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¿Va a entrar España en recesión?

Dinero.

Lola Gadea

Catedrática de Economía Aplicada en la Universidad de Zaragoza —

En los últimos meses se está generando un clima de cierto pesimismo sobre el futuro de la situación económica con diagnósticos que se mueven desde la moderación del crecimiento, la desaceleración o, en el caso de los pronósticos más negativos, el inicio de una nueva recesión. El debilitamiento de la demanda a nivel mundial, acrecentada por las tensiones comerciales entre USA y China constituyen una de las principales amenazas exteriores para la economía española. Todos los indicadores de riesgo geo-político coinciden en señalar el aumento y persistencia de la incertidumbre y diversos análisis avalan el coste en términos de crecimiento que un aumento del proteccionismo tendría nivel mundial. Geográficamente más cerca de nosotros la cada vez más probable realización de un Brexit sin acuerdo y el poco dinamismo mostrado recientemente por la zona euro, sobre todo por el motor germano, nos afectan de modo especial.

España no es ajena a esta tendencia general, aunque por el momento ha sorteado mejor que el resto de sus socios europeos las amenazas exteriores. En el primer trimestre del año España creció, en términos reales e interanuales un 2.4 frente al 1.2% de la zona euro, y en el segundo trimestre la desaceleración se hace patente con un 2.3 y 1.1% respectivamente. La Unión Europea de los 28 muestra algo más de dinamismo con crecimiento del 1.6 y 1.3% en los dos primeros trimestres del año. Por otra parte, los indicadores de confianza muestran en nuestro país un menor deterioro que en el resto de Europa aunque probablemente esto tendrá un carácter temporal.

Si se analizan con detalle las cifras avanzadas por el INE para el segundo trimestre del año, se observa que son algo peor de las esperadas, sobre todo vistas en términos intertrimestrales, lo que permite un mejor adelanto del ritmo de la coyuntura. En efecto, el crecimiento del segundo trimestre habría sido del 0.5%, dos décimas menos que en los primeros meses del año. Desde la perspectiva de la demanda, el menor dinamismo del consumo privado seria el principal responsable de la desaceleración mientras que el sector exterior sigue aguantando, con aportación positiva al PIB, a pesar del cada vez menos favorable clima exterior. Por sectores, las cifras del segundo trimestre son más preocupantes, una caída de la industria manufacturera de -0.6% frente al 1.4 del primer trimestre y una reducción de la tasa de crecimiento del sector servicios a la mitad, del 0.8 al 0.4%. Aunque es de esperar una recuperación de este último durante los meses de verano por el tirón del turismo, las cifras de la industria, de confirmarse la tendencia, son algo alarmantes.

Ciertos indicios de desaceleración menos acusados que en el resto de la zona euro, incertidumbre global, amenazas exteriores para la economía española, resumirían de forma breve la situación de la coyuntura económica en España.

Hasta ahora hemos hablado de la influencia de factores de corto plazo sobre el ciclo, pero una vez asumido que es inevitable que los ciclos económicos se sucedan, los factores de largo plazo que, en definitiva, condicionan la capacidad de crecimiento de la economía española en el futuro, adquieren mayor importancia. Más si cabe cuando España ha mostrado en su historia reciente un comportamiento cíclico más acusado, con un crecimiento intenso en las fases expansivas, pero con una gran severidad en las recesivas tanto en términos de crecimiento como de empleo. Y esto nos lleva al papel de la política económica y su función de sentar las bases para un crecimiento sólido en el futuro. Sin embargo, la parálisis política, la escasa capacidad para el consenso, comportamiento cortoplacista y falta de visión de Estado no dan muchas razones al optimismo sobre la capacidad para afrontar las reformas, algunas de las cuales, como educación, sanidad, mercado de trabajo, pensiones o mejora del marco institucional, exigirían pactos de Estado.

Desde fuera de nuestras fronteras, los instrumentos de política macroeconómica afrontan también retos importantes. Por una parte, el impacto de la Gran Recesión en la zona euro puso de manifiesto los fallos de diseño de la Unión Monetaria y la incoherencia de mantener una política monetaria única sin mecanismos de estabilización conjuntos que afectan, especialmente, a la política fiscal llevada a cabo por cada uno de los países miembros. La respuesta de crear nuevos mecanismos de supervisión no parece suficiente. En segundo lugar, la política monetaria después de haber jugado un importante papel en el control de la inflación en décadas recientes y en la resolución de la última crisis se encuentra en un momento de redefinición que afecta tanto a los instrumentos utilizados como a su propio objetivo. En la actualidad, y dado el nivel de los tipos de interés, el margen de maniobra de la política monetaria para reactivar la economía parece escaso si no inexistente, apuntando a un mayor protagonismo de la política fiscal que, en un país como España, dado el nivel de deuda acumulada durante la fase anterior y la todavía insuficiente reducción del déficit, deja las manos atadas si se mantienen las actuales reglas del juego.

La capacidad para predecir el ciclo económico ha estado siempre en la agenda de los economistas académicos. Los esfuerzos para predecir el próximo “punto de giro”, siguiendo el termino habitual en la literatura han sido ingentes, aunque no siempre afortunados. Recordemos, sin ir más lejos, las criticas generales que recibió la profesión por no haber sido capaz de predecir una crisis de la magnitud de la Gran Recesión y por la mala asignación de los esfuerzos investigadores que permiten describir el pasado, pero no inferir el futuro. La principal conclusión que se obtiene de la experiencia es que los economistas se enfrentan a mayores dificultades para predecir el futuro que otros científicos, dada la mayor complejidad e inestabilidad del comportamiento económico.

La cuestión por tanto no es si España ha iniciado una fase de moderación del crecimiento, una desaceleración o se avecina una recesión. La pregunta pertinente es en qué condiciones estamos para afrontar un nuevo ciclo recesivo y con qué herramientas se cuenta para hacerle frente. Es aquí cuando políticos e instituciones deben reflexionar con visión de futuro sobre el papel que tienen que jugar.

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