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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Orgullo compartido

Un joven con la bandera LGTBI sujeta la pancarta de cabecera de la manifestación del Orgullo Crítico.

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Lesbianas, gais, trans, bisexuales, intersex (LGTBI+)... Detrás de este baile de letras, se encuentran las luchas históricas por la libertad, por el derecho a vivir las identidades y las sexualidades como queramos, los deseos, los afectos, las formas de convivencia y la familia de manera libre, fuera del molde normativo heteropatriarcal. Unas reivindicaciones que van mucho más allá de las propias siglas LGTBI y que todos y todas tenemos hoy el reto de defender en un momento de repliegues identitarios, con un sector del feminismo en guerra con las personas trans, una fuerte fragmentación de las luchas y un importante auge de la extrema derecha. 

Estos avances nos han permitido vivir en un contexto donde los límites de las normas de la sexualidad y el género son más amplios para todo el mundo. La libertad de las personas LGTBI nos ha hecho más libres a todas. En estos días de reivindicación merece la pena detenerse, recordar cómo estas conquistas de derechos LGTBI y feministas han supuesto un avance para toda la sociedad y señalar por qué una política de alianzas es más necesaria ahora que nunca. Reivindiquemos un orgullo compartido.

Libertad sexual y afectiva. A pesar de que en nuestras sociedades se ha privilegiado la heterosexualidad como la única forma válida de relacionarnos afectiva y sexualmente, no existe una única manera de vivir la sexualidad. Años de lucha de los movimientos de liberación sexual y de género cuestionando la heteronormatividad han puesto sobre la mesa la importancia de vivir la sexualidad, nuestros deseos, impulsos eróticos y vivencias sin vergüenza y estigmas, de forma más positiva, plena y normalizada, ampliando para todo el mundo las posibilidades de la expresión de la sexualidad y los afectos.

La liberación de los roles y estereotipos de género. Los roles de género son pautas rígidas que limitan nuestros derechos, posibilidades, deseos, sentimientos y nos impiden hacer aquellas cosas que son consideradas para un género determinado. La lucha del movimiento feminista y LGTBI ha visibilizado que son muchas las personas que no cumplen estas normas y pautas y que sufren rechazo, censura, discriminación, ampliado estas posibilidades y questionando para todas la rigidez de las normas de género.

Disfrutar la diversidad corporal. Cuerpos marcados por la culpa, la vergüenza, el autoodio, el desprecio de un sistema que nos mesura según el género, la edad, la capacidad, la medida, la raza, la belleza, imponiendo la dictadura de la norma, el modelo correcto y único. El cuerpo es también un territorio político, y esta ha sido una de las aportaciones básicas de los movimientos feministas y queer que nos ha permitido desafiar las presiones sociales y entender la diversidad de los cuerpos como algo a disfrutar, valorar y celebrar.

Reconocimiento de la pluralidad familiar. La familia formada por padre, madre y criaturas ya no es el único modelo familiar aceptado, ¡ni siquiera nunca fue mayoritario! En los últimos años nos hemos alejado de la idea de familia tradicional y, aunque queda mucho camino, después de muchas luchas sociales y cambios legales en los que el movimiento LGTBI ha tenido un papel central, la diversidad familiar es una realidad cada vez más aceptada: familias biológicas, adoptivas, por donación reproductiva, de acogida, monomarentales, monoparentales, parejas heterosexuales, homosexuales, parentalidad abierta, cocrianza, centros de acogida, familias reconstituidas, etc.

Celebración de la reivindicación. Como dice la famosa frase atribuida a Emma Goldman, si no puedo bailar, tu revolución no me interesa. Los movimientos de disidencia sexual y de género nos han enseñado que el activismo y la implicación política tienen que ser también un espacio de goce, de alegría, de afectos positivos deconstruyendo el mito que vincula la transformación social al sacrificio. Y poniendo en crisis la idea tradicional de lo que significa el cambio: ¿Hay algo más placentero que transformar la realidad?

Sin duda, en las últimas décadas hemos avanzado pero queda mucho camino para materializar en políticas concretas las demandas LGTBI y feministas de justicia social, redistribución y de acceso a derechos sociales. La actual crisis sociosanitaria ha agravado la situación de las personas más vulnerables. Las crisis siempre tienen un componente de clase, procedencia, género y orientación sexual. El incremento de la precariedad ha dejado sin recursos a muchas mujeres y personas sexo-género disidentes atravesadas por la ley de extranjería, por contextos de pobreza y exclusión residencial, de economía sumergida, etc. Se necesitan políticas transformadoras de salud, vivienda, trabajo, ¡acabar con la ley de extranjería!, una proyección justa de los servicios públicos con una mirada transversal y global; reivindicaciones todas que están en la base de muchos movimientos sociales y organizaciones de izquierda. 

En medio de esta deriva esencialista y ofensiva ultraconservadora, y con una acuciante crisis socioeconómica, nos jugamos mucho. Hoy se hace más urgente que nunca romper con el identitarismo exacerbado que asola los movimientos sociales y reivindicar el valor de las alianzas y de las luchas compartidas, necesitamos seguir construyendo a partir de objetivos comunes, desde la suma, la confluencia y la fuerza colectiva. 

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