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2023, el año de la ira

Niños palestinos desplazados en el sur de la Franja de Gaza.
29 de diciembre de 2023 22:44 h

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Venía avisando, pero este año han crecido de una forma significativamente acelerada la violencia y la irracionalidad. Son las consecuencias de no haber hecho nada por evitarlo, más bien lo contrario. El mundo ha añadido una nueva guerra a la que permanece sobre Ucrania y, con ella, la brutal masacre del pueblo palestino que perpetra Israel ayudada por la indiferencia cómplice de los grandes poderes.

Añadamos la agresividad que se está adueñando de la sociedad y se expresa vía Internet, con marcado soporte de las redes sociales, en particular desde que Elon Musk compró Twitter. Los bulos e insultos sustituyen a la información al punto que, según un Eurobarómetro recién publicado, los ciudadanos –cuatro de cada diez entre los españoles– identifican la desinformación como el mayor riesgo para la democracia. Agresividad, bulos, insultos, son pues pasto de redes, convertidas en buena medida en exponente y vehículo de los fascismos, y están el fondo de lo que ocurre en muchos países, y, desde luego, de la profunda crispación que genera en España la derecha al no admitir su derrota electoral para el gobierno del Estado. Y, de facto, en la que desparrama en múltiples comunidades y ayuntamientos donde se asienta imprimiendo una virulenta forma de gobernar. Es un marco general del que parten numerosas ramificaciones. No es todo, pero la mancha se extiende como el aceite sucio de un motor.

En España el año que iba a ser electoral se iniciaba con las espadas desenvainadas, las políticas y mediáticas de la derecha. A unos niveles que apenas les había dado tiempo de recoger los platos de las uvas de nochevieja cuando ya lanzaban lava hirviendo.

Tumbar al Sanchismo era el objetivo porque así lo querían quienes crean opinión al dictado de intereses superiores, pero no los votantes a pesar de la execrable campaña política y mediática desarrollada sin descanso. El Gobierno de Sánchez tenía que acabar, había que echarlo, derogarlo –han dicho sin descanso– y el artífice sería Alberto Núñez Feijóo: iba a tumbar todo lo hecho por el Gobierno progresista. El problema fue que el candidato les hizo aguas con una rapidez nunca vista antes. Había sido elegido presidente del PP por su presunto carácter moderado, pero fue quien metió a la ultraderecha oficial (Vox) en las Instituciones, y cuanto más inseguro se mostraba, más mentía y más insultos desplegaba. Fue lo que le costó quedarse en las puertas de La Moncloa: no consiguió apoyos suficientes para formar gobierno pese a ser quien más votos recibió. Su empecinamiento en no querer entender un hecho tan elemental le ha convertido en una figura casi patética. Tampoco parece saber ni una palabra de la Constitución o las leyes que rigen en España a juzgar por cómo confunde sus deseos con la legalidad vigente para vituperar a Pedro Sánchez. No aclara su insidia de que el presidente está fuera de la Constitución, porque no lo está. Para la derecha en general, hay partidos buenos y malos entre los que forman parte del juego democrático, aunque curiosamente entre los primeros alguno impulsa la violencia, mientras en el grupo de los malos todos la repelen.

Isabel Diaz Ayuso, presidenta de Madrid, omnipresente en todo cuanto hace el PP, ha sido, en lugar de Feijóo, guía para una eterna campaña en la que todo vale. Mimada por los medios que se benefician de sus políticas, llegó a apoyarse hasta en una telepredicadora evangelista latinoamericana camino de las urnas que en mayo le darían la mayoría absoluta en Madrid. Ella y esa sombra intensamente facha que regenta la alcaldía de la capital. Y todo vale.

Argentina se ha convertido en el espejo donde mirar todas aquellas sociedades que se entregan a políticos del esperpento. Milei, presidente electo, ha destrozado la democracia y la estabilidad y futuro de muchas persona en menos de un mes. Echa mano ya hasta de la represión que no logrará acallar la protesta a la barbarie que ejecuta. A Buenos Aires viajaron para apoyarle y desear el mismo futuro para España Cayetana Álvarez de Toledo, feroz portavoz del PP; Abascal, que se puso bravo con aquello del puente para Sánchez, y Aguirre, salivando por sus ancestrales sueños. Pero la que hace lo mismo es Ayuso.  

Ayuso puede ser el mayor peligro para la democracia española. Sus gravísimas acusaciones falsas contra Sánchez son inaceptables, un agravio para los votantes que apoyan al presidente y para quien estime mínimamente la cordura. Ayuso ha sido este año, ha seguido siendo, el auténtico motor de la crispación social. Junto a sus padrinos Aznar y Aguirre, ha fomentado un estado de violencia insoportable. Al tiempo que sus correligionarios de Vox daban un paso al frente para llegar a amenazas que en un país normal llevarían a la expulsión de la política.

