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Redes que salvan ante la inatención del Estado

El contacto humano es primordial para la salud física y mental de los mayores. (Canarias Ahora).

En medio de las múltiples crisis desencadenadas por la pandemia de la COVID-19, ha quedado al descubierto que nuestra sociedad atraviesa una crisis de cuidados que se viene gestando mucho tiempo antes. Sin mucho esfuerzo, nos daremos cuenta de quiénes son las que realizan las labores de cuidados en este país y también quiénes están más desprotegidas. De hecho, según el estudio de seroprevalencia que se llevó a cabo a nivel estatal a finales de 2020, las cuidadoras a domicilio fueron el segundo colectivo profesional que más se contagió (16,3%), solo por detrás de los sanitarios (16,6%), seguidas por las trabajadoras dedicadas a las tareas de limpieza, con un 13,9%.

Mujeres que no han parado mientras todo parecía colapsar: las mujeres migradas y racializadas, aquellas que cuidan a otros para poder sobrevivir, las auxiliares en residencias de personas mayores, las trabajadoras del hogar que se encontraron desempleadas o, por el contrario, encerradas en la casa de sus empleadores, las cajeras y trabajadoras de servicios, junto a un largo etcétera. Mujeres migrantes que frente a la inatención del Estado han puesto en marcha mecanismos creativos de sostenimiento y cuidado mutuo como cajas de resistencia para recaudar fondos y cubrir sus necesidades básicas y redes de apoyo legal, psicológico y emocional. Estas son las mujeres con las que trabajamos, a las que apoyamos no solamente con recursos económicos sino a través de la escucha de sus necesidades y el fortalecimiento de espacios de encuentro e intercambio. 

Desde mi experiencia como responsable del área de Cuidado colectivo en Calala Fondo de mujeres y también como mujer migrante he tenido la oportunidad de acompañar a los grupos en este proceso y de aprender junto a ellas sobre cómo abordar el autocuidado y cuidado colectivo en los grupos y organizaciones de mujeres migrantes. 

El autocuidado solo es posible si se respalda en los cuidados colectivos

Hablar de autocuidado y cuidado colectivo podría parecer redundante. Sin embargo, practicar el autocuidado, es decir, llevar a cabo de manera individual acciones y prácticas que respondan a las necesidades de una persona, solamente es posible si existen los medios para hacerlo (tiempo, dinero, redes de cuidados). Esto no siempre es factible para las mujeres migradas. Por lo mismo, crear redes de cuidados colectivos acorta esa distancia entre quiénes pueden cuidarse y quiénes no. Pensar en los cuidados al interior de las organizaciones pasa por tener espacios seguros donde poder expresar las emociones, permitirnos bajar el ritmo para abrir paso a procesos que cuiden la vida y que no respondan a la lógica de la productividad imparable, y entablar diálogos desde la empatía que contemplen la salud física, emocional y mental. 

Nos sobran conocimientos, pero necesitamos infraestructura

En un sistema que constantemente nos subestima, nos invisibiliza, nos discrimina y, en algunos casos, nos excluye, hemos aprendido que abordar los cuidados desde una perspectiva feminista pasa también por reconocer nuestras fortalezas. Las mujeres migradas tenemos muchos conocimientos transmitidos de generación en generación que nos permiten cuidarnos sin necesariamente depender de los saberes occidentales. La ancestralidad, la espiritualidad y el conocimiento de nuestros pueblos, nos acompañan a la hora de generar redes que salvan y que cuidan para hacerle frente a la inatención estatal. 

Un movimiento fuerte es un movimiento articulado, cuidado y sano, y para que esto suceda se necesitan recursos, que haya menos trabajo voluntario y más remunerado. También es necesario poner la mira en las dinámicas internas para así evitar reproducir desigualdades de poder y sobrecargas. Asimismo, la fortaleza viene de permitirse gozar, tener alegrías y festejar los logros colectivos. 

En definitiva, son muchos los aprendizajes de este proceso. Si algo queda claro es que, hoy más que nunca, necesitamos repensar los cuidados desde una perspectiva estructural y antirracista que contemple la regularización de miles de personas migrantes y racializadas sin papeles, para que ellas también sean sujetos de derechos como lo son las personas a las que cuidan. Es urgente cuestionar los cimientos del estado de bienestar y escuchar las propuestas del movimiento feminista migrante. Pues son ellas, desde los márgenes, quienes podrán seguir transformando este sistema que se sostiene en las desigualdades. 

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