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Opinión - Eurovisión y Europa, hundidas de la mano. Por Rosa María Artal

Vidas airbnbizadas

Portal en Barcelona con pegatinas de vecinos que han localizado pisos turísticos ilegales

Jorge Sequera

La reciente turistificación de los barrios del centro histórico de muchas ciudades europeas, principalmente basada en la expansión del sector informal de alojamiento turístico (aunque también en el auge de las cadenas hoteleras low cost), está provocando fuertes impactos sociales, espaciales y económicos, generando tensiones en la convivencia dentro de la comunidad: el incremento de tensiones en los mercados inmobiliarios locales, el creciente desplazamiento espacial de ciertas capas de la población y su efecto rebote en barrios periféricos, la promoción de nuevas formas de ocio mercantilizado y de construcción de la ciudad-24h; la desaparición de un comercio de proximidad reemplazado por negocios orientados al turismo; la saturación del espacio público o el exponencial crecimiento de perfiles laborales supeditados a una economía turística voraz, capaz de precarizar laboralmente hasta la última parcela de dignidad profesional, como denuncian entre otras las Kellys, y cronificando un mercado laboral que está a la cola en Europa en salarios y derechos.

El debate en este último año se ha polarizado. Por un lado, el estatus del turismo y el ocio en muchas ciudades europeas ha cambiado radicalmente a ojos de los legisladores urbanos y las élites empresariales hoteleras durante los últimos años. El neolenguaje político usado desde la economía del turismo urbano ha procurado por todos los medios hacernos pensar hasta hace muy poco tiempo que el turismo contribuía significativamente no sólo a revitalizar los barrios históricos degradados de algunas ciudades del sur de Europa, sino que también proporcionaba empleo, era fuente de oportunidades y de emprendimiento entre parados de larga duración jóvenes y no tan jóvenes, cualificados y no cualificados. En paralelo, el 'consumo colaborativo' asociado al turismo urbano ha ido adquiriendo un papel central en la organización de la vida cotidiana económica y social de la 'ciudad turística'.

Por otro, esta reciente y veloz expansión de la turistificación ha alimentado a su vez a la indignación vecinal y la resistencia local dentro de la 'ciudad turística'. Estas protestas centran su lucha en revelar los impactos negativos de esta dinámica sobre el derecho a la vivienda, en la construcción de la ciudad para el monocultivo del turismo y la estudentificación causada por el movimiento Erasmus, en la expulsión de familias de barrios turistificados y en el deterioro de la convivencia vecinal. Como ejemplo de entereza, colectivos como Lavapiés donde vas, o potentes campañas como la moratoria de licencias turísticas, tanto de hoteles como de pisos turísticos profesionales solicitada por diversas organizaciones muestran un camino por el que transitar para repensar el modelo de ciudad que queremos y necesitamos.

Los impactos sociales de una ciudad airbnbizada

Algo a lo que deberíamos atender también, con un coste social incalculable y que estamos dejando de lado, es la rápida airbnbización de las vidas, que está cambiando de forma acelerada las prácticas de la vida cotidiana, rearticulando las narrativas y experiencias propias del compartir e incluso los significados de la vivienda como hogar o de la experiencia como el descubrir.

En realidad, esta “economía colaborativa” implica grandes cambios en los estilos de vida del centro de las ciudades. Donde la vivienda compartida implicaba, sin caer en la romantización, ciertas formas de compañerismo, camaradería y amistad, ahora el espacio social queda marcado por una artificial relación “anfitrión-huesped”, utilizando el lenguaje biologicista, casi patógeno, que maneja Airbnb para relacionarnos. Relaciones sociales que ahora pueden quedar trabadas (aún más) por la mercantilización del espacio casero y la reconversión del convivir en un trabajo, en una gestión.

Así, retuercen conceptos como hospitalidad o confianza convirtiéndolos en un servicio que el “anfitrión” da a cambio de dinero: con tan solo alquilar tu sofá o tu propia habitación un par de fin de semanas al mes tu problema quedará resuelto, nos dicen los responsables de marketing de Airbnb; con tan solo alquilar una casa de dos habitaciones (y alquilar temporalmente una de ellas), podrás costear tu vida individualizada en el barrio que escojas, piensa el anfitrión; si un compañero/a de piso deja libre su habitación un fin de semana, no desperdicies el valor añadido y sé un emprendedor empresario-de-sí-mismo, te dirá la sociedad. Quizá el armario pueda ser una habitación y nunca lo habías pensado. Es más, quizá puedas meter dentro unas literas.

De hecho, ya existen casos en ciudades donde se alquilan coches para dormir. Así, la mercantilización y estandarización del turismo “colaborativo” está reformulando el conjunto de estrategias de aquellas personas que hemos compartido y compartimos vivienda. Sumado a esto, las desigualdades sociales basadas en el género, la raza, la etnia, la clase, la cultura o la religión y sus intersecciones, se encuentran también atravesando qué y con quién vives (temporalmente). En un distópico presente (Black Mirror, en el capítulo “Caída en picado”, Nosedive en VO) las puntuaciones que obtienes como anfitrión o como huésped determinan las oportunidades que tendrás de vivir en un determinado lugar. Porque de la segregación no quedan exentos los turistas. No solo eso. Si la estandarización de Ikea ya nos hacía ir de visita a casa de amigos que tenían la misma casa y decoración que tú, casi en un juego de escaleras de Escher, ahora tenemos la habitación “deseada” en cada rincón del mundo: una pared con nombres de ciudades del mundo, otra con una frase del tipo “home is where the wine is” y con suerte, un cojín con un corazón bordado y una botella de vino (de la región, claro) esperándonos.

Asimismo, florece una economía de trabajadores precarios, en muchos casos en forma de economía sumergida: limpiadores/as, fontaneros por horas, guías turísticos, experiencias gastronómicas, etc. Así, encontramos páginas como Trip4Real, donde el turista paga por experiencias locales; o Taskrabbit, donde la filosofía del intercambio también se ha monetarizado. O relaciones laborales precarias como en peers.org, donde quienes buscan trabajo podrán hacerlo en puestos relacionados con la economía turística p2p. El propio portal de Airbnb ofrece este tipo de experiencias, donde lo más (sarcásticamente) sugerente en el caso de una ciudad como Madrid, sería salir de tapas con un local foodie, una clase de flamenco o aprender a hacer una “verdadera” paella.

Es posible que el impacto del turismo sea el nuevo desafío a la hora de repensar la ciudad, tanto desde una lectura centrada en las nuevas burbujas inmobiliarias, como desde una sociología de la vida cotidiana. Porque vemos cómo en los barrios con mayor ratio de apartamentos turísticos el mercado se está adaptando a la nueva realidad, dando respuesta a otro tipo de consumidor, no necesariamente con alta capacidad adquisitiva pero sí con otras preferencias de consumo y ocio, mientras no tenemos tiempo de repensar cómo queremos que sean nuestras propias relaciones sociales en la ciudad. Hacemos y rehacemos estudios urbanísticos para hablar de densidades, precios e impactos urbanos del turismo, mientras nos olvidamos de hacer estudios integrales de impacto social.

Porque revelar y comprender las distintas posiciones, estrategias y alianzas adoptadas por los diferentes actores y grupos sociales afectados y/o involucrados en la reciente y veloz expansión del turismo urbano en el centro de muchas ciudades europeas, requiere urgentemente afrontar y abordar la interacción compleja y no lineal entre el 'derecho a la ciudad' y una convivencia inclusiva, pacífica y equilibrada en 'la ciudad turística'.

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