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Segregación sexual: ¿a favor o en contra?

Los padres responsables.

María Pazos Morán

El pasado 18 de Octubre, el Congreso de los Diputados aprobó (con solo dos votos en contra) una Proposición No de Ley (PNL), presentada por PODEMOS, que urge al Gobierno a establecer un calendario completo de aumento del permiso de paternidad desde las dos semanas actuales hasta las 16 que dura el de maternidad, haciendo ambos completamente intransferibles. Como consecuencia, por fin, ha saltado al debate público la necesidad de esta reforma por la que la Plataforma ciudadana PPIINA viene trabajando desde hace once años.

Si esta propuesta se aprobó casi por unanimidad es porque la sociedad ya no acepta el actual sistema, que se traduce en segregación sexual: si eres mujer te tocará la mayor parte de los cuidados y del trabajo doméstico; mientras que si eres hombre estarás alejado de esos menesteres “femeninos”. En el empleo, si eres hombre tendrás más probabilidad de ser jefe, electricista, metalúrgico o cualquier otra profesión “masculina”, mientras que si eres mujer es más probable que seas precaria, cuidadora, maestra o enfermera. ¿No es equivalente a la segregación racial o al sistema de castas?

Conceder al padre un permiso de igual duración que el de la madre, completamente intransferible y pagado al 100%, es un éxito asegurado para incorporar a los hombres al cuidado en igualdad con las mujeres. Aún más, solo con aprobarse tendría el efecto inmediato de reconocer que ese es el objetivo y que va en serio. En resumen, contribuiría significativamente a la disolución de la segregación sexual.

Todo esto está tan claro que pocas personas lo contradicen explícitamente. De hecho, la verdadera dificultad para que la PNL aprobada se convierta en ley efectiva es la ofensiva de Ciudadanos, que dice estar de acuerdo pero pretende desactivarla mediante una propuesta trampa. Esta propuesta, apoyada por medios de comunicación como El País y pactada con el PP, consiste en conceder permisos teóricamente iguales pero con una parte transferible que llaman “de libre distribución dentro de la pareja”. Y ahí está la trampa: esa parte transferible se la tomarían las mujeres mayoritariamente, convirtiéndose en las cuidadoras principales (y en precarias). Así, se mantendría esencialmente la segregación por sexos de las tareas y de los espacios.

No es de extrañar que los poderes dominantes se opongan a que los hombres asuman el cuidado en la misma medida que las mujeres. Pueden aceptar, si no queda más remedio, que una minoría de mujeres asuman puestos relevantes (menos mujeres y menos relevantes), pero son tremendamente refractarios a la idea de que los hombres se incorporen a las tareas de cuidados en igualdad con las mujeres.

No es solamente una cuestión ideológica sino de intereses económicos. El principio de equivalencia humana que se encuentra detrás de la equiparación de los permisos exige también poner los medios para que las mujeres se mantengan en el empleo ininterrumpidamente en igualdad con los hombres. Supone renunciar a un sistema en el que las mujeres son invitadas a abandonar el empleo en cuanto hay alguien a quien cuidar en la familia. Y de ahí, tirando del hilo, llegamos a la universalización del derecho a la educación infantil y a la atención a la dependencia, a las 35 horas de jornada semanal máxima, a otras medidas para la estabilidad del empleo, etc. Llegamos, en definitiva, a un estado del bienestar sólido, lo que exige un sistema impositivo potente y redistributivo; algo muy contrario a los intereses neoliberales.

¿Qué opina la izquierda de todo esto? ¿Habréis llegado a leer hasta aquí muchos compañeros y compañeras que, por lo demás, estáis en contra de toda discriminación? Una habla por experiencia porque, como suele suceder con las demás reivindicaciones feministas, la equiparación de los permisos se ha encontrado hasta ahora con grades dosis de indiferencia en los medios progresistas.

Reconozcamos que, en cuanto se roza algún tema que afecte al estatus separado de hombres y mujeres, muchos de nuestros compañeros comienzan a patinar. Así, como recuerda Soledad Gallego Díaz, muchos alardean de ser “un poquito machistas”, mientras preferirían caerse muertos antes de verse como “un poquito racistas”. O reconocen en público que no entienden nada de feminismo, mientras se ofenderían sobremanera si alguien insinuara que no saben lo suficiente de pobreza. O llegan a formular que “al ser hombres” están incapacitados para definirse (¿dirían que no se definen sobre la pobreza porque no son pobres?). Estas son solo algunas de las muchas variantes, que además pueden concurrir en las mismas personas.

El problema es que a muchos de esos compañeros se les olvida su autopregonada ignorancia a la hora de tomar decisiones. Así, podemos ver publicado en un medio solvente de izquierdas un artículo que, además de estar plagado de datos falsos y de afirmaciones contrarias a la evidencia empírica, se posiciona en contra de la equiparación del permiso de paternidad al de maternidad. Es más, en el colmo de su desvarío, la autora llega a afirmar ofensivamente que quienes queremos dicha equiparación estamos “dispuestos a dejar a madres y a criaturas a la merced del rodillo neoliberal”.

Estas resistencias se dan siempre ante cualquier avance social. Pero costaría imaginar que un medio progresista publicara, por ejemplo, un artículo en defensa de la segregación racial. Porque, ¿alguna persona progresista de este país se sentiría cómoda con la afirmación de que blancos y negros, o brahmanes e intocables, deben tener diferentes derechos?

Sin embargo, no es la primera vez, ni la última, que nuestros compañeros progresistas favorecen impasiblemente posturas proclives a la segregación sexual. Y es que esta es la única segregación que, aunque rechazada de palabra, sigue arraigada en nuestro inconsciente hoy en día.

Hay dos diferencias entre la segregación sexual o el sistema de castas y la segregación racial. Primera: que la segregación sexual está naturalizada aún por parte de las personas a quienes repugnan todas las demás segregaciones. Segunda: en consecuencia, que la segregación sexual se promueve con leyes, sin que muchas personas progresistas se vean ofendidas en su sensibilidad.

Ha llegado el momento de poner sobre la mesa que todos/as estamos inmersos en el sistema de castas de género. Todos/as podemos contribuir a mantenerlo o a erradicarlo. Compañeros, luchemos codo a codo contra este sistema injusto, por nosotras y por vosotros. Si consideráis que no os afecta, recordad lo que dijo Bakunin: “No soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres”.

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