PP y Vox y medios e informadores a su servicio han creado un clima casi invivible en España. El odio ha prendido en una masa sin criterio que parece preferir el gozo de su rencor al funcionamiento del Estado incluso para sí mismos. Hemos vuelto a comprobar que ciertas políticas despiadadas en el uso de los fondos públicos, merman servicios y derechos, dañan hasta la salud y la vida. Pero no interfieren en la devoción acrítica a sus autores.

Cuesta creer que existan seres humanos, con una vida aparentemente normal, imbuidos de semejante ferocidad contra gobiernos que velan por sus intereses, mientras adoran a quienes les calientan la rabia en las tripas. Contra cualquiera que se diferencie de sus instintos primarios. Las redes son ya una selva cuajada de estos engendros. Transitamos por ellas pensando en cuánto tiempo más puede prolongarse este clima de violencia ahora in crescendo.

Y ha sido en el último trimestre cuando 2023 ha dejado al descubierto la crueldad máxima con ensañamiento que puede ejercerse a la vista de todo el mundo sin que nadie mueva un dedo con eficacia para pararlo. El Israel de Netanyahu nos ha enseñado que se puede ser tan salvaje e  inhumano como los nazis con muertes masivas de inocentes y sobre todo de esos niños desgajados, ateridos de miedo, dolor y espanto que jamás olvidaremos. Los asesinos bailan sobre sus despojos, humillan a viejos y adolescentes llevándolos desnudos y atados en una actitud que a quien retrata es a sus brutales captores y sujeta al prototipo de  la mayor vileza que puede darse en seres de la especie humana. Odia el primer ministro director de la masacre, odia el presidente Herzog que firma las bombas de la muerte, odian jóvenes estudiantes, odia el ejército y mata, todos matan. Desde los despachos y las moquetas occidentales, también.

Se ha revelado el indicador de la condición humana más deleznable, casi tanto como la de todos los cómplices que no detienen esta catástrofe humanitaria y moral. Pero el problema es más amplio:  es el tiempo de la ira, de la violencia, de la irracionalidad, desplegadas desde el poder contra los más débiles. Sean los palestinos, niños y adultos, los pobres de Argentina que van a serlo más aún si sobreviven, o las victimas que pisotean los que, en España, desparraman su estercolero ético para pudrir la sociedad y ganarla, aunque sea descomponga antes de ser gobernada por otros.

Y luego estamos, cada uno de nosotros. Estos días, ese maestro de la comunicación audiovisual que es Carlos del Amor de TVE pedía en la red X fotos que definieran nuestro propio año 2023 para montar una pieza de Telediario. Lo piensas y todo este clima de violencia e insensatez influyen, condicionan, pero no para elegir una sola como imagen de ese conjunto. De serlo, podría pensar en el sanitario que lloraba de impotencia al no poder atender a todos los heridos los primeros días del ataque israelí en Gaza y seria asesinado al día siguiente, o el periodista palestino a cuya familia mató el ejército de Netanyahu y se levantó y siguió informando y fue herido y muerto su compañero reportero grafico y volvió a levantarse para seguir informando. Como ya no pueden hacer las decenas de periodistas que han sido objetivo de las huestes del gobierno de Israel.

La pocilga política española la obviaría por completo para congratularme de que han perdido y aunque hagan tanto daño en las comunidades y ayuntamientos que gobiernan, el Estado está en manos de un gobierno progresista que ojalá haga más aún de lo que deba y lo que pueda. Sobre todo, para alejar la guadaña de la involución.

Desearía de todo corazón que –si los han perdido– los ciudadanos recobren el dominio de sí mismos, la dignidad, las ganas de construir lejos del rencor. Este año las mujeres han vuelto a decir “Se acabó” porque una de ellas, Jenni Hermoso, futbolista de élite, así lo aseguró con firmeza y sus compañeras le apoyaron y le apoyó la sociedad. Aunque la persecución por su valentía amargue su valor volvió a ser el ariete de una reivindicación que otra vez se ha extendido por el mundo.

La imagen de mi 2023 es una entrada en urgencias casi de madrugada en marzo, con el alma en vilo, a la que se superpondrán otras muchas: sobre todo una que retrata el éxito en la carrera por la vida. Es llamativa la fragilidad de la vida y al mismo tiempo su fortaleza. No era yo sino peor: alguien a quien quiero mucho más. Y siento que ha sido el año del coraje y del amor, a pesar de todo. De reencontrarse con ese mundo que no grita ni presume de lo mucho que debería, que cuida, protege y despliega sin descanso conocimientos y empatía. Y de aquellos capaces de solidarizarse con el dolor y saber cuándo y cómo son precisos. De eso que pasa en la hora de la verdad.

Inmenso extravío dejarse arrastrar por el odio que generan el egoísmo y la trampa de quienes toman decisiones que nos afectan a toda una sociedad, a todo el mundo. Hay veces que en medio de los problemas emerge una luz que ilumina el camino. Feliz año nuevo, pleno de aciertos esenciales. Y muchas gracias.

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