:01 h

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“Él quería ver porno mientras follábamos. Y a mí me gusta el porno. Pero no podía soportar que quisiera verlo cuando nos acostábamos. ¿Para qué necesitas porno si me tienes aquí? ¿¡Para qué necesitas porno si me tienes aquí!?”.

Crack. La risa tiesa bajo la mascarilla. Las frases me resuenan en lugares que no sé. La luz en el escenario se vuelve fría mientras la actriz se gira para mirar al público. Un pinchazo me recorre el nervio ciático.

Este es un momento de Y llegar hasta la luna, el espectáculo capitaneado por María San Miguel que hoy he visto en el Centro Dramático Nacional. Desde hace tres años me duele ir al teatro porque mi padre ya no vive, y yo siempre iba con él. Pequeños grandes dramas personales en los que sé que no podré avanzar más que pisoteando el camino, así que hoy he acudido a ver esta obra que comenzó a cocerse en 2019 en un taller sobre el sexo y sus tabúes con actrices y actores con y sin diversidad funcional. Pues bien: durante una hora y cuarto me he reído a carcajadas, he sentido mucha conmoción y he llorado.

La relación entre el sexo y la violencia, que para mí es el centro del montaje de la creadora, lleva obsesionándome muchos años. No sé cuántas sesiones de terapia habré dedicado a intentar hablar sobre ello, las veces que habré preguntado cuán monstruosa soy por buscar sexo inconsciente y compulsivamente cuando estoy mal, o por buscarlo en los lugares equivocados. Por herirme con el sexo, en fin, cuando este debería ser otra cosa. “Pero ¿todo esto es por... eso que viví?”, una pregunta agotadora. Desde el escenario, una mujer con las piernas abiertas, que se está masturbando como una perra, me contesta. En verdad le responde a otra mujer que acaba de decirnos que se siente frágil y vulnerable, pero yo agarro sus frases al vuelo. “Deja de decirlo. Eres frágil, pero también eres fuerte, coño, eres fuerte. Joder, que nos han educado en la vulnerabilidad. En la vulnerabilidad absoluta. Que es educacional. E-D-U-C-A-C-I-O-N-A-L”. La culpa. Cuánto más grande se nos hace en la boca la bola de culpa, más dura la violencia que se ejerce contra nosotras y que nosotras mismas ejercemos sobre nuestros cuerpos, más intragable, pienso. Veo en el escenario cómo este elenco brutal formado por nueve personas que, por cierto, parece que lleven actuando juntos toda la vida, se pone entero a follar. Los nueve cuerpos follan unos con otros, se vuelven todos pura carne. Porque esta obra es, sobre todo, una coreografía física, teatro que casi se puede tocar, una fiesta visual de los cuerpos. Todos ellos distintos, diversos, todos bellos —¿no es el deseo lo más subjetivo que existe, lo más íntimo que puede haber?, ¿no debería ser este un terreno incuestionable?—. Y follan unos con otros en grupos de dos, tres, cuatro, seis. Los cuerpos follan. Vemos cómo su culpa y la nuestra se desvanece y luego bailan hasta el fondo.

La pieza y su valor son testimoniales: ¿qué sabemos las personas normativas de cómo viven el sexo y sus violencias los cuerpos diversos, quienes habitan los márgenes? Si el patriarcado es duro conmigo, contigo, atrevámonos a pensar en esto. La violencia, aunque también la poesía de la función, cobra otra dimensión cuando en vídeo empezamos a ver más contenido sexual, sexo grabado gracias a Alba Muñoz. Otro acierto; y que no se me olvide puntualizar que el equipo artístico entero está formado por mujeres. Por otro lado, ¿cuánto de libertad y cuánto de represión hay aquí, en ti, en mí, en él? Cuánta pasividad que contrasta con mis fantasías. Au. También por otro lado, pero sin irnos muy lejos: el patriarcado nos enseñó que éramos objetos de deseo y ahora, en la treintena, qué trampa, maldita sea, ahora yo necesito sentirme deseada constantemente, hasta tal punto que un mínimo rechazo sexual me tumba. Qué me hicisteis. Me metisteis una polla en la boca cuando yo ni siquiera había aprendido a tocarme ni había descifrado mi orientación sexual. Pero ahora, ahora aprende a ser rechazada, tenlo ya aprendido, aprende que eso que haces es tener sexo compulsivo y que no está bien, puta, más que puta.

Y llegar hasta la luna se ha representado del 7 al 11 de abril en el centro de Madrid, repito, Madrid: una ciudad a la que últimamente no se la ve venir, y a las 17 h de la tarde. Y sin embargo no hay una torpeza, no hay nada que no fluya. Los movimientos del elenco, cada cual de una cadencia y gestualidad distintas, nos van dando la bienvenida a golpe de techno a ese mundo en el que vamos a pasar el próximo rato y en el que cada cual hará lo que pueda con sus sensaciones-reflexiones. Porque una no puede sentir tanta intensidad en las tripas y pretender analizarse la conducta al mismo tiempo. Ya se hará luego lo que se pueda en casa. Yo, por ejemplo, ahora que estoy sola y recogida, mientras escribo esto recuerdo la escena en la que los personajes se masturban de forma obsesiva contra un objeto. U otra en la que las mujeres se pasan con suavidad un micrófono y narran sus experiencias sexuales traumáticas: “Yo estaba a cuatro patas, y sentí algo frío en la espalda. El tío se sacó la… Yo sentí algo frío, miré y el tío me estaba apuntando y me [...] Ahora que lo vuelvo a pensar, es verdad que desde esto no he vuelto a quedar con nadie. No me apetece”. Y pienso que necesitamos que esta obra se prolongue, y pienso que ojalá los institutos pudiesen traer a todos los cursos de bachillerato a verla. Pienso también en todos los hombres que deberían asistir para entender el significado de un no; en cuántas veces no nos hemos atrevido a nombrar los hechos porque hemos sentido culpa, culpa, culpa. Pero sí, era una violación, porque “Me obligó a chuparle la polla y yo no quería”. Necesitamos que muchas cabezas exploten, y el teatro, el buen teatro, consigue eso.

Hay crudeza y hay violencia, aunque en la obra de María San Miguel, que también es actriz —en este proyecto, dramaturga y coproductora— hay en esta ocasión muy poco texto. Recalco que Y llegar hasta la luna es, sobre todo, una función en la que se goza y se ríe y casi se palpa la carne, que falta nos hace en esta época. Bravo por la valentía y bravos y bellos todos los cuerpos. Larga vida al teatro.

